El escritor francés Renaud Camus es hoy la pluma
más influyente del supremacismo blanco, autor de la teoría conspirativa de “la
gran sustitución” –la civilización occidental y blanca invadida por musulmanes
y africanos–, que está detrás de ataques violentos y criminales en todo el mundo.
El kitsch puede matar, dice el autor de este artículo. (La traducción es fragmentaria)
Un escritor gay pionero en los años ochenta,
laureado por la Academia Francesa, un círculo literario tan enrarecido que se
conocen a sus miembros como les immortels (los inmortales). Un defensor radical
del arte por el arte que se retiró a un castillo del siglo XIV para vivir entre
las pinturas y las imágenes que eran las únicas fuentes de significado que
siempre había reconocido. Esas son las descripciones que alguna vez capturaron
la esencia de Renaud Camus.
Su característica distintiva era la intrepidez, como
lo evidencia su novela autobiográfica de 1979, “Tricks”, que relata con gran
detalle una serie de rampantes encuentros homosexuales que el narrador tuvo en
los baños de clubes nocturnos y unos departamentos mugrientos a ambos lados del
Atlántico. “Puse saliva en mi culo, me arrodillé a sus dos lados, y llevé su
pene, que no tenía un tamaño considerable, dentro de mí sin mucha dificultad”,
leemos de uno de esos encuentros. “Acabó en el momento en que uno de mis dedos
estaba presionado dentro de la grieta de su culo”. Ese era Camus entonces.
En estos días, el autor de “Tricks” es mejor
conocido como el principal arquitecto de “le grand remplacement” (el gran sustitución),
la teoría conspirativa de que la Europa blanca y cristiana está siendo invadida
y destruida por hordas de inmigrantes negros y morochos de África del norte y
subsahariana. Desde 2012, cuando apareció como título de un libro que Camus
publicó por su cuenta, el término “gran sustitución” se ha convertido en un
grito de reunión de los supremacistas blancos de todo el mundo: los
manifestantes que irrumpieron en Charlottesville, Virginia, en agosto de 2017;
el hombre que mató a 11 fieles en la sinagoga del Árbol de la Vida en
Pittsburgh en octubre de 2018; y especialmente Brenton Tarrant, el sospechoso
de los ataques de la mezquita de Nueva Zelanda en marzo. Tarrant publicó su
propio “La gran sustitución”, un manifiesto en línea de 74 páginas, antes de
asesinar a 51 personas.
Pero Camus –ahora de 72 años– no es sólo un
comentarista. Fue candidato en las elecciones del Parlamento Europeo de mayo.
Aunque su partido llegó en segundo lugar, su presencia en la boleta fue más que
una pantomima. Días antes de la votación, surgió una fotografía de un candidato
de su boleta de rodillas ante una esvástica gigante. (Camus se retiró de la
elección, asegurándome que la esvástica era: “Lo contrario de todo lo que he
luchado durante mi vida entera”).
Camus no es la primera persona en Francia en sentir
que hay demasiados musulmanes y demasiados migrantes, ni ha reconfigurado esta
opinión de una manera particular. Lo que sí ofrece es una especie de
espectáculo cultivado, una actuación: el esteta indignado, guisado en una
antigua crisálida de piedra sobre el declive demográfico de una sociedad a la
que deliberadamente evita. Si la gran sustitución es en lo que cree Camus, ésta
también ha demostrado ser un medio infalible para que él pueda mantener el
protagonismo cuando, de otro modo, podría haber sido olvidado. Uno puede pensar
en Camus como una versión más exitosa de Steve Bannon, cuyas estrategias en
Europa han ascendido a poco más de un puñado de apariciones en televisión en
los momentos equivocados del día y una red aparente de “escuelas” de derecha
que son descritas antes como clubes literarios que como campos de entrenamiento
para la llamada elite populista que Bannon se comprometió a crear. Aunque Camus
no ha anunciado tales grandes ambiciones, su impacto ha sido mucho más
profundo. Un próximo estudio de 2019 realizado por el Instituto de Diálogo
Estratégico, basado en el análisis de las redes sociales, describe a Camus como
el principal factor de influencia en el tema de la remigración, o el regreso
forzado de los no europeos a sus países de origen. Con eso superó los ránkings
de Donald Trump.
Lo que no se dice
Camus disputa la idea de que atravesó una
transformación más allá de cualquier tipo. “Creo que mi vida está unida”, me
dijo recientemente. “Tricks” fue un intento de decir lo que no se podía decir,
y “Le Grand Remplacement” es lo mismo. “La homosexualidad solo podría
mencionarse en un contexto erótico, y nunca en términos simples. ‘Tricks’ es un
libro paradójico que muestra que lo que se cuenta no es extraordinario, que no
hay mucho que contar”. Se ve a sí mismo como alguien que cuenta la verdad,
alguien que simplemente registra lo que debe quedar claro para que todos lo
vean. “La misión del gran escritor en la sociedad es ir hacia lo que no se
dice, la parte no contada del discurso”.
Camus puede tener razón al decir que ha sido la
misma persona a lo largo de su vida como escritor, pero no necesariamente en la
forma en que piensa. Lo que se aplica a cada uno de sus personajes (un escritor
gay y afilado, ávido partidario de Marine Le Pen) es un abrazo particular o, al
menos, una aspiración hacia el esteticismo. Lo que parece más importante no es
si algo es verdad y ni siquiera si algo es bueno, sino si algo es bello, al
menos según su definición. “El resultado lógico del fascismo”, observó el
famoso Walter Benjamin, “es la introducción de la estética en la vida política”.
En su sitio web, Camus observa los campos vacíos
desde su perfil pensativo como una estatua viviente de Rodin. Lo que uno ve es
un intelectual dentro del casting principal de una serie de época de Netflix,
una castellana en su castillo. Pero el Kabuki que lleva puesto está tan
estilizado que lo que enseña es el artificio, no la esencia. Entrevistar a
Camus es escuchar las mismas líneas que ya ha publicado y que repite
constantemente. “El racismo convirtió a Europa en un campo de ruinas. El
antirracismo la ha convertido en una villa miseria híperviolenta”, me dijo.
Cuando comenzó a decirlo, anoté el resto antes de que terminara la oración. Ya
vimos antes este drama de época.
Estética
La estética es la esencia de la gran sustitución.
Para Camus, esta es la defensa de la bella sociedad, la persecución e incluso
la búsqueda violenta de los puros. El problema, por supuesto, es que la gran
sustitución no es real: si los cambios demográficos han sido bien documentados,
la utopía blanca de su imaginación nunca ha existido. Durante todo el siglo XX,
Francia ha sido el hogar de una de las poblaciones con mayor diversidad étnica
en Europa occidental. Se produjeron cambios demográficos significativos durante
la descolonización en los años sesenta y setenta; los arribos actuales no son
sin precedentes. La Grand Remplacement pretende revelar la verdad, pero es la
mentira, no “la parte no contada del discurso”. En cuanto a la estética, la
Grand Remplacement es kitsch, una imagen falsa accesible para todos aquellos
que cobijan sensaciones básicas, sobre todo a quienes sufren de nostalgia, pero
también a los que cierran el puño con rabia. Al final, su carácter pringoso es
su fuerza.
Es difícil fechar la radicalización de Camus con
alguna precisión. Sin embargo, un marcador crucial es el “l’affaire Camus”,
como aún se lo conoce, en el que se lo acusó de antisemitismo, acusaciones que
arruinaron su reputación, que era considerable en ese momento, y lo expulsaron
definitivamente de la sociedad educada. El cambio en su persona pública –de
novelista semirrespetado a teórico de la conspiración–, ocurrió después de “l’affaire”.
La Grand Remplacement es muchas cosas, pero sobre todo, es la creación de un
paria, la escandalosa réplica de un hombre al que no le queda nada que perder.
Antisemitismo
L’affaire comenzó en abril de 2000, cuando Camus
publicó “La Campagne de France”, una edición de su diario de 1994. En ese libro
–con un burlón recuerdo de los diaristas Jules y Edmond Goncourt, que no eran
grandes admiradores de los judíos–, dijo simplemente que había demasiados
judíos en France Culture, la joya de la corona de la radio pública nacional
francesa. “Son aproximadamente cuatro de cada cinco en cada transmisión, o
cuatro de cada seis, o cinco de cada siete, lo que en una plataforma nacional o
casi oficial constituye una representación neta excesiva”, se quejó Camus.
Davocracia
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Davocracia
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El problema, escribió, no era tanto el número de judíos
en France Culture como la imposibilidad fundamental de un judío, incluso uno
cuya familia haya sido francesa durante generaciones, para entender y explicar
la cultura francesa al público francés. Lamentó que “la experiencia francesa,
como la han vivido durante 15 siglos los franceses en el territorio francés”,
tuviera “como su portavoz principal” miembros de “la raza judía”.
Camus cometió lo que en la vida cultural francesa
sigue siendo el pecado imperdonable: no solo el antisemitismo, sino el tipo de
antisemitismo que se remonta a la invectiva del siglo XIX, cuando los judíos
orgullosamente franceses, como el capitán militar Alfred Dreyfus, fueron
condenados como extranjeros e incluso como traidores. De la misma manera,
Camus, un hombre de letras, implicaba que escritores franceses icónicos como
Marcel Proust, que era mitad judío, y Romain Gary, un inmigrante judío lituano,
solo eran capaces de “explicar esta cultura y esta civilización de un modo que
es externo para ellos”.
El escritor francés Marc Weitzmann, entonces un
joven periodista de Les Inrockuptibles, el semanario cultural parisino de los
chicos malos, fue el primero en marcarle los puntos a Camus. Después de leer
los pasajes en “La Campagne de France”, dijo, invitó a Camus a tomar una copa en
el Café Beaubourg de París. “Ahí fue cuando decidí escribir algo, porque el
tipo era muy desagradable”, me dijo Weitzmann recientemente. “Si él acabara de
decir, ‘no me gustan los judíos’ y ‘jodete’, habría estado bien, porque al
menos habría sido coherente”. Pero cuando le pregunté, me dijo que escribir lo
que le daba la gana no lo hacía antisemita, y que la única palabra que
lamentaba haber escrito sobre los judíos era “raza”. “L’affaire” fue el
principio del fin: los amigos dejaron de llamar, el rumor que rodeaba su nombre
ya no era positivo, y los editores de renombre comenzaron a abandonarlo (en
estos días se autopublica). “Fue una experiencia muy desagradable”, dijo. En su
relato, él es la víctima.
De un modo perverso, la Grand Remplacement de Camus
se puede ver como una especie de expiación. Uno de sus argumentos centrales es
que los musulmanes no pueden ser tolerados en masa debido a la aparente amenaza
que representan para los judíos. Este es un punto de vista que expresa en declaraciones
crudas y reductoras, pero que la mayoría de las élites francesas ya han
aceptado por completo, especialmente porque 12 judíos han sido asesinados en
Francia durante los últimos 15 años (en cada caso, al menos un agresor era de
África occidental o tenía descendencia del norte de África). Los lectores
adinerados de Le Figaro, sin embargo, todavía prefieren un eufemismo para este
fenómeno. Lo llaman le nouvel antisémitisme (el nuevo antisemitismo).
Defensores
Y ahora Camus tiene una serie de destacados
defensores judíos, entre los que destaca Alain Finkielkraut, un nombre familiar
en Francia y un pensador conservador de línea dura que se ha puesto de su lado
desde el año 2000. “[Camus] hablaba sobre un programa en France Culture, y
aunque se expresó en términos que ciertamente eran malos, la campaña contra él
fue totalmente injusta “, me dijo recientemente Finkielkraut, quien desde
entonces invitó a Camus a su propio programa en France Culture. La sustitución
demográfica, dijo Finkielkraut, “no es una teoría conspirativa”. Pero suspiró
cuando se le preguntó sobre la política actual de Camus y sus frecuentes
referencias a “genocidio por sustitución”.
“Es un testigo de la ansiedad de la identidad
francesa, pero es muy radical en sus proposiciones. Se ha vuelto totalmente
inaudible “. Aparte de Finkielkraut, está el polemista Éric Zemmour, quien
propagó la gran sustitución de Camus en dos libros recientes, “Le Suicide
Français” (2014) y “Destin Français” (2018). Zemmour puede ser un provocador,
pero también es un astuto hombre de negocios: ambos libros encabezaron las
listas de libros más vendidos en Francia durante semanas.
Jugar al filosemitismo –o al menos el anti
antisemitismo– se convirtió en una obsesión para Camus. En estos días estuvo
pintando una serie de lienzos que representan la letra hebrea aleph.
Al mismo tiempo, como muchos en la extrema derecha
contemporánea (Trump, el húngaro Viktor Orbán e incluso el israelí Benjamin
Netanyahu), Camus culpa a lo que ve como un nuevo mundo aterrador a una
camarilla cuyo carácter tiene un parecido sorprendente con el antiguo
antisemitismo de los Protocolos de los Ancianos de Sión. “Digamos la Davocracia”,
escribe Camus, “el gobierno de Davos que administra el mundo con la tecnología
y las finanzas, con la manipulación abstracta de figuras, palabras, almas,
pensamientos y hombres”.
En gran parte de la literatura francesa de fin de
siglo, la figura del esteta es una presencia distante pero crítica. Este
aspecto crítico es quizás el atributo más definitorio del esteta, ya que lo que
verdaderamente motiva a una persona a buscar una realidad alternativa de
belleza sin adulterar es un profundo sentimiento de disgusto con el mundo tal
como es. No hay mejor evocación de esta psicología en particular que el
personaje de Jean des Esseintes, el antihéroe de “À Rebours”, de Joris-Karl
Huysmans (“Contra natura”), tal vez el mejor tratado sobre el esteta jamás
escrito. “Su desprecio por la humanidad se profundizó. Llegó a la conclusión de
que el mundo, en su mayor parte, estaba compuesto de sinvergüenzas e imbéciles “,
escribe Huysmans sobre des Esseintes. “Ya estaba soñando con una soledad
refinada, un desierto cómodo, un arca inmóvil en el que buscar refugio del
diluvio interminable de la estupidez humana”. Hay más que un pequeño des
Esseintes en Camus: ambos se retiraron a mundos de diseño propio, y el motivo
es el desprecio compartido por la evolución social.
El esteta es un reaccionario natural, y Camus no es
una excepción. Quizás lo más importante que se debe entender acerca de la Grand
Remplacement es que se trata principalmente de una crítica estética. Su
inspiración, dijo, llegó cuando le encargaron que escribiera una guía de viaje
de 1999 a Hérault, una región rocosa y árida de viñedos y olivares que rodea
Montpellier en la costa mediterránea occidental de Francia. Mientras
investigaba para el libro, me dijo, se topó con un grupo de mujeres musulmanas
con velo afuera de una antigua iglesia de piedra. No pertenecían allí, dijo. “Por
supuesto, está relacionado con mi gusto por la arquitectura, por el patrimonio.
Había algo que no estaba bien. Como si en una película sobre Versalles de Luis
XIV, aparecieran algunos caballeros armados de la Edad Media. [Eso] sería un
anacronismo. En este caso, fue anatopismo, algo [que estaba en el lugar
equivocado]”.
Con el tiempo, la imagen de estas mujeres con velo,
sobre las que Camus dijo que no podía recordar ningún detalle concreto, provocó
en él una ansiedad mucho más amplia. La Grand Remplacement, dijo, no se trata
solo del reemplazo de algunas personas por otras. También es, dijo, “el hecho
de que todo sea reemplazado por otra cosa: el original por la copia, el
auténtico por la imitación, el objeto por su fax, los escritores por
intelectuales, la literatura por periodismo, el periodismo por información, la
información por noticias falsas, Venecia por Venecia en Las Vegas, Las Vegas
por Las Vegas en un desierto español o en cualquier otro lugar”. Pero esta es
una lógica que tiene sentido solo si se acepta la premisa de que los migrantes
y los extranjeros son de alguna manera falsos: ersatz, copias de un original
auténtico que no pueden entender ni interpretar. “Lo falso está en el corazón
del reemplazo global”, me dijo. “Este es un mundo donde todo es falso, donde
todo es la imitación de lo que deberían ser las cosas”.
Si el esteta es un reaccionario natural, también es
un xenófobo natural.
Camus también se puede ver como un apéndice
contemporáneo a la larga tradición de la estética fascista: la veneración de la
violencia, el glamour de la muerte y, sobre todo, la transformación del sujeto
humano en un objeto para ser arreglado según sea necesario, y descartar si es
necesario. En 1909, Filippo Tommaso Marinetti, fundador del movimiento
futurista y partidario ávido de Benito Mussolini, articuló la primera definición
concreta de la estética fascista en referencia a las conquistas etíopes de
Italia. Marinetti escribió: “Queremos glorificar la guerra, la única cura para
el mundo, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructivo de los
anarquistas, las hermosas ideas que matan y el desprecio por las mujeres”. La
belleza, para él, se derivó de la pura escala tanto del espectáculo como de un
choque de época. Lo que anhelaba era una coreografía de caos, un lienzo de
Brueghel que cobraba vida.
Camus sueña e incluso fantasea con escenas
idénticas. En “¡No
nos reemplazarás!” describe la batalla del día del juicio final en la que
se basa todo su proyecto, el enfrentamiento final en el que los “reemplazadores”
–su nombre para aquellos que apoyan la inmigración y la diversidad cultural–,
son finalmente atacados por los recién llegados a quienes defendieron
estúpidamente. Su énfasis es sexual, y la variedad de belleza que evoca se
deriva de la imagen de un cuerpo masculino idealizado que domina a un primo
decadente más débil. “Los reemplazadores serán comidos, devorados [sic],
absorbidos, reemplazados por sus reemplazos”, escribe Camus. “Los
reemplazadores serán engullidos primero. Eso es un exiguo consuelo”.
Kitsch fascista
Y, sin embargo, hay una diferencia importante entre
Camus y los maestros de la estética fascista: la cineasta Leni Riefenstahl, el
novelista Louis-Ferdinand Céline, el poeta Ezra Pound. Si cada uno era un
fanático y un partidario declarado de un régimen fascista, también era un
artista genuino cuyo talento no se puede negar en nombre de la bancarrota
moral, una realidad incómoda que desafía a los críticos hasta el día de hoy.
Pero Camus, por más esteta que sea, no es tal artista, independientemente de
sus pretensiones. Carece tanto del talento formal como de la visión. Es mucho
mejor entendido como kitsch fascista que como vanguardia fascista, culpable de
los mismos defectos que culpa por el declive de la civilización occidental: “imitación,
ersatz, simulacro, copias, falsificación, engaños, imitaciones”.
En un ensayo histórico de 1939, el crítico Clement
Greenberg argumentó que el kitsch –“el epítome de todo lo que es falso en la
vida de nuestros tiempos”– está “destinado a aquellos que, insensibles a los
valores de la cultura genuina, están hambrientos de un desvío que solo la
cultura de algún tipo puede proporcionar “. Este es precisamente el atractivo
de Camus: viste prejuicios de variedad de jardín con alusiones literarias y
referencias intelectuales que intentan presentar sentimientos básicos e
infundados como arte. Pero aquí la cuestión de la audiencia es clave.
¿Quién, después de todo, lee a Renaud Camus en
2019? No los críticos literarios que aún estudian Céline y Pound. El blanco
demográfico de Camus es el del hombre blanco enojado, sin cultura discernible o
facultades críticas, que dispara contra mezquitas y sinagogas porque lo hace sentir
superior. Su trabajo proporciona algún tipo de justificación a medias, basado
en la mentira de la grand remplacement, que de hecho es “el epítome de todo lo
que es falso en la vida de nuestros tiempos”.
Consideremos el siguiente
extracto de “The Great Replacement”, el manifiesto publicado online por Brenton
Tarrant en el que llama especialmente la atención sobre sus viajes a Francia,
cuyos detalles aún no se han confirmado. “El empuje final fue presenciar el
estado de las ciudades y pueblos franceses. Durante muchos años escuché y leí
la invasión de Francia por parte de personas que no eran blancas, creí que
muchos de estos rumores y relatos eran exageraciones, creados para impulsar una
narrativa política. Pero una vez que llegué a Francia, encontré que las
historias no solo eran verdaderas, sino que estaban profundamente subestimadas “.
¿Dónde había estado leyendo Tarrant esas historias? Quizás el logro fundamental
de Camus ha sido demostrar que el kitsch puede matar.
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