De repente, la desaparición de un joven en medio de un
operativo de Gendarmería en la provincia de Chubut se convierte en una suerte
de “operación” política, es decir, un supuesto montaje, una falsificación de un
hecho que, para la historia reciente de Argentina, es algo terrible y de
repercusiones inconmensurables. Santiago Maldonado fue visto por última vez en
una protesta junto a miembros de la comunidad mapuche en una ruta de la
Patagonia, una patrulla de Gendarmería lo perseguía; en ese operativo a manos
de una fuerza estatal estuvo presente una alto funcionario del ministerio de
Seguridad, Pablo Noceti –asociado a su vez a la defensa de militares que
participaron del terrorismo de estado durante la última dictadura–; sin
embargo, desde esa dependencia se negó desde un principio la posible
incumbencia de los gendarmes en el hecho y, desde ese 1 de agosto, comenzó una
suerte de campaña feroz en medios oficialistas y redes sociales de demonización
del mismo desaparecido y de la comunidad mapuche: acusándola de extranjera (son
mapuches, es decir, dicho mal y pronto, indios, y por tanto, cualquier cosa
menos extranjeros) y de terroristas, llegando a extremos (como que son
financiados por los ingleses o tienen vínculos con los kurdos) que llamarían a
risa si el trasfondo no fuese tan espantoso.
La pregunta anecdótica es ¿cómo parte de una sociedad que
vivió el desarrollo de juicios y castigos a responsables del terrorismo de
estado de una manera ejemplar en el mundo, acepta ahora esta nueva desaparición
y, además, la banaliza? Pero la otra pregunta es por la salud de la
historia y el modo en que se aprehende hoy en día.
Agustín Jerónimo Valle, es un joven historiador de Buenos Aires,
se formó fundamentalmente en Historia de la Subjetividad y Transformaciones
contemporáneas en la subjetividad, con Ignacio Lewkowicz entre 1999 y 2004.
Integra –según puede leerse su currículum en el sitio de Flacso– en la
Diplomatura en Gestión Educativa de Flacso Argentina, donde también es
coordinador del Seminario Subjetividades Mediáticas y Educación. Además de los
numerosos libros que publicó (Solo las cosas. Ensayos sobre subjetividadmediática y naturaleza urbana; De pies a cabeza. Ensayos de fútbol; A quién le importa. Biografía política de Patricio Rey –autoría en el grupo–), escribe
a menudo en distintos medios culturales y administra el blog
Sólo Las Cosas, donde, además de textos suyos, pueden escucharse sus
columnas sobre cultura y política en el programa Tiro al Blanco en la radio porteña
La Tribu.
Valle trabaja desde hace años esa relación entre política,
historia y subjetividad acaso ineludible para pensar el problema planteado en los
primeros párrafos.
—Ya que te has dedicado a estudiar la educación, lo
mediático y la política, ¿tenés una respuesta de por qué a casi cuarenta años
de democracia aún hay que aclarar qué son los derechos humanos? ¿Hubo ahí una
falla comunicacional, pedagógica?
Y a lo que iba con los de Schwarzböck es que más que una
cuestión de educación –como si los derechos humanos pudieran enseñarse
explícitamente, como ciertos discursos o ciertas afirmaciones en torno a los
derechos humanos–, son los modos de vida concretos que estructuran la
sociabilidad, que estructuran los valores, el deseo, estructuran la psique, son
los que organizan un cierto sentido de los derechos humanos. Los modos de vida
prácticos. ¿Qué es la vida, no? ¿La vida pasa por laburar y consumir, por una
competencia generalizada, por volcarse al rendimiento, por una carrera, por la
maximización general de los beneficios, la concepción de cada uno como una empresa:
costo, beneficio, cálculo? Me parece que más que pensar en la educación –que
por supuesto que tiene un gran valor–, hay que pensar en cómo se organizan los
modos de vida y qué matrices vinculares y qué matrices de sentido se están
generando en los modos de vida en un sentido muy amplio de lo económico, es
decir, cómo se produce el valor de la vida en general. Desde ahí pensaría la
salud de los derechos humanos.
—Donald Trump atribuye su triunfo en la carrera a la
presidencia de Estados Unidos a Twitter, el gobierno de Mauricio Macri se jacta
de su manejo de las redes; ¿cuál te parece que es la efectividad de las redes
en las campañas políticas?
—No sé y creo que no se sabe. Creo que (influyen) mucho, creo
que es cierto que Trump tuvo alta cosecha vía Twitter, lo cual es una
modalidad, porque acá también hay otra por la cual el macrismo superó al Frente
para la Victoria a través de los ejércitos de trols. Entonces me parece que sí,
que hay algo en la generación de opinión y de la afectividad que se da en las
redes, en la mediósfera. No sólo en los medios de comunicación que se consumen
en tanto emisores de discurso monolingüístico que los grandes medios emiten,
sino sobre todo en la mediósfera como espacio que se habita interactivamente. Y
me parece que ahí, sobre todo por lo de Trump, al igual que Macri se muestra
como un no político, sino como un chabón más común aunque empresario y rico,
más directo, que viene a la política, pero no es un político; me parece que la
efectividad de Twitter para Trump muestra que la omnipresencia de lo mediático,
es decir, le mediatización general de la vida viene a mostrar una potencia, un
valor en la disminución de las mediaciones. Es decir, vía la omnipresencia de
lo mediático Trump tiene menos mediaciones para llegar a la gente. Sobre todo
las viejas mediaciones, las estructuras de los sindicatos, de los partidos
políticos; lo orgánico, digamos.
Yo trabajo en un postítulo de capacitación docente del
Ministerio de Educación de la Nación (el Instituto de Formación Docente), que
forma parte del programa Nuestra Escuela, creado por el kirchnerismo que el
macrismo está desguazando a pesar de que fue establecido por ley y consensuado
en el Concejo Federal de Educación –integrado por los 24 ministros de
Educación, entre ellos Esteban Bullrich cuando era ministro de la ciudad de
Buenos Aires–, ahí se desarrollaron una serie de combates políticos y sindicales
y teníamos buenas fuentes que nos informaban que a las autoridades del
ministerio los cortes de calle, la toma de los edificios ministeriales les
importaban muchísimo menos que los “tuitazos”, que las campañas de comunicación
por redes sociales, quizá porque el control, el poder tiene mecanismos bien
aceitados para apaciguar las imágenes de lucha política tradicional, como la
operación policial y mediática que se vio el viernes en la marcha por la
aparición de Santiago Maldonado y que lo que hacen es amortiguar su impacto en
las corrientes de opinión y de ánimo social.
—Hace poco Tévez, el jugador de fútbol, decía que Macri
había sido como un padre para él y vos recordabas en tu libro “De pies a cabeza
(Ensayos de fútbol)” el lanzamiento de Macri a la política a través de la
presidencia de Boca Juniors. Hablabas ahí del eficientismo: hay allí un
descenso de ciertos conceptos o valores políticos y sociales a favor de la
eficiencia y el rendimiento?
—Sin duda hay ya una larga caída de los viejos
valores políticos humanistas. Me parece que eso también puede verse en lo que
se presenta en la argentina, puesto entre muchas comillas, como la
socialdemocracia, o populismo de centro izquierda. Es decir, cuando Cristina
Fernández de Kirchner dice que el macrismo le vino a desordenar la vida a los
argentinjos quiere decir que el kirchnerismo vino a reordenar y reorganizar la
vida, también cuando dice voten a su favor, miren su bolsillo, me parece que
esa línea discursiva es más central que aquella otra de “La patria es el otro”,
que es algo que quedó en el pasado y sostienen sectores muy minoritarios del
kirchnerismo. Por otra parte pensaría que la razón instrumental tiene ya su
historia extensa –al menos desde el siglo XIX–, pero por cierto el orden y el
progreso son valores más generales que la eficiencia y el rendimiento. Pero me
parece que uno puede ver cómo la derecha, es decir, la razón del orden
establecido, del statu quo, ha ido cambiando en su racionalidad paradigmática,
y quizá también la izquierda. Pensemos que a principios del siglo XIX el
político era un militar; luego un hombre de leyes; 70 u 80 años más tarde, un
médico –el biologicismo como paradigma– y ahora un ingeniero industrial, un
gerente. Claramente hay algo de lo social que se piensa proyectando el conjunto
de problemas y de recursos que tiene en su escritorio un gerente de empresas.
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