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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

martes, 5 de marzo de 2013

bowie: "everyone says hi"

Imagen de Jimmy King publicada por la NPR.


Bajo el título “David Bowie, Rock's Shape Shifter, Returns” (“Bowie, regresa el mutante del rock”; y cabe señalar que shape shifter fue el término elegido en la serie Fringe para los seres híbridos del universo alternativo), el sitio de la NPR publicó ayer este comentario de Ann Powers sobre el último disco de David Bowie que acá traducimos (por favor, se trata de un comentario radial, no un texto redactado para un diario).
“Mi mundo musical no existe sin la influencia de David Bowie. Esto es, por cierto, una hipérbole; incluso cuando pienso en los 10 años que pasaron en los que Bowie no hizo música, pienso a la vez en todas las cosas que anduvieron en la corriente subterránea que él creó. Lady Gaga y Kanye West; Adam Lambert sobre American Idol; la época última de U2 y la primera de Radiohead; M.I.A. y TV on the Radio y Janelle Monae y Frank Ocean —todos tomaron algo de la bolsa de trucos del rey de los Goblins. De modo que Bowie estuvo con nosotros incluso cuando no estaba. Y ahora, a pesar de los rumores contaminados sobre persistentes problemas cardíacos o algo peor, sabemos que Bowie no se nos está yendo rápido ni quedó “colgado en lo alto del cielo” —camina entre nosotros desde iTunes, donde su álbum de estudio número 24, The Next Day, puede descargarse vía streaming.

Durante su retiro Bowie sólo hizo lo que los artistas serios pueden hacer con lujo y disciplina: juntar material y dejar que se geste, esperando el momento preciso para relanzarse. Bowie está obsesionado con ese momento preciso: es uno de los mayores temas en su obra, desde el lapso de cinco años que le tomó imaginar a Ziggy Stardust aterrizar hasta la línea señera de su trilogía de Berlin —“podemos ser héroes, sólo por un día”. Debe haber resultado casi un juego para él recostarse y dejar que este coherente aunque no siempre uniforme álbum conceptual tomara forma, y entonces tomara nota de la atmósfera, esperando el momento perfecto para lanzarlo: el final del invierno, cuando todos estamos un poco ansiosos, cuando el aire es frío y muchas veces lo suficientemente claro como pára esparcir mensajes complicados. 
The Next Day no es un álbum fácil de absorber, aunque es una joya que se deja escuchar sin descanso, en especial para los seguidores sedientos de perseguir sus mensajes ocultos. Las letras ofrecen pistas y muchas maniobras de distracción. Algunas canciones tienen una fuerte impronta autobiográfica, mientras que otras se leen como capitulos en medio de un libro con el que nos tropezamos en una tienda de curiosidades. Las dos pistas que la mayoría de la gente escuchó se deslizan en el costado personal de la cosmología de Bowie. “Where Are We Now” es una balada elegíaca que conecta su propia nostalgia de Berlín con reflejos sobre aquél refugio en la ciudad ahora distante. Mientras que “The Stars (Are Out Tonight)”, con su maravilloso video á la Todd Haynes en ácido (dirigido Floria Sigismondi), es acerca de la fama, una de las más persistentes obsesiones del Duque Blanco.


Sin embargo, más allá de estas excursiones íntimas, Bowie se pasea a lo ancho de la historia medieval, de escenarios de películas de espías, relatos de exilio y paranoia y hombres y mujeres que entregan sus mundos a la venta. Los momentos más livianos del álbum —hay una canción bailable, una canción de amor, y una rockera que machaca y azuza a los pretendientes al trono musical de Bowie— aún provocan al cerebro con referencias oscuras y giros narrativos. La música es la vez ecléctica y se siente suelta, de la mano de los colaboradores más confiables de Bowie (el guitarrista Earl Slick, el saxofonista Steve Elson, la sección de ritmos de Gail Ann Dorsey y Sterling Campbell) conectando con astucia cada riff y cambio rítmico con los puntos más tempranos de su carrera, sin fetichizar ninguno de los períodos. La diestra yuxtaposición de elements de estas variadas poses musicales —el Bowie del gran ritmo, el Bowie de baladas melodramáticas, el Bowie lejos de cualquier ola, el Bowie pop y centro de escena e incluso el Bowie mayor y agotado que salió en el muy delicado álbum Reality, de 2003— satisface el oído hambriento sin privilegiar ninguno de los disfraces en el armario del actor.
Ese armario desbordante y el hecho de que esté tan lleno, hacen de The Next Day algo más que un ejercicio de nostalgia. En lugar de recrear cada momento, sus seguidores podrían desear una revisita a Bowie, al productor Tony Visconti y a los muy experimentados compadres de Bowie que en The Next Day interpretan una cabal muestra de una de las discografías del rock que le da forma a canciones que se sienten inmediatas. Bowie cambia su estilo vocal en el recorrido del álbum, impostando diferentes voces familiares y alentando a los músicos a seguirlo hacia rincones de su sonido que no han visitado en mucho tiempo. (Escuchamos “Cat People” por acá, podría ser “Look Back in Anger” por allá; todos podemos divertirnos persiguiendo las figuras que emergen en esta neblina de la memoria.) La música no suena con una fecha precisa porque siempre está corriéndose; también porque las innovaciones de sonido de Bowie aún inspiran a muchos artistas jóvenes, desde la segunda generación de New Wavers como Pulp y Blur hasta los chicos que hoy juegan con la caja de crayones del glam glitter, como fun. y Foxygen.
Más importante que su influencia musical, sin embargo, es la reciente y fresca obsesión de Bowie: hacer creer. Uso esa expresión infantil en su sentido más serio, que representa esa actividad humana central de autocreación a través del discurso y la acción, disfraces, sueños de la vigilia y mentiras. Suelen hablar de Bowie como un camaleíon, un maestro del artificio, pero eso es sólo su superficie; la mayoría de su obra trata en realidad sobre el artificio.

Sus mayores éxitos volvieron vívidos los procesos de creacón del arte y de creación de estrellas, consideraron cómo el rock deificó a los amigos y amenazó el propio sentido de identidad. Confrontaron el poder del deseo para destrozar la propia sexualidad, confundieron o desdibujaron estereotipos raciales. Derribaron grandes temas como el impacto de la tecnología y los límites del nacionalismo dentro de historias de corrimientos radicales y alienación, a veces con un matiz sobrenatural. Bowie mismo adoptó por cierto muchos disfrases en su carrera, pero sus transformaciones sólo son una parte de su proyecto más extenso: exponer la naturaleza artificial de nuestras más preciadas, más "verdaderas" experiencias, ya sea el amor, la religión, el orgullo nacional e incluso la soledad de uno mismo.

En décadas pasadas estos intereses volvieron a Bowie relevante para estudiantes de sistemas filosóficos como el posmodernismo. Hoy en día, esa construcción es más claramente parte de la vida de cada uno. Por supuesto, el mundo online se desliza por allí: fabricamos nuestros avatares y vivimos a través de distintas realidades virtuales. Ese era el tema de Bowie en Reality; en The Next Day, lo explora con más amplitud, indagando cómo las historias que nos contamos en comunidad crean tiranos y motivan guerras, y confrontando con eso que sucede cuando alguien es arrojado fuera de su propia historia de vida, exiliado; con la actividad criminal, con la enfermedad mental o la duda espiritual. 
De todos modos, eso es lo0 que escucho en las nudosas letras de The Next Day, algo que cobra vida en una música que se desplaza a un mismo tiempo en muchas direcciones. Para la creencia de Bowie en el artificio es fundamental su rechazo a la idea de una fuente primaria para el rock and roll. A diferencia de varios rockeros clásicos, desde los Rolling Stones a Neil Young, Bowie no está envuelto en un ideal del blues o cualquier otra forma de la música con raíces. Cuando extrae formas musicales antiguas, por lo general se trata de las más brillantes y a veces las más cursis y pop, desde las baladas sentimentales, las chucerías musicales de los 50, hasta la versión de "Apache" de The Shadows, el instrumental twangfest (de música rural de cuerdas en vivo) que todos los reseñadores notaron como una de las fuentes de The next Day. Como yo lo escucho, Bowie nunca establece un punto de origen para lo que hace, y eso es lo que le permitió atravesar sus cambios sin aparecer como deshonesto. Ahora, como una eminencia entrada en canas, construye laberintos y es para nosotros un placer entrar en ellos y reconocer cuán cercanos resultan al (cuestionable) mundo real.
Si The Next Day está inspirado por algo más allá que la propia mina profunda del catálogo de Bowie, me gusta imaginar que se trata de la música de rockeras mujeres como PJ Harvey (quien también reflexionó sobre la guerra en sus asombroso Let England Shake de 2011), St. Vincent y Merrill Garbus de tUnE-yArDs. Las mujeres en el rock siempre tuvieron que dar pelea para probar su propia autenticidad; estas artistas encontraron sus propias verdades al explorar diferentes roles, ponéndose máscaras, experimentando con sonidos y formas de canciones extrañas. Son las otras hijas de Bowie, las musicales. Acaso también aprendió algo de ellas. Sin embargo, él arriba en el cómodo estado de profundidad representado en The Next Day, es una suerte que nos deje entrar. ¿Dónde está David Bowie ahora? Como siempre, la respuesta a esa pregunta está en constante cambio. Pero mientras esté, mientras estemos, estaremos interesados.

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