Moon, el largometraje de Duncan Jones.
Laura Harris, otro de los personajes de la serie Defying Gravity.
En septiembre y noviembre de este año el CCPE produjo las jornadas Estéticas de la dispersión, creadas y coordinadas por Franco Ingrassia, en las que Lucrecia Martel, Ana Longoni, Pablo Schanton, Damián Tabarovsky, Sergio Raimondi y Rafael Cippollini conversaron sobre el desarrollo de las producciones sensibles en un mundo precarizado y regido por la lógica del mercado. Allí, mientras las ponencias barajaban lecturas de Guy Debord, Jean Baudrillard o Luc Boltanski y Ève Chiapello, Tabarovsky se preguntó al fin y al cabo qué suele referirse con el término “mercado”. Y es que “mercado” es hoy día un término que, forzado a describir procesos más allá de la comprensión —sobre todo si esa comprensión debe practicarla un asalariado—, explica mucho menos de lo que dice y, más aún: llama a engaño. Acumulación de capital, pobreza creciente, incremento del hambre, guerras, manipulación ideológica, se sabe, son cosas que participan del mercado. Pero también desarrollo tecnológico y científico; el estado policíaco, la biopolítica y la retirada del Estado. La CIA y el FBI, que a través de agencias específicas invierten en los estudios de las literaturas en Pittsburgh, Pennsilvania, por ejemplo, volcaron el doble de fondos a los estudios de la literatura árabe luego del 11 de septiembre de 2001, en desmedro de las áreas de literatura latinoamericana, según cuenta un doctorado afectado por los recortes. El ejemplo pretende menos buscar una definición de mercado que señalar la inmensa trama del capitalismo global actual. Microsoft-Windows nació de una estructura militar, se dijo que Blogger era una herramienta de la CIA, lo mismo que Facebook y otras redes sociales. Los argumentos son los mismos que pueden leerse en ficciones científicas de larga data, desde George Orwell a Philip K. Dick. El imaginario o, mejor, la ficción popular contemporánea abunda en estas cuestiones, y no sólo los entretenimientos más frecuentes para adultos: cualquier padre que haya visto con sus niños el film Bichos (Pixar-Disney) recordará la escena en la que Hopper, el saltamontes, explica de manera muy sencilla cómo el estado terrorista y la acumulación capitalista se dan la mano y saltan la cuerda. A grandes rasgos —y con la débil precisión de las generalizaciones— podría decirse que el estado actual de las cosas no ofrece mucho lugar para la fascinación por la conquista del espacio, que es de lo que trata, a fin de cuentas, la llegada del hombre a la luna, ya que este centro cultural desarrolló, durante 2009, el ciclo Bienvenidos a la luna como homenaje a los 40 años de la primera misión humana en la luna. En el panorama de las series de televisión y las películas la cosa no ha sido muy alentadora tampoco. Sólo una película que alude de algún modo a este aniversario, Moon, dirigida por Duncan Jones (hijo de David Bowie). También una serie, Defying Gravity (desafiando la gravedad), producida por James Parriott (productor, entre otras, de El hombre nuclear) que culminó abruptamente en el episodio 13 (último de la primera temporada pero muy lejos de develar los misterios de la toda la tira), que al menos vuelve sobre la cuestión espacial y la adoración de los astronautas.
Laura Harris, otro de los personajes de la serie Defying Gravity.
En septiembre y noviembre de este año el CCPE produjo las jornadas Estéticas de la dispersión, creadas y coordinadas por Franco Ingrassia, en las que Lucrecia Martel, Ana Longoni, Pablo Schanton, Damián Tabarovsky, Sergio Raimondi y Rafael Cippollini conversaron sobre el desarrollo de las producciones sensibles en un mundo precarizado y regido por la lógica del mercado. Allí, mientras las ponencias barajaban lecturas de Guy Debord, Jean Baudrillard o Luc Boltanski y Ève Chiapello, Tabarovsky se preguntó al fin y al cabo qué suele referirse con el término “mercado”. Y es que “mercado” es hoy día un término que, forzado a describir procesos más allá de la comprensión —sobre todo si esa comprensión debe practicarla un asalariado—, explica mucho menos de lo que dice y, más aún: llama a engaño. Acumulación de capital, pobreza creciente, incremento del hambre, guerras, manipulación ideológica, se sabe, son cosas que participan del mercado. Pero también desarrollo tecnológico y científico; el estado policíaco, la biopolítica y la retirada del Estado. La CIA y el FBI, que a través de agencias específicas invierten en los estudios de las literaturas en Pittsburgh, Pennsilvania, por ejemplo, volcaron el doble de fondos a los estudios de la literatura árabe luego del 11 de septiembre de 2001, en desmedro de las áreas de literatura latinoamericana, según cuenta un doctorado afectado por los recortes. El ejemplo pretende menos buscar una definición de mercado que señalar la inmensa trama del capitalismo global actual. Microsoft-Windows nació de una estructura militar, se dijo que Blogger era una herramienta de la CIA, lo mismo que Facebook y otras redes sociales. Los argumentos son los mismos que pueden leerse en ficciones científicas de larga data, desde George Orwell a Philip K. Dick. El imaginario o, mejor, la ficción popular contemporánea abunda en estas cuestiones, y no sólo los entretenimientos más frecuentes para adultos: cualquier padre que haya visto con sus niños el film Bichos (Pixar-Disney) recordará la escena en la que Hopper, el saltamontes, explica de manera muy sencilla cómo el estado terrorista y la acumulación capitalista se dan la mano y saltan la cuerda. A grandes rasgos —y con la débil precisión de las generalizaciones— podría decirse que el estado actual de las cosas no ofrece mucho lugar para la fascinación por la conquista del espacio, que es de lo que trata, a fin de cuentas, la llegada del hombre a la luna, ya que este centro cultural desarrolló, durante 2009, el ciclo Bienvenidos a la luna como homenaje a los 40 años de la primera misión humana en la luna.
Género
“Pensar el mercado desde la literatura —dijo Sergio Raimondi en el primer encuentro de Estéticas de la dispersión— es pensar en la teoría de los géneros”. Los géneros, es decir, el condimento epocal de una ficción: el cine de los orígenes fue el western y la comedia (la conquista del oeste y, claro, de la historia por un lado y, por el otro, con Buster Keaton, Harold Lloyd y hasta Chaplin, la construcción de la ciudad, de la escenografía urbana), así como el de los 50 resolvió la tensión política de la Guerra Fría con películas de ciencia ficción en las que muchas veces los hombres rojos de Marte eran remedos mutantes de los hombres rojos de Moscú.
La ciencia ficción de hoy, mucho más apegada al laboratorio que a las fábulas, como sucedía antaño, rinde cuentas a las ficciones del mercado, que también reverencian la premisa de la ideología única. “Para mí —declaró Duncan Jones sobre su film, en el que Sam Rockwell es un solitario empleado de una mina en la luna— la Luna conserva esa naturaleza mítica. Como locación traza un puente entre la ciencia ficción y el hecho científico. Nosotros —por el ser humano— estuvimos allí. Es algo tan cercano y tan posible y, al mismo tiempo, no sabemos demasiado al respecto”.
Bajar a la reality
Moon, que transcurre en un paisaje lunar monocromático, con diálogos entre Gerty (la computadora-robot) y las descargas estáticas de una comunicación con la Tierra siempre fallida, desarrolla en realidad un relato sobre la vida del empleado futuro en tiempos en que la única moral es la productividad y la multiplicación del capital.
Defying Gravity, con un elenco digno de una serie de mayor éxito (Ron Livingstone, Laura Harris, Christina Cox, Eyal Podell, Ted Shaw) sigue al modo de un reality (para continuar con la tendencia que impuso Lost) el viaje de ocho astronautas, en el 2054, hacia los planetas del sistema solar. Algo así como una mente alienígena los acompaña en el viaje, el asunto es secreto y cuando parecía que habría alguna prueba de qué cuernos iba el asunto, la serie fue bajada de la cadena ABC (era una coproducción estadounidense, canadiense, alemana e inglesa) en el último episodio de la primera temporada (el 23 de octubre pasado).
Lo curioso es que a partir del episodio 7 (Fear: miedo), que transcurre en Halloween, cuando los astronautas deben filmar una publicidad de golosinas en el espacio, la cosa se vuelve cada vez más autorreferencial en el sentido de que el futuro de la misión espacial comienza a sufrir los embates de la falta de presupuesto, tal como les sucede a los productores de la serie, que ante la falta de rating ven que el periplo por el sistema solar (en la ficción) quema todas sus provisiones en Venus.
“¿Habría un espacio exterior a la mercancía?”, se preguntaba Raimondi el atardecer del 25 de septiembre pasado en el Túnel 4 del CCPE. ¿Qué lugar tiene la luna en el mercado? La escasa repercusión de lo poco que ofreció la televisión y el cine a los 40 años del primer alunizaje son un principio de respuesta.
Coda: Hablando de series Franco Ingrassia me recomienda un magnífico ensayo de Agustín Valle en su blog sobre Lost.
Estrenos. Defying Gravity no se estrenó en la televisión argentina pero puede descargarse desde muchos sitios de descarga directa en internet. Moon pasó raudamente por las salas argentinas en octubre y seguro estará pronto en devedé. Claro que también está en muchas de las páginas de las que pueden bajarse series.
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