Entre 1989 y 1992 primero, y entre 1993 y 1998 viajé casi todos los días a San Nicolás (al principio porque trabajaba en un canal de televisión, luego porque daba clases). Conocía a los pasajeros del Tirsa (Transporte Interprovincial Rosarino S.A., empresa que ya no existe) e, incluso, hasta sabía qué marca de cigarrillos fumaban algunos —en esa época se podía fumar en el ómnibus, pese a que un cartelito indicaba lo contrario.
Eran años de lecturas intensas, febriles, y esos viajes transcurrían en su duermevela. Además, como suele pasarme, la gente que me rodeaba tenía una identidad que se desvanecía ni bien bajábamos del ómnibus: al encontrármelos en el calle o en el Museo Castagnino, como me pasó una vez con uno de esos viajeros que trabajaba en los Tribunales de Villa Constitución y fumaba Parissiennes, me llevaba un tiempo reconocerlos, asociar sus rostros.
Aún suelo cruzarme con algunos por las calles de Rosario, en particular un hombre medianamente alto, pelado, que se engominaba el pelo que tenía en la base de la cabeza y se fabricaba una especie de peluca que apretaba contra el cráneo. También otro, muy ojeroso, que parecía siempre fastidiado y hablaba con mucha familiaridad con el chofer.
Hoy me pareció reconocer a uno de ellos en la cuadra de casa, pero no sé exactamente a cuál y no estoy seguro siquiera de que se haya tratado de un ex viajero del Tirsa. De todos modos, tuve la certeza de que la sensación que me producían esos cruces fugaces con los ex compañeros involuntarios del viaje, era la de ver a un ser extraviado, actuando en falso una vez salido de esa suerte de vida en suspenso que produce el viaje de corta distancia.
Muy bueno Pablo, como siempre !
ResponderEliminarLa verdad este boleto y la reseña que hiciste me traen muchos recuerdos…
También fui "viajero frecuente” del TIRSA. Si en aquellos años hubiera estado vigente la modalidad que hoy tienen las ... líneas aéreas, yo hubiera acumulado "millas" como para recorrer el mundo entero.
Esta imagen revivió en mi memoria un personaje que inevitablemente veía en mis viajes a y desde Rosario. Era el "boletero".
Se trataba de un personaje único. Si bien los había calvos o con prominente alopecia, con bigotes, con anteojos, flacos, altos, bajos, todos tenían un común denominador: estaban munidos de habilidades asombrosas… Vos subías al colectivo y al ratito nomás, se te acercaba este tipo con una memoria prodigiosa y un equilibrio digno de un acróbata.
Avanzaba por el estrecho pasillo que dejaba la doble fila de asientos (a veces llena de gente parada y sus bártulos) con sus manos siempre ocupadas, lograba mantener el equilibrio para poder caminar sin sostenerse de ningún lado frente al inexorable movimiento del ómnibus que se hamacaba de lado a lado por el pésimo estado de la “vieja” ruta Nº 9 … una curiosa habilidad que además de su uniforme (pantalón marrón oscuro en “composé” con la corbata que iba desprolijamente atada a una camisa color caqui) lo distinguía del resto de los mortales que ahí estábamos.
Me llamaba muchísimo la atención el hecho de que este señor, nunca se olvidaba de quiénes eran los que habían subido en la última parada e iba en busca de ellos, uno por uno, sin importar cuán lleno estuviera el colectivo, sin equivocarse, sin dudar.
Llevaba sus manos atiborradas de talonarios de boletos (los había de color amarillo, azul, verde claro y rosa) que iban enhebrados en los cuatro espacios entre sus dedos. En la otra mano, portaba un curioso adminículo. Era un aparatito de metal brillante que perforaba los boletos detallando: fecha, origen y destino y el importe del pasaje. Recuerdo como si lo estuviera viendo en este momento el ruido de esa perforadora al masticar el boleto y dejar caer las sobras al piso o sobre el mismo pasajero, si es que éste iba sentado. En este “procedimiento”, las hábiles manos del “boletero” doblaban previamente el boleto en tres por las líneas troqueladas, antes de ser arrancado del talonario y entregado al pasajero.
Pero las destrezas y pericias de este personaje no terminaban ahí. Sin vaciar sus manos, luego se daba maña para realizar, con prontitud y cierto arte, el intercambio de billetes que fijaba el costo del pasaje.
Recuerdo incluso que algunos de ellos, además fumaban y se hacían un tiempo para dar una profunda pitada antes de cerrar la transacción.
Estos viajes eran una especie de Odisea, que tenía dos modalidades: INTERMEDIA (una suerte de “expreso”) y el COMUN que realizaba todas las paradas posibles, alguna incluso, en lugares de la ruta que en aquellos años zigzagueaba entre los pueblos y ciudades del sur de Santa Fe antes de cruzar el Arroyo del Medio para llegar a San Nicolás.
GRACIAS PABLO !... Me hiciste volver como 25 años para atrás por el tunel del tiempo !
Un abrazo.
Hernán Moreno