En el término latino confinis el mundo halla sus límites, sus bordes, sus fronteras. El mundo se repliega, se convierte en el mundo conocido del adentro y el afuera: adentro de un territorio, de una aldea, de una ciudad, de un país o de una casa.
En el capítulo
dedicado al “Espacio sagrado” de su Fenomenología
de la Religión, el teólogo luterano Gerardus van der Leeuw compila y
describe los límites: “No sólo la casa y el templo, sino también la fundación en general, la aldea, la
ciudad es un sitio ‘destacado’, sagrado. El hombre se establece así y hace de
la posibilidad descubierta una nueva potencia. Su fundación se separa del
extenso espacio que la rodea; su tierra de labor, del desierto bosque o de la
llanura abandonada. La cerca que instala desempeña el papel de la puerta en la
casa; separa el seguro terreno de la vivienda humana del dominio ‘siniestro’ de
los poderes demoníacos. (…) Los lares, dioses domésticos romanos, junto con los
penates, eran tal vez originalmente los poderes del merodeo en el bosque y después
se convirtieron en los que gobernaban la casa que se había construido en el
claro. (…) Las diversas leyendas acerca del origen de las ciudades vuelven a la
misma necesidad. Se dejaba que los animales corrieran libremente hasta que se
posaran en cualquier lugar, etc. Se necesitaba un origen de lo indudablemente
potente. No se trata de la disposición de un lugar en el que permanecer, sino
de la fundación de un sitio en el que resida el poder”. La noción de confín que
desarrolla Van der Leeuw, así entendida (fundación, invocación de un poder), no
confina sólo un espacio, sino un tiempo, una temporalidad, ligada a lo sagrado
o, mejor, que se desprende de lo sagrado.
Acaso los
confines no nos permiten conocer el mundo, expandir un saber insaciable, pero
permiten clasificar ese mundo a través de sus bordes, los que separan lugares,
espacios, estados: el líquido del gaseoso, el líquido del sólido; las alturas
del llano, los bosques de los matorrales, y así.
En ese sentido,
el español tiene otra acepción para confín: “Último término a que
alcanza la vista.”
La vista. ¿Para
que existan confines debe haber una mirada?
Mientras estaba
en Japón, en septiembre de 1958, el historiador de las religiones Mircea Eliade
anota en su diario: “Hori me lleva hoy a casa de una chamán (miko) en Shiogama. Se llama Suzuki,
tiene cincuenta y seis años y está ciega (como, por lo demás, la mayor parte de
los chamanes de la clase itako). Se quedó ciega a los diez años y fue iniciada
a los catorce.
“Y Hori me
cuenta: como hace años los ciegos eran mucho más numerosos en las regiones
nórdicas del Japón, y como no servían para nada, a la edad de cinco o diez años
se les reunía y se les mataba. Pero ocurrió lo siguiente: un alto funcionario
llamó un día a una ciega, la llevó al jardín y le pidió que se lo describiese.
La ciega había recibido una buena instrucción: se preparaba para convertirse en
itako. Describió el jardín y dijo,
entre otras cosas, que había allí un árbol, y bajo el árbol una linterna de
piedra. Desde entonces las gentes comenzaron a apelar a la clarividencia de los
ciegos y ya no les mataron”.
Desde luego, esas
atrocidades enunciadas –que los ciegos no servían y que los mataban–, las leemos
del mismo modo que leemos las crueldades de Las
mil y una noches.
Más tarde, en
diciembre del año siguiente, en India, Eliade anotará, tras la lectura de los Upanishads, sobre la figura de la gruta
que esconde el alma o la divinidad. Dios está enterrado en nosotros, dice más o
menos. Es decir, cada uno es, de alguna manera, un territorio, una geografía a
descubrir, un terreno a explorar en relación con algo que lo excede.
Tomo estos
ejemplos no tanto por su tinte religioso como por las figuras que evocan, con
las que más o menos estamos familiarizados y arrastramos más allá de nuestras
creencias o ideologías.
Los confines, en
estas visiones, separan no sólo espacios, no sólo ponen límites más allá de donde
alcanza la vista; sino que separan temporalidades: aquél tiempo en el que un
poder se ha instalado en el “interior” de alguien y lo definió como interior, y
ese lugar en el que ese alguien desplegará ese don que le fue dado.
En su Historia de la locura, Michel Foucault
ubica en el siglo XVII “El Gran Encierro”, “destinado a colocar al margen de la
sociedad –anota
Didier Eribon– a todos aquellos a quienes condena la nueva moral burguesa,
en proceso entonces de instalación –una moral del trabajo y la familia–, hará
cohabitar, en los mismos lugares de confinamiento, a los insensatos, los mendigos,
los alquimistas, los libertinos, los venéreos, los disolutos, los homosexuales,
etcétera”. De ese Gran Encierro surgirán el loco y el homosexual pero, sobre
todo, pesarán sobre esas figuras el sello del pecado y la culpa, pese a que en épocas
anteriores la convivencia con locos y homosexuales no tenía esa carga moral y
social.
Cuando leí que la
Fundación para el Español Urgente (Fundeu) escogió
“confinamiento“ como palabra del año, no pude dejar de leer en ella ese confín, ese límite que el encierro trajo
y desdibujó, convirtió en figura: durante 2020 –y es probable que también
durante buena parte de 2021– crecieron nuestros confines, pero también se
extendieron. Dice
Luciano Luterau que los sueños de la cuarentena volvieron sobre las casas,
los parques y los juegos de la infancia; que el mundo onírico se multiplicó y
cohabitó el confinamiento. El encierro trajo otros confines que, como en las
citas de Van der Leeuw y Eliade, desmontaron espacios y temporalidades.
En el mejor de
los casos, al confinarnos también pudimos abrir una puerta.
La otra pregunta
es cuáles figuras surgirán de este nuevo Gran Encierro y qué carga moral pesará
sobre ellas.
Qué pregunta deja abierta este nuevo encierro!!! Este confinamiento no solo abrió la puerta de la quinta, vieja aspiración que en mi caso no me atrevía a formular, también dejó paso a valorizar, cultivar y cuidar plantas ornamentales (y en esto tres generaciones se implicaron por haber escuchado un pedido de mi nieta), las artes estéticas también se abrieron paso junto al trabajo cooperativo por tantos años olvidado. Excelente reflexión sobre el confinamiento.
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