En los tempranos 80 Juan Bautista Ritvo daba clases de “Teoría
de la lectura” en la Facultad de Humanidades y Artes, unas clases colmadas en
el primer piso del edificio de Entre Ríos al 700 en las que desplegaba su
conocimiento sobre la retórica aristotélica y proyectaba “sombras múltiples”
–según la fórmula borgeana– sobre el conocimiento contemporáneo. Psicoanalista,
escritor, filósofo y polemista, Ritvo (Santa Fe, 1940, radicado hace largas
décadas en Rosario) no se priva de intervenir en el espacio público. Sus interacciones
más recientes en ese sentido llevaron a un discreto escándalo en Facebook,
donde suele postear opiniones y lecturas, en el que militantes feministas se
enfurecieron por sus posturas e incluso llegaron a proponer hace ya un año que
se lo escrachara y se lo expulsara de la Facultad de Psicología, donde trabajó
toda la vida y hoy da cursos de posgrado. Esta conversación con el maestro también
aborda esas cuestiones.
—¿Por qué Facebook?
—Tengo una visión muy crítica de las redes sociales. En
determinado momento decidí empezar a escribir porque había un público con el
que tenía intercambios y, la verdad, me entretuve. Pero no todo lo que me
interesa escribir lo pongo ahí. Sobre todo trato de hacer interacciones más
bien cortas, a nivel político algunas y otras sobre estas cuestiones de la
femineidad, pero creo que tiene límites muy estrechos.
—Vos mismo señalaste esos límites de lo que se escribe en
redes sociales cuando te referiste a “efectos que nunca produce la lectura”.
—Seguro, además siempre es de lectura rápida, chisporrotera y
chismosa, y a veces tiene efectos profundamente negativos, pero me sentí
tentado simplemente por la provocación, porque incluso alguna gente ha salido a
contestarme con los pies de punta, es un efecto buscado, aunque nunca les
contesté.
—Incluso hubo un llamado de grupos feministas a hacerte un
escrache.
—Sí es curioso porque todas las cosas de las que me acusaron
eran frases aisladas sacadas de contexto, y creo que muchos de los que armaron
el lío no tienen idea de lo que yo había dicho, fue más bien el rumor acerca de
lo que había escrito. Además, saqué un libro que se llama “El silencio femenino”,
ahí son muy claras mis posiciones y no tiene nada que ver con un ataque a la
feminidad.
—Sin embargo tenés una posición muy crítica con respecto a
la cuestión “queer”, nacida al calor del neoliberalismo.
—Sí, ahí sí; con respecto a la cuestión “queer” no dije
demasiado, pero tiene que ver con una especie de confusión con respecto a esto
de que “mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero”, una especie de
anarquismo sexual francamente estúpido: nadie elige su posición sexual, uno
elige muchas cosas pero no su posición sexual.
Fotografía tomada de la red social de Zuckerberg.
—¿Por qué no se elige?
—Por el determinismo psíquico, porque son las fantasías
originarias en cada uno lo que te va determinando tu posición sexual y eso se
termina de definir en la pubertad, es una cadena de determinismo que nos son
ajenas. Por supuesto que a partir de cierto momento uno puede elegir muchas
cosas esenciales para la vida, pero si hay que no se elige es la posición
sexual. Lo que yo repudio es esa especie de masa adolescente de clase media de
acoso, en los límites de la imbecilidad; la crítica mía fundamental ha caído
sobre esto.
—¿Estas luchas por los derechos de ciertas minorías han fragmentado una lucha mayor en torno a la igualdad social?
—Lo que he intentado siempre diferenciar es que una cosa es
la lucha a nivel político, jurídico y económico y otra cosa es la cuestión
sexual. La igualdad de los sexos a nivel político y jurídico me parece
totalmente imprescindible, pero no a nivel sexual porque hay una diferencia de
sexos muy marcada y muy radical que, además, son desconocidas por completo por
estos movimientos. Una de las cosas que yo siempre he cuestionado a este
feminismo salvaje que es el que impera acá y en varios lados es que un lugar
que nunca se interroga es el lugar de la madre y, también, la suposición de que
existen dos géneros macizos y enfrentados el uno con el otro, cuando en
realidad se es hombre para una mujer y se es mujer para un hombre, no se puede
hacer un corte y plantear la autonomía de los sexos. En fin, no digo nada nuevo.
—¿Y qué podrías decir a propósito de este tema cada vez más
difundido del coaching, esta nueva apelación a una psicóloga afirmativa?
—Me parece una variante de la llamada autoayuda con una
especie de psicología del yo. Me parece muy pobre. Lo que pasa es que en
ciertos medios se vuelve eficaz a corto plazo, es como dar ánimos y masajes
constantes al yo para ver si lo reaniman, junto con algunas cosas tomadas del
psicoanálisis pero totalmente subvertidas.
La conversación sobre el coaching deviene en la mención de Alejandro Rozitchner, un entrenador de equipos macristas, hijo de un célebre intelectual de izquierda porteño del que parece querer separarse de una manera enfermiza. Y de ahí, la charla va hacia los intelectuales de derechas.
—Es como que la derecha exige que no haya un gran nivel de
formación en sus intelectuales.
—No, es cierto, la derecha ha quedado reducida a
manipuladores. Bueno, estamos bajo el dominio del capital financiero
internacional de un modo espantoso, en todos lados.
—Y yendo a la política, en Argentina parece que o nos
alejamos o nos acercamos al 2001, es un hecho no superado aún.
—Sí, creo que el 2001 es el fantasma colectivo. El gobierno
se empeña en decir “no estamos en el 2001”, con lo cual lo convoca. Y la
oposición dice “ojo que vamos hacia ahí”. Y yo creo que vamos hacia el 2001. Es
cierto que en el 2001 teníamos la equivalencia entre el peso y el dólar, pero
de todas formas vamos rumbo a una crisis total, porque la política financiera
de este gobierno no puede terminar en otro lado. No creo en las
predictibilidades mecánicas, pero me parece que hay una probabilidad muy alta
de que esto desemboque en una crisis de consecuencias imprevisibles, porque va
a sacudir todo el sistema político. Argentina está atrapada en una deuda
externa que no puede pagar e intenta solucionar mediante parches financieros.
Estamos en manos de gente que está acostumbrada a las mesas de dinero. El Luis
Caputo ese es siniestro, tanto como el presidente que lo puso ahí (en la
presidencia del Banco Central). Y creo que Argentina nunca estuvo en una situación
tan tremenda. Pero esto es consecuencia de la destrucción de la política,
porque no estamos gobernados por un partido político. No hay partidos
políticos.
—¿Se puede pensar algo a partir de aquél texto de Sigmund
Freud sobre la psicología de las masas?
—Pero me parece que no necesitamos a Freud para eso. Freud
puede explicar la aparición de los liderazgos como el que tenía Néstor Kirchner
o Cristina Fernández, pero Mauricio Macri no pertenece a esa raza. Tengo muchas
críticas para el gobierno anterior, pero no tienen nada que ver con las que les
puedo hacer a este gobierno. Pero acá la explicación tiene que ver con la
historia argentina.
—Es histórica antes que psicológica.
–Sí, totalmente, eso que llaman la grieta, pero más allá de
los nombres de fnatsía esa grieta viene de lejos. Acordate de la época de
Balbín y Perón, a fines de la década del 40, después la Revolución Libertadora.
La ilusión de la clase media de ser los descendientes de los que bajaron de los
barcos, esto de que la población blanca de América latina se concentra acá,
Buenos Aires la Atenas del Plata, toda esa basura está concentrada en el
liberalismo de derechas, aunque nunca fue tan feroz como ahora. Esa es otra.
Porque al menos había estructuras políticas. El Radicalismo mientras estuvo en
pie era liberal, pero tenían que proteger el partido, antes que nada. Pero
ahora está atendido por los propios dueños, no hay mediación política en estos
momentos, eso es lo más horrible de lo que ocurre.
—En tu libro Venecia (Nube negra, Rosario, 2017) abordás
en varias oportunidades lo demoníaco, ¿cómo nace esa exploración y qué sería lo
demoníaco?
—En este texto aparece tratado con mucha libertad el tema,
que también he trabajado en varios lugares. Viene de la lectura de Goethe, de
Platón y la tradición griega. Lo demoníaco es un lugar de una ambigüedad que
jamás se despeja. Es algo que no es malo, pero tampoco es bueno y no lo podemos
definir por los opuestos, habría que buscar un tercer término que nunca está.
Hay algo no disponible. No es exactamente el mal, aunque pueda ser maligno. Y
sobre todo se caracteriza por lo imprevisible o caótico. Por eso trabajo lo que
llamo los meteoros. La meteorología es como un ejemplo de lo demoníaco: tiene
ese carácter de lo radicalmente imprevisible y de lo devastador.
—¿Qué cambió en el análisis en los últimos tiempos junto con
todos los cambios que se han dedo? Recuerdo que alguna vez mencionaste, hace
años, que los pacientes hombres se estaban volviendo cada vez más histéricos.
—Más histéricos y más pasivos, y las mujeres más activas.
Eso ha cambiado. No sé para dónde va, creo que los cuadros patológicos clásicos
siguen vigentes, pero hay una modificación sutil y progresiva y posiblemente
sea más vasta de lo que uno puede percibir. Pero cuando se está en medio de una
transformación no se tiene perspectiva. Pero si uno compara el tipo de paciente
de hoy con el de hace 40 años, hay cambios profundos.
—¿Esos cambios se dan también en la psicosis, en la locura?
—Eso no lo podría decir. Aunque cada vez hay más
psicóticos, es una sociedad que revienta a todo el mundo. Lo que habría que
tener en cuenta es que el capitalismo actual es un capitalismo informático por
un lado y, por otro, dominado por las fluctuaciones de lo financiero, el dinero
abstracto que no tiene materialidad pero arma y desarma a un país como si fuera
una bomba neutrónica. Creo que ese es un dato tremendo de este momento. Los
pacientes no tienen el orden y la compostura que tenían en otras épocas. Van
vienen, a veces desparecen por un tiempo. Además, con la precarización de los
laburos, a veces es complicado establecer horarios fijos. Eso es un efecto
superficial pero muy notorio de lo que pasa hoy día.
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