publiqué esta nota en junio de 2005, cuando iba a emitirse la miniserie sobre los espías de cambridge, que me descargué hace unos cinco meses y recién pude ver completa. ahora que leo la biografía de trotsky de jean-jacques marie vuelvo a pensar en philby.
De haberse demorado unos diez años el inicio de la Primera Guerra, en 1914, 1912 sería, seguro, el año con el que saludaríamos el Siglo XX. Fue el año en el que las aspiraciones titánicas de la modernidad (resumidas en el episodio real del hundimiento del Titanic, así como en el film que rodara 85 años después James Cameron), se toparon con un iceberg en el Atlántico Norte. El día de año nuevo de 1912, en Ambala, India, nacía Harold Adrian Russell Philby, quien adoptaría en unos tres años el apodo de Kim, como el personaje de Rudyard Kipling, porque antes de hablar inglés –como correspondía a un vástago de un funcionario de su majestad– barbotó sus primeras palabras en punjabi. El detalle no es menor, cuando se tiene en cuenta que Philby sería conocido como el doble agente más famoso de la historia: luego de ascender escalafones en el Servicio Secreto Británico y de formar cuadros en la CIA y el FBI en los albores de la Guerra Fría; en 1963 Kim desapareció de Medio Oriente mientras sus colegas ingleses le pisaban los talones y se refugió en Moscú, a la que siempre había servido a través de la KGB. No hace falta ser un escritor influido por Gilles Deleuze para observar en aquella anécdota inicial (el crío que habla antes la lengua colonizada que la de su familia colonizadora) un signo de la vida de Kim Philby. Por estos días, el canal de cable Space emite una miniserie realizada por la BBC sobre Philby y el grupo de otros tres espías formados en Cambridge, miembros de la aristocracia inglesa que traicionaron a su país luego de evaluar, en los tempranos años 30, que la única forma de derrotar al fascismo era aliarse a la Unión Soviética de José Stalin.
De Philby, quien inspirara al escritor Graham Greene el oscuro antihéroe de El tercer hombre, Harry Lime (al que Orson Welles, en la versión cinematográfica, le inventara aquel maravilloso monólogo sobre los suizos y el reloj cucú), se dijo que era un espía tan inteligente que era capaz de detectar entre lo que aparecía como “desinformación”, cuando los servicios de su país querían engañar a la KGB, y los secretos más valiosos. Según lo contara el mismo el mismo Philby en su autobiografía publicada en el exilio ruso, en 1968, y prologada por Greene (quien había trabajado a sus órdenes cuando era agente del MI5, el servicio de espionaje al que reporta el paródico James Bond), Kim fue reclutado en 1934 por una comunista británica, Edith Tudor-Hart. Más tarde, pasaría a operar para la entonces NKVD (luego la KGB). En ese libro (My Silent War: mi guerra silenciosa), Philby se atribuye el reclutamiento de dos de los más importantes agentes dobles ingleses descubiertos en 1950: Guy Burgess y Donald Maclean, quienes formaron junto con Anthony Blunt (supervisor de la pinacoteca real y una de las máximas autoridades en arte del Reino Unido) el cuarteto de espías de Cambridge.
Según los biógrafos, St. John Philby, el padre de Kim era, aparte de un reconocido diplomático en India, un espía británico hasta su conversión al Islam, cuando se transformó en el asesor más próximo al Rey Saud de Arabia y su controlada locura desbordó. En 1963, antes de ser descubierto, Kim sostendría la cabeza moribunda de su padre y en pocos días, mientras su tercera esposa (quien a diferencia de la primera ignoraba la profesión de su marido), lo esperaba en casa de unos amigos para cenar, abrodaría un avión que lo depositó en suelo moscovita.
Cinco años tardaría la KGB en reconocer los servicios de Philby (quien a través de Burgess y Maclean habría pasado los secretos de la bomba atómica a los rusos). Sospechaban que en realidad el hombre era “planta británica”, que sus reportes habían cumplido siempre con la misión de conseguir información para el MI5 y MI6 (el servicio de contraespionaje). Recién en 1967 Philby pudo acceder a los beneficios de un espía retirado y en 1988, meses antes de morir, fue premiado con la Orden de Lenin. Post mortem, el gobierno soviético idearía un homenaje aún más irónico: creó estampillas postales que varias veces arribarían a Inglaterra entre la correspondencia oficial.
Los 30
Pero conviene volver a los años 30 en Cambridge, cuando el joven Kim Philby era un aristocrático estudiante de una de las universidades más excelsas de Gran Bretaña, junto con Oxford. Entonces, la primera gran utopía del mercado había llevado al mundo occidental a una de las hecatombes socioeconómicas más espeluznantes de la historia tras la caída de la bolsa en Wall Street en 1929. Alemania, que pagaba una feroz deuda externa a los países que la habían vencido en la Primera Guerra, iba cuesta abajo en una hiperinflación sólo comparable a la de España durante las décadas posteriores a la conquista de América, cinco siglos antes. Las manifestaciones del fascismo en la Italia de Musolini y el ascenso de Hitler en Alemania, eran vistas por la deshilachada burguesía británica como una razonable opción ante el avance de la revolución bolchevique (1917). Por esos días, Guy Burgess y Anthony Blunt, unidos sentimentalmente y miembros fundadores de Los Apóstoles (el grupo de ideas socialistas de Cambridge), recibían al joven Kim, que en 1937 se alistaría para pelear por la España republicana, luego de ser reclutado como espía de la KGB. Desde entonces y hasta mediados de los 60, cuando Philby fue desenmascarado por un doble agente soviético que desertó, el espía llevó adelante una ascendente carrera en el SIS (servicio secreto inglés) y fue, entre otras cosas, el lazo entre las agencias de espionaje británicas y la flamante Agencia Central de Inteligencia (CIA) americana en los 50.
Si bien la KGB se había tomado el trabajo de infiltrarse en las mejores universidades inglesas, como Oxford y Cambridge, para reclutar a los prominentes jóvenes que ocuparían puestos claves en el gobierno británico, la colaboración de Philby, Blunt, Burgess y Maclean (cuarteto al que, según las versiones, habría que sumar un quinto miembro) fue recibida siempre con sospechas en Moscú, según se desprende de la desclasificación de informes rusos luego de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la antigua Unión Soviética.
El factor humano
Según W.J. West, último biógrafo de Graham Greene (quien trabajó bajo las órdenes de Philby en España y África en servicios de contraespionaje), el escritor habría renunciado a sus servicios en el MI6 a mediados de los 50 enterado (unos 10 años antes que el servicio secreto inglés) de que su amigo Kim, al que se mantuvo fiel, era en realidad un agente de la KGB.
En 1988, antes de morir y casado por cuarta vez con una mujer rusa, Philby, que entonces enseñaba a los espías rusos a refugiarse en los recursos legales y constitucionales cuando fuesen descubiertos en países de Occidente, accedió a un largo reportaje del diario inglés The Sunday Times. Allí justificó su traición y sus delaciones a los rusos convencido de que las democracias occidentales eran demasiado débiles para resistir el ascenso del fascismo en Europa y que sólo la Unión Soviética sería capaz de derrotarlo. Sin embargo, luego se sabría que muchos oficiales de la KGB que recibían los informes de los planes norteamericanos para Indochina y Vietnam que emitía Burgess y Maclean desde Washington y supervisaba Philby, no eran tenidos cuenta por considerarse demasiado buenos para ser ciertos. No es de extrañar, el mismo gobierno criminal de Stalin había desdeñado en 1941, en plena Segunda Guerra, los informes sobre la invasión a Leningrado de uno de sus más prominentes espías en Tokio: Richard Sorge, porque contradecían los cálculos y los pactos del dictador.
Pero el comunismo no era sólo una atractiva postura para los jóvenes de Cambridge. En los años 30 sedujeron a más de un intelectual en Oxford, entre ellos a Graham Greene, quien tuvo un carnet del partido durante algunos meses y confesaría luego en Una especie de vida, sus primeras páginas autobiográficas: “Treinta años después, tras mi experiencia en la guerra francesa del Vietnam y la política norteamericana en ese país –de donde saldría El americano impasible–, sentí por el comunismo una simpatía mayor de la que nunca había sentido, aunque cada vez menos por su versión rusa”.
Pero el libro en el que Greene más ahonda sobre el tema es El factor humano, donde las historias de espionaje, como en la vida de Philby, se mezclan permanentemente con el amor y el protagonista concluye en algún momento ante su “control” (el agente encargado de contener y sonsacar al doble espía): “El amor es un defecto en nuestros servicios”. Como se imaginará, una novela de Greene es también una interrogación por la Gracia, por el modo en que el Dios cristiano invita a los hombres a su morada. Y, bajo el nombre de su héroe, el escritor Greene –sobre el que también pesó en el algún momento la sospecha de la delación–, escribe: “Un «control» es semejante a lo que debe ser un sacerdote para un católico: un hombre que recibe la confesión ajena, cualquiera que ésta sea, sin ningún tipo de emoción”.
Acaso, la historia de Philby y los espías de Cambridge, más allá de lo que nos muestre en breve la televisión, no sea muy distinta a la trama de El factor humano: el derrotero de hombres que multiplicaron sus amores y buscan en su delación un lugar junto al amor perdido.
El Enigma
Entre 1944 y 1948 Donald Maclean (un recluta de Kim Philby que en los 50 estuvo a punto de arrastrarlo cuando fue desenmascarado por el FBI y debió refugiarse en Moscú), estuvo asignado a la embajada británica en Washington. En ese lapso fue la principal fuente de los soviéticos sobre las comunicaciones y las políticas entre Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt y, luego, Churchill y Harry Truman. Aunque Maclean no transmitió la información técnica sobre la bomba atómica, reportó su desarrollo y su progreso y, en particular, las cantidades de uranio que disponía Estados Unidos, lo que permitió a los científicos de Moscú predecir el número de bombas que podían construir los norteamericanos. Por su parte, entre las distintas asignaciones que tuvo Philby, durante la Segunda Guerra informó a los soviéticos sobre la decodificación de Enigma, el código secreto nazi que desentrañó un equipo de de agentes de Bletchey Park entrenados por el mimso Philby, mientras las bombas llovían sobre Londres. Desde su alto cargo en el MI6, Philby identificó también a los agentes ingleses infiltrados en la Unión Soviética.
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