Joaquín Chiavazza y Blas Persia Fotógrafos. Los años de La Tribuna. 1950-196 se presenta este lunes, 5 de diciembre, a las 20, en el Museo de la Ciudad (sobre Oroño, en el Parque de la Independencia). En el sitio web del museo hay también un completo recorrido por el archivo de Chiavazza.
Una ciudad que desplegaba su modernidad al tiempo que cambiaba para siempre queda capturada en la lente de los fotógrafos Joaquín Chiavazza y Blas Persia, quienes entre 1950 y 1964 registraron para el diario La Tribuna (que en esa primera fecha reabría tras permanecer cerrado
La de Chiavazza y Persia es quizás la colección fotográfica más importante de Rosario, el Museo de la Ciudad albergó en principio los negativos, hasta 1990, cuando se creara la Escuela Superior de Museología. Hoy día esas instituciones se reparten 1.330 negativos en vidrio y 6.459 flexibles, la segunda, y 12.775, la primera. De esas colecciones, de las que se nutrió el libro, la ciudad pudo ver entre 1990 y 2007 cuatro muestras. El libro recoge cientos de esas imágenes en más de 230 páginas, las ubica en lugar y tiempo al ordenarlas en sus hojas y, al final, en la sección “Sobre las fotos en La Tribuna” hasta reacomoda esas fotos en las páginas del diario en que aparecieron: no sólo enseña la noticia que señalaban, también ofrece el contexto local, nacional y mundial, el recorrido de esas fotos desde la operación de ilustrar un acontecimiento hasta la de ser contempladas como imagen aislada, documental de la ciudad. Lo que hoy es historia, visto ahí, al final del libro, luego de pasear por imágenes en las que aún puede reconocerse la familiaridad de un edificio, una esquina, un recuerdo doméstico, adquiere una dimensión de cercanía y, sobre todo, le da materialidad a esa lejanía.
Picado
“Su mirada –anota sobre el fotógrafo Cecilia Vallina en el prólogo– estaba puesta en el presente y la ciudad era su tema y escenario”. En ese mismo texto, que recoge testimonios e impresiones de personas que trataron con el archivo y con la fotografía en general, se percibe que Chiavazza y Persia no eran del todo modernos para su tiempo, que a diferencia de la nueva escuela surgida a mediados de los años 30 en revistas como Life, en la que los fotógrafos procedían a capturar un momento sin intervenir en él (cuya parámetro más frecuente son las fotografías de Robert Capa o las más reposadas de Henri Cartier-Bresson), nuestros repórters elegían a veces “armar” la foto, pedir a un familiar o un conocido que posara (en determinados momentos, no en la captura de un gol ni de cualquier competencia deportiva). “La función puramente informativa de la imagen –señala la prologuista– podía ser potenciada por una función expresiva que resaltara el entusiasmo, la sorpresa, el sacrificio, la ingenuidad, el status, la desconfianza, la pose artística o natural de los que miraban a cámara esperando el disparo que los retrataría como eran y un poco como querrían ser”.
Esa sutileza, la diferencia que introducía la pose, es acaso la clave para mirar estas fotos en los que casi no hay colectivos, sino ómnibus, en las que en el parque automotor conviven vehículos de los años 20 con mastodontes de los 50 y 60, más los Fiats y Gordinis pequeñitos que circulan entre los rieles del tranvía; en las que percibimos con fascinación el gesto adusto de los vendedores de pan, los de futas y verduras en un mercado en pleno centro o los carreros de la leche apostados contra las vías, en el Pario de la Madera. Chiavazza –lo vemos en una de las imágenes del libro–, solía subirse a una escalerita, un balcón o una terraza para hacer sus tomas. Esto le daba una perspectiva mayor, lo que en cine se llama “picado” en estas fotos tiene un valor semejante: destacar en ese cuadro algo que, al ser percibido desde cierta altura, queda de alguna manera aislado, queda señalada su frágil condición material, su existencia. La Rosario de Chiavazza y Persia es también, desde esos “picados”, una ciudad que oscila entre la que era y “la que querría ser”, otra razón para ver estas imágenes con una emoción inclasificable.
En la última parte del libro, la dedicada a poner en contexto las fotos, los editores (Oscar Taborda, director de la editorial, Daniel García Helder y Juan Manuel Alonso), anotan sobre la toma en picado de la esquina de Santa Fe y Maipú (en la que actualmente no existe ninguno de los edificios, ni la plazoleta que aparecen en la imagen): “¿Adónde está subido el fotógrafo? Su ubicación debe llamar la atención, porque varios transeúntes miran a cámara con curiosidad: la mujer del tapado y la nenita, el hombre de sombrero que gira sobre sí, la mujer que está por cruzar la calle con bolsas en la mano, el hombre en sobretodo avanzando en mitad de la calzada. Únicamente el joven sentado en un banco del círculo central de la plazoleta parece desentenderse por completo del asunto”.
Por otra parte, como observaron los curadores de las muestras que se hicieron en 2007 en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia y en el Museo de la Ciudad, la cámara de Chiavazza funcionaba como un diario personal, en sus rollos se descubre tanto el retrato de acontecimientos que pertenecían a la noticia como registros personales, familiares, curiosidades de la calle u objetos que llamaban la atención del fotógrafo. Si hubiera que leer ese rollo hoy día acaso el mayor parecido sería con el blog (de fotos como en tumblr.com, de anotaciones e imágenes, como en blogger.com). Este trato con la ciudad, de su faz más pública y ajena al rincón privado de la familia y la casa, también se transparenta de algún modo en las fotografías e imprime sobre ellas un aire de anacronismo: la confianza con la que Chiavazza y Persia se asomaban a la ciudad y la “escrachaban”, para usar el término con el que la cultura televisiva recuerda a un reportero gráfico de fantasía.
Rastros
Pero Chiavazza y Persia también “sabían” que lo que estaban haciendo era recoger los rastros de algo enorme que perduraría en el pequeño espacio del negativo. Y acá nos detenemos en la foto de la desaparecida estación de servicio Perbel (en Corrientes 861, alrededor de 1960), en la que vemos el edificio de los años 20 que emula la torre de un barco o un submarino (la fascinación con la máquina del art Decó), con los dos surtidores simétricos y, detrás, el estacionamiento, en el que conviven vehículos de la década del 40 y, sobre la izquierda, una enorme cupé de fines de los 50. Ese paisaje, de una urbanidad que se extinguía, la de un centro que se permite aún grandes lotes desiertos, está ahí para llamarnos la atención sobre cómo la contemporaneidad poco se interesa en las viejas profecías del futuro (el edificio art Decó de la gasolinera), y cómo los signos de nuestro futuro tienen muchas veces los matices del recuerdo.
“Memoria de una época, pero también visión particular –escribe Cecilia Vallina en el prólogo–: los reporteros gráficos devienen fotógrafos y el documento se presenta a nuevas consideraciones, como si la imagen del pasado recuperase en el futuro –nuestro presente– su dimensión estética”. Y es en esa ecuación que encuentra Vallina donde está también la maravilla de este libro: en esa operación con el tiempo, devuelta en una experiencia sensible (estética), la ciudad se vuelve una lejanía material, esfuma su cercanía, se nos ofrece como un objeto de deseo.
El libro Joaquín Chiavazza y Blas Persia Fotógrafos. Los años de La Tribuna. 1950-1964, tardó un par de años en gestarse y otro tanto en quedar terminado y distribuirse, como hizo la Editorial Municipal desde hace un par de semanas. Oscar Taborda, Daniel Gracía Helder, Juan Manuel Alonso y Diego Giordano, el equipo de editores de la editorial, acotaron el archivo a los años del segundo período de La Tribuna, que reabrió en 1950 y sobrevivió en la ciudad del diario único hasta principios de los 70 (había nacido como órgano del PDP en 1928, cuando se llamaba Tribuna). Los editores no sólo apelaron a la mirada de expertos, a bibliografía, testigos y documentos, sino que distribuyeron imágenes por correo electrónico y hasta en Facebook para dar con una fecha o ubicar un paisaje de la ciudad que los años desfiguraron. Por ejemplo, sobre una foto en el que se ve a un agente de tránsito en una esquina, desde la EMR comentan en el muro de Facebook: “Mario Ghione nos había dicho que casi con seguridad la avenida era Pellegrini, porque era una de las pocas que tenía los rieles del tranvía junto al cantero central, y revisando el recorrido del 78 veíamos que iba por Corrientes hasta la estación de trenes. Ahora, con esta foto, que es del 60, con el cartel de Cinzano y los toldos y las molduras, se corrobora, ¿no?”
El libro puede conseguirse en el puesto de Córdoba y Corrientes, además de las librerías que aún funcionan como librerías. El precio, una ganga, menos de la mitad de lo que cuestan unas zapatillas hechas en Tailandia con plástico reciclado: 150 pesos.
Estación de Servicio Perbel, Corrientes 861, ca. 1960.
Joaquín Chiavazza y su cámara.
Santa Fe y Maipú, ca. 1959.
Pellegrini y Oroño hacia el este, ca. 1957.
Aroyo Saladillo, septiembre de 1953.
Cruce Alberdi, Salta y San Nicolás, diciembre de 1960.
Motos estacionadas frente al Banco Proovincial, Santa Fe y San Martín, ca.1956.
Cafferata entre Santa Fe y Córdoba, hacia el sur. Ca. 1960.
All a pleasant day. Who is a fan of Barcelona?
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