Imágenes del blog de John Watson.
Lo que resulta aborrecible en el tipo de relatos como el de
la serie británica Sherlock, en nuestra
humilde opinión, es la inmutabilidad del héroe: un personaje que se mantiene
siempre igual a sí mismo y, al final, nos hará notar que tiene razón. Lo mismo,
claro, podría argüirse del detective Columbo,
por ejemplo. La diferencia es fundamental: mientras Sherlock Holmes busca
probar la astucia de su método, Columbo intenta atrapar a un criminal que,
además, suele ser de clase alta. Sorteando este ardid tan british, tan
anglicano e iluminista, hay que decir que la versión moderna del detective del célebre espiritista inglés
sir Arthur Conan Doyle para la BBC –tres episodios en 2010, otros tres en 2012
y tres más que comienzan a filmarse en marzo de este año–, escrita por Steven
Moffat y Mark Gatiss –quienes a su vez desarrollaron ya guiones para clásicos
ingleses de la letras, como Dr. Jekyll y Mr. Hyde,
y de su misma tevé, como Dr. Who– tiene una puesta en escena magnífica y una
trama que reajusta la ficción a la época de un modo que evita la postal
tecnológica sin desestimarla: el método deductivo de Holmes se aplica a los
hombres y sus hábitos, la tecnología es sólo una parte aleatoria de ello. Pero,
hay que decir también, que la serie tiene al menos un héroe mutable: el doctor John Watson
quien, como su par original, retorna de servir como soldado en Afganistan (el
personaje de Conan Doyle era un veterano de la segunda Guerra Angloafgana
–1878-1880–).
Watson (Martin
Freeman) es no sólo el narrador de las aventuras de Sherlock Holmes a través
de su blog, también es el
personaje que trae a la serie la “superstición
realista”, ya que con Holmes la teleaudiencia suele ser muy permisiva en
cuestiones de realismo. Es decir, Sherlock es lo suficientemente fabulesco como
para que el público sacrifique en él toda pretensión de verosimilitud. Pero,
como la televisión es, al fin y al cabo, el imperio de lo verosímil, debe haber
siempre un personaje, una figura que la encarne. Este notable detalle, que de
alguna manera establece la gran diferencia con el texto original, en el que la
buena nueva de la Fe en la Razón era un evangelio autosuficiente (sí, la
mentalidad del autor era esa: la devoción por el Progreso y la creencia de que
lo religioso podía reducirse a un par de trucos de espiritismo; por eso Gilbert
K. Chesterton le respondería con una serie de cuentos, los del Padre
Brown, en los que un sacerdote católico dilucidaba crímenes pero se
reservaba la entrega del criminal a la policía amparado por el secreto de
confesión).
Bien, como no sabemos qué canal emitió la serie en el país,
asumimos que su disponibilidad es la de internet.
Entonces, hay que decir que el episodio piloto de 2010, no emitido, que se
conoció legalmente en los devedés, es una joya para cualquier analista: señala
las decisiones en torno al guión, la trama y la puesta en escena de la serie.
En ese primer episodio, sobre una misma historia –el encuentro de Sherlock y
Watson, la referencia a Estudio en
escarlata, que en la serie será Estudio
en rosa– se ve con claridad cuáles han sido las elecciones definitivas de
los creadores (productores, directores y escritores): en el episodio no emitido
la idea parecía ser, no sólo adaptar a Holmes a la ápoca actual, sino explorar
en ello cierto goce. Es decir, Holmes y Watson gozan con la intriga policial y
la llevan a los límites de sus posibilidades porque de alguna manera esa
intriga que incluye la muerte y el peligro está en el centro de sus deseos.
Pero, a diferencia del primer episodio emitido, el piloto no incluye ni al
hermano de Sherlock, Mycroft, ni a su archienemigo, Jim Moriarty. O sea: Sherlock nació mucho más realista de lo
que se vio. En algún momento Moffat y Gatiss se dijeron algo así: “Un momento,
vamos a filmar a Sherlock Holmes en 2010 y pretendemos que se parezca a un
personaje de The Shield?” Ahí empezó
a gustarnos.
Como todas las series actuales, Sherlock vuelve sobre las fantasías de la utopía
imperial, es decir, la utopía del capital: toda una parafernalia de vigilancia
sugiere que Sherlock es observado y que quien observa goza con el mal que
Sherlock examina: el taxista del primer episodio de la primera temporada recibe
un pago por cada homicidio, los criminales del episodio “The blind banker” son
artistas de un circo chino y el terrorista del tercero… bueno, no adelantemos
la trama. El Mal, además de ser un acto contra el bien común, debe ser
espectacular, manifestarse del mismo modo “exitoso” con el que recibimos los
bienes de consumo. Mejor, el Mal debe ser fuente de "espectacularidad".
John
Watson, único héroe de la serie, lo entiende, por eso escribe el blog: porque
sobre esa batalla debe haber un relato pero, sobre todo, porque debe ganarse la
vida: premisa que Conan Doyle despreciaba y con la que dejó a su detective
anclado en la fábula, siempre irreal, una fórmula, antes que una ficción.Adenda (diez horas más tarde): Había olvidado señalar que una de las mejores versiones de Sherlock Holmes que ha dado la televisión contemporánea es acaso House: por lo menos en sus primeras temporadas la intriga que supone un diagnóstico preciso implica desarmar el gabinete aséptico de la medicina y devolverla al terreno de la clínica, es decir, del lenguaje; cosa que, salvo algunos chistes, está lejos de suceder en Sherlock, donde incluso el recurso más frecuente de la puesta es desplegar ciertos datos de la lengua (textos de mensajes, conversaciones) en la misma pantalla, como si se tratara de un menú alternativo.
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