Llega este momento del año en el que florece el jazmín y los azahares. Uno pasa por un patio y llega ese aroma lejanamente empalagoso, como de elíxir probado hace tiempo. Y no, no es que parezca que el tiempo se detiene, ni que seamos los mismos que olíamos el jazmín o la flor del limón hace 20 o 30 años atrás, pero el perfume parece sugerir algo que está tan en el aire como el paso de los años vuelve y nos muestra, con su propia fugacidad, la fugacidad de nuestras preocupaciones. ¿Qué podríamos reprocharle a la juventud breve? Un mes o poco más durará el aroma del jazmín y los azahares en el aire y en ese discreto lapso el deseo y la frustración giran en la misma rueda y eso nos aliviana de lo que pasó, lo que vendrá, lo deja en el aire, donde la tierra y el agua, la patria y el río, todo es volátil y no menos intenso, como los momentos que extrañamos, hacia atrás y hacia adelante.
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