Una belleza rural. Eso pienso cuando veo la foto. La
muchacha posa para la cámara con una tolerita a lunares y unas calzas. Tiene
los hombros caídos y los brazos le cuelgan a los costados. Los ojos oscuros nos
señalan algo que no dejamos de buscar. Algo acaso melancólico, porque toda
belleza agita el fantasma de una pérdida que nos vuelve melancólicos. Y esta es
una belleza rural. Una cinta que no terminamos de leer ("Pueblo de
Car...") le cruza el cuerpo, más bien le cuelga del cuerpo que adivinamos
esbelto, pero también suspendido en esa observación que capta la cámara
mientras nuestra belleza rural nos mira desde la oscuridad de sus ojos y yace
en la pose como recostada en la cinta que no llegamos a leer.
La foto está en la página
23 de “Llanura”, uno de los hermosos libritos de fotografías de Matías Sarlo, que él
mismo publica en Lucio
V. Ediciones.
Llanura es un
conjunto de fotografías rurales, tomadas a menos de cien kilómetros de Rosario,
donde Sarlo se formó y trabajó como reportero gráfico hasta hace un par de años
en algunos de los medios más notorios de la ciudad. Hasta que, como en una
declaración de los años 70, se fue a vivir al campo.
“Quería explorar el mundo rural –me escribe Matías–, que es donde nací. Busco ir más allá de la imagen estereotipada del molino, la tranquera y el gaucho, de alguna manera «deconstruir» el paisaje y llegar a las personas, descubrir la identidad rural si es que hay una. Al campo se le ha escrito, se le ha cantado, se lo filmó, pero creo que la fotografía aun no lo ha explorado con sinceridad. Hay personas que lo hacen, como Gustavo Frittegotto, pero debemos ser más, se necesitan más miradas.”
La primera foto de Llanura
es la de una banda que presumimos de cumbia en un escenario pegado a un
tinglado. Allá en el horizonte vemos al cantante al frente de la banda,
secundado por un tecladista, un acordeonista y un percusionista sobre una
batería sin bombo. Encima hay un cartel que reza “Bienvenidos” y adelante una
pista vacía. Una banda muda en una escena sorda, sin público. Lo mismo que las
fotos del libro, que hacen como un gesto a una intemperie en la que se sume
también el lector-espectador.
Dice Matías Sarlo que cuando se fue al campo, a Lucio
V. López (a menos de 50 kilómetros de Rosario por la ruta 34) y fundó su
editorial quería “hacer llegar esas imágenes a los habitantes rurales, ver qué
ida y vuelta se produce, qué genera, si se reconocen, si se sienten
interpelados. Para eso el libro es el soporte ideal.”
Pero ese ida y vuelta no es tan sencillo para el tipo de
fotografías que intenta Sarlo. Cuando la gente de ese mundo rural fotografiado
se ve en los libritos “algunos no dicen nada –cuenta el fotógrafo–, eso quiere
decir mucho. La sobredosis de tevé los hace impenetrables. Otros se decepcionan
porque esperan ver puestas de sol, jineteadas, fotos más claras, que no los
perturben quizá. A una señora le molestaba que en el primer librito no se ven miradas
y que la única que se ve es la de un nene con cara de asustado. Otros que me
han dicho que se encuentran en el libro, que «le despierta pensamientos que
tenía dormidos» me dijo un peón de 35 años que viene a casa a aprender a leer y
escribir con mi compañera y que quiere ser poeta.”
El “primer librito” que
menciona es Nuestros pasos que, entre
otros, está dedicado al difunto Facundo Cabral –quien no siendo “de aquí ni de
allá” murió asesinado en Guatemala el 9 de julio de 2011– y comienza con una
cita del escritor uruguayo Juan José
Morosoli –un secreto bien guardado entre los escritores orientales.
El nene “con cara de asustado”, en la página 41, es en la
foto un bulto blanco envuelto en un poncho que avanza en lo que podría ser una
procesión, o un acto patrio, o lo que sea que convoca por un camino de tierra a
un grupo de personas de los que solo vemos su ropa oscura y sus pies que
avanzan por la tierra apisonada y salpicada de pasto.
“Yo trato de no trabajar con imágenes únicas, no me interesa
crear «la» imagen del campo, quiero producir un cuerpo de imágenes, que
funcionen como un recorrido psicológico del mundo rural”, me escribe Matías.
Y sus libros son eso: una propuesta estética antes que una
serie de retratos, una serie de pistas antes que la acabada toma de un paisaje.
Los libros pueden verse en parte online: Nuestros pasos, lo mismo que Llanura.
“Antes –me responde Matías cuando le pregunto por qué se fue
a vivir al campo– la gente migraba por cuestiones laborales-económicas, como lo
hice yo cuando me fui del pueblo donde nací (Rafael Obligado, Buenos Aires) y
crecí a Rosario en el año 2000. Hoy veo una migración inversa de muchas
familias, de Rosario al campo, por una decisión más filosófica. Quizá como una
pequeña resistencia al capitalismo”.
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