No me considero un virtuoso de la imaginación, pero mucho antes de entrar a trabajar en un diario me las arreglaba para hacerme una idea de que lo que se publicaba un miércoles, digamos, debía estar en algún lugar de la redacción, digamos, el martes a cierta hora. Lo confirmé a principios de los 80, cuando el querido Oscar Casas me invitó a publicar en la revista Usted. Un jueves al mes, digamos, veía a Oscar putear y blasfemar de lo lindo con un vaso de vino blanco en la mano, un Colorado largo en los labios y una pila de papeles en la mesa de la cocina de su casa sobre calle Guardias Nacionales, en San Nicolás. Para cuando ingresé a un diario no había ya enigma: lo que no es el material diario debe tener una fecha de entrega porque, sobre todo, hay una fecha de cierre, por lo general un par de días antes de ir a imprenta, como en el caso de los suplementos.
Sin embargo, ese misterio sencillo no es tan fàcil de deducir para algunos amigos que están en la academia, en la función pública, etcétera. Puestas por ejemplo en un correo las palabras mágicas: "El cierre es el lunes, necesito los materiales el domingo", suelo recibir el lunes respuestas del tipo: "Esta semana te contesto", como si la semana fuera una unidad para medir horas, en lugar de días. No creo que se trate de personas incapaces de leer un correo, de hecho, mi habitual admiración por el saber me lleva a escribirles porque los sé capaces de desentrañar a Heidegger o a Osvaldo Lamborghini. Y sin embargo, confían en cierta presunción mágica: lo que se entrega un jueves, digamos, puede publicarse el martes anterior.
Es buena gente, por lo general poco propensa a la superstición, querible incluso y muchas veces conocedora de los procesos de publicación de un diario o una revista, pero tal vez un poco perozosa a la hora de abandonar ciertas fantasías.
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