socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

jueves, 26 de noviembre de 2015

halperin donghi y gonzález: desencuentro y homenaje

Sobre las Jornadas Halperin en la Biblioteca Nacional

UNR/UNER | amoreiraar@yahoo.com.ar

La Biblioteca Nacional ha editado las Jornadas Halperin Donghi. Entre el espejo de la historia y la tormenta del mundo que tuvieron lugar en junio de este año 2015. Pero lo que me interesa es recomendar el video de la apertura del encuentro a cargo de Horacio González, que se reproduce al lado de la ponencia Los tiempos que se quiebran.
Como se verá, en el comienzo de su alocución González recuerda sus intentos de vincularse con Halperin, su invitación para escribir en la revista de la Biblioteca y las sutiles y no tan sutiles negativas del historiador, entre ellas la última carta en la que afirma que no quiere “participar de una experiencia que me recuerda tan fervorosamente los pasos decididos que da un país hacia su necesaria decadencia”.
El enlace está arriba, pero acá va de nuevo: Video de H. González. 

Ese breve pasaje me recordó que hacia el 2006 [en realidad fue en octubre de 2004, año del III Congreso internacional de la Lengua Española] la cátedra de Literatura Argentina de la Facultad de Humanidades y artes de Rosario, a cargo de Martín Prieto, organizó un ciclo en Biblioteca Argentina. En una de las jornadas expusieron Horacio González, el mismo Halperin y el escritor Sergi Raimondi de bahía Blanca quien a la sazón resultó la revelación de la noche. Después el grupo fue a cenar a la vuelta, por calle Roca. Y allí fuimos testigos del momento en que González se retiraba a medianoche para pegarse la vuelta en ómnibus a Buenos Aires, como tantas otras veces. Pero antes se acercó a Halperin y a Adolfo Prieto que lo acompañaba y los invitó a hablar en Biblioteca Nacional. El gesto de González era de respeto, el de un alumno que saluda a sus viejos profesores, a dos bronces, y su invitación no era un formalismo para cerrar la conversación sino que se la advertía muy seria e insistente. Tanto uno como el otro se mostraron sorprendidos por la invitación y sus La respuestas fueron amablemente evasivas, Halperin respondió que ya regresaba a Estados Unidos, que quizás podría ser en el futuro. Apenas retirado Horacio, Halperin, irónico, agregó que ese futuro no llegaría nunca porque si algo era seguro era que González no duraría mucho en su cargo, y cualquier otro lo ocuparía al año siguiente.
Como sabemos esa predicción no se cumplió. González continuó siendo director de la Biblioteca Nacional y el kirchnerismo llega a fin en la transición más tranquila que haya tenido la Argentina desde 1810. Pero lo que me pareció importante entonces y ahora fue no ya que Halperin desconfiara de un personaje con pasado irremediablemente peronista como el director de la Biblioteca, y por esa razón difícilmente podría entender que se trataba no obstante del lector más lúcido de aquella generación de Contorno, sino, mucho más seriamente, que no alcanzaba a percibir todo lo que ese ciclo que se abría en la Argentina tenía de histórico, en el sentido de dejar en la cultura una marca fuerte, fundadora. En suma, el gran historiador no lograba discernir las capas profundas de su propio presente, incluso aquellas que lo tocaban personalmente: en aquel momento la merecida consagración de Halperin como figura central de la historiografía argentina transcurría por los carriles más diversos, incluso con un acontecimiento inédito e impensable, como cuando el Ministerio de Defensa del gobierno de Néstor Kirchner obsequió, en acto oficial, un libro de Halperin (La Argentina y la tormenta del mundo) a militares de alta graduación: el vejo gorila se convertía ahora en lectura institucionalmente recomendable de un gobierno peronista, otro modo de acercarnos a aquello que Halperin nos enseñó con maestría, a saber las complejas y paradójicas relaciones que se descubren cuando el paso del tiempo se cruza con el destino de los intelectuales. Sólo que en este caso se trataba de su propio destino.
González siguió siendo director de la Biblioteca Nacional, decíamos, y fue como parte de su proyecto cultural que nunca desmintió su sesgo nacional y popular que se organizaron las Jornadas de homenaje póstumo a Halperin a las que referimos. Allí, como podrá ahora leerse y verse participan un abanico abigarrado de intelectuales argentinos de diversa procedencia quienes más allá de infinitas disidencias coinciden –coincidimos– en una cosa: que Halperin Donghi es en efecto el más grande historiador argentino.

El uso de los mitos

Importa decir que este encuentro no necesitó apelar a formulismos consensualistas para poner en acto un modo de comprensión de la cultura (y en este caso del lugar del gran historiador argentino), en que la consideración final solo puede comprenderse al interior de un debate plural e incesante, que por definición no debe cerrarse. En ese marco, el contraste entre la obra de González y la de Halperin puede resultar interesante puesto que ambos comparten una misma visión de la acción enmarcada en categorías de la tragedia, perspectiva que remite a Max Weber; sólo que la mirada irónica que de allí se desprende tiene en uno y en otros efectos potencialmente distintos. Como ha señalado Horacio en muchas ocasiones la verdadera discusión con Halperín pasa por la manera de concebir y usar los mitos, en este caso, aquellos que fundan una nación y sostienen su cultura habida cuenta que el historiador se ha empecinado con un talento inigualable en disolverlos. Yo agregaría como tarea colectiva futura, que es importante revisar la recepción de ciertos rasgos de Halperin, en particular la de la ironía entendida ésta en un sentido amplio, como la poética que estructura su obra. Importa observar que si a esa articulación se le quita la función crítica, la interpelación irónica puede adquirir los sentidos más diversos: de arma de la crítica –de la desmitificación– a madre de todos los consensos. Algo de eso hay en los modos en que esta obra fue leída por amplias parcelas del campo intelectual en las últimas décadas, en particular en los años 80 y 90 –años en que los intelectuales se transformaron en profesionales de las ciencias sociales. Quizás se haga necesario pensar que los nuevos proyectos de país que eventualmente puedan surgir en el porvenir requieran de otras poéticas que en lugar de inhibir promuevan la activación de lo político y más profundamente de la acción humana.
Pero volvamos a lo que nos interesa: el 11 y 12 de junio se realizó un homenaje a Halperin en Biblioteca Nacional en el que participaron incluso aquellos que han compartido con Halperin una extraña e irrefrenable terquedad por no comprender todo lo que ha ocurrido en estas latitudes entre 2003 y 2015. Escribo esto el día 22 de noviembre de 2015, horas antes del balotaje que decidirá el futuro presidente de la Argentina, y no me cabe la menor duda de que cualquiera sea el ganador de la jornada, en pocos meses experimentaremos un sentimiento de nostalgia frente a aquel homenaje del mes de junio y frente a tantos otros eventos de la cultura argentina de estos últimos años. Quizás podamos entonces desembarazarnos de la carcasa de la imbecilidad mass mediática que de tantas maneras nos atenaza para poder encontrar una evaluación justa de este extraordinario período de la historia argentina.

Alejandro Moreira
Rosario, 22 de noviembre de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.