A los
71 años, Guy Standing, profesor en la Universidad de Londres, nunca
recibió en Estados Unidos el reconocimiento que se merece como académico y
escritor. En parte se debe a que no se ha sido muy expresivo en las redes
sociales. Además, no se publicitaron lo suficiente en los EEUU sus libros ni
sus agudas ideas sobre lo que él llama “el precariado”, que define como una
nueva clase social global a la que ve como la clave política y económica de un
futuro que beneficiaríaa toda la humanidad. Los medios de comunicación prefirieron
no difundir lo suficiente el trabajo de Standing, que fue relegado junto
con el público.Algunos marxistas tradicionales incluso también se burlaron de
sus palabras y conceptos.
El
término “precariado” es tan nuevo y tan poco usado, al menos en los Estados
Unidos, que cada vez que aparece en mi pantalla, la computadora lo subraya en
rojo como diciéndome que no es una palabra real y que escribí mal eso. Aunque no
lo hice.
De
hecho, el libro de Standing con el que descolló, ThePrecariat, se
publicó por primera vez en inglés en 2011, se tradujo a 23 idiomas en todo el
mundo y disparó conversaciones sobre trabajo, salarios, alquileres e
inseguridad económica mundial. Escuché por primera vez la palabra precariado y
su prima, “precariedad” de dos hombres que viven y trabajan en el Área de la
Bahía de San Francisco, donde mujeres, niños y hombres viven vidas que son cada
vez más precarias económica, social y psicológicamente.
Una
vez que leí la palabra “precariado” de boca de Clarke y Hennessey, me metí en
internet y encontré al profesor Guy Standing, autor de varios libros,
entre los que se incluye WorkAfterGlobalization (“El trabajo después de la globalización”, 2009), ThePrecariat (2011,
traducido al español como El precariado. Una nueva clase social en 2013 por Editorial
Pasado y Presente) y Plunder the Commons (Saqueen al pueblo”), que publicó
entrado este año. Le envié una serie de preguntas por correo electrónico. Me
proveyó respuestas sinceras, completas y extensas, que he editado en interés de
la compresión. Bienvenido al mundo del precariado, que ha comenzado a flexionar
sus músculos y clamar por una reforma, o una revolución.
—¿Comenzó
a prender el término “precariado”?
—Indudablemente
sí. Todos los días recibo correos electrónicos de personas de todo el mundo que
dicen que pertenecen al precariado. He hablado sobre el tema en 40 países
diferentes. Acabo de regresar de la India, donde di dos conferencias sobre el
precariado. En enero hablé ante una audiencia de 3.000 personas en La Haya, en
los Países Bajos, y 6.000 personas en Leipzig, en Alemania. Di mi charla en
Davos durante los últimos tres años. En junio estaré en Winnipeg, Canadá para
seguir con la difusión.
—¿En
qué lugares hay una comprensión profunda del concepto?
—En
Escocia realmente lo consideran, también en Italia, España, Japón y Corea. En
los EEUU, donde el precariado está creciendo, las voces izquierdistas aún están
atascadas con el término “clase trabajadora”, que creo que oculta lo que está
sucediendo. Los medios de comunicación de Estados Unidos permanecen mudos.
—¿Se
refiere a revertir los términos marxistas tradicionales o completarlos y
actualizarlos?
—Cuando ThePrecariat se publicó por primera vez, fui atacado de manera brutal por los
marxistas del viejo estilo que me acusaban de “dividir a la clase trabajadora”.
Creo
que los conceptos, que pueden ser adecuados para una era –Marx escribió en un
momento en el que el capitalismo estaba en ascenso–, pueden dejar de ser
adecuados para épocas posteriores. El viejo proletariado, dominado por hombres
que trabajaban a tiempo completo en fábricas y minas es profundamente diferente
del precariado emergente, conceptual y políticamente.
Pero
tenga en cuenta que me he basado en conceptos marxianos para definir el
precariado: relaciones distintivas de producción, distribución y relaciones con
el estado. También agrego la conciencia, que hace del precariado de hoy la
nueva clase peligrosa. La traducción italiana de ThePrecariat fue Precari: La
NuovaClasse Explosiva, lo que me hizo enojar.
—¿Dónde
y cuándo comenzó su estudio del precariado?
—En
la década de los ochenta escribí y colaboré con una serie de monografías sobre
el crecimiento de la flexibilidad del mercado laboral en ocho países europeos,
incluidos Suecia y Finlandia, que luego fueron ponderados por socialdemócratas
cercanos a Nirvana, y llegué a la conclusión de que sus modelos eran
insostenibles. Estaba convencido de que las políticas económicas neoliberales
que perseguían (Margaret) Thatcher y (Ronald) Reagan producirían fragmentación
de clases y desigualdades más intensas.
Con
fondos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) bajo el paraguas de
las Naciones Unidas, reuní datos de 80 mil empresas y 68 mil trabajadores en 20
condados. Entrevisté personalmente a cientos de gerentes de fábrica, junto con
miles de trabajadores. Junto con mis colegas elaboramos un informe completo de
500 páginas, “Seguridad económica para un mundo mejor” (2004), para la OIT.
Representantes de los Estados Unidos en la junta directiva de la OIT lo
atacaron de inmediato. El director de la OIT retiró el informe. Poco después
renuncié y me puse a trabajar en el precariado.
—Usted
escribe acerca de cuatro temas relacionados como ira, anomia, ansiedad y
alienación, que atraviesan las líneas de las clases sociales y se comparten
ampliamente en Estados Unidos y Francia: así se trate de Trump y sus
partidarios aquí y los “gillets jaunes” (chalecos amarillos) allá. Los conceptos
no son nuevos, ¿verdad?
—Es
cierto, siempre ha habido ira, ansiedad, alienación y anomia. Lo que es
distintivo ahora es que los miembros del precariado tienden a sufrir agudamente
de los cuatro al mismo tiempo. La anomia proviene de una baja probabilidad de
movilidad social ascendente. La alienación se deriva de tener que hacer muchas actividades
que uno no quiere hacer, pero que es capaz de hacer. La ansiedad se deriva de
la incertidumbre económica crónica, y la inseguridad, y la ira se deriva en
gran parte de la sensación de que ningún partido político o candidato de las
principales corrientes articula una agenda orientada al precariado.
—¿Es
el precariado un grupo homogéneo?
—No,
se divide en tres facciones: atavistas, que miran hacia atrás y quieren revivir
un pasado perdido y que tienden a votar al neofascista y al populista; los nostálgicos
son principalmente inmigrantes sin ciudadanía que sienten que no tienen un
hogar en ningún lugar del mundo y mantienen la cabeza baja desde el punto de
vista político, excepto en los raros días en que expresan su ira; y los
progresistas que van a la universidad y se gradúan con deudas y sobreviven
picoteando aquí y allá.
A
medida que el número de progresistas crece, también crece su compromiso
político. No son solo víctimas. Se han infiltrado en los partidos
socialdemócratas moribundos y están creando nuevos partidos y movimientos
propios. Muchos de ellos están haciendo campaña por una renta básica, una
política que he defendido durante 30 años.
—¿De
qué trata su libro The Corruption of Capitalism (“La corrupción del
capitalismo”, 2017, hay edición en español)?
—Sostengo
que estamos en una era de capitalismo rentista y no tenemos una economía de
libre mercado. En la conclusión de ese libro escribo que solo una revuelta del
precariado (que con suerte será pacífica) llevará a un nuevo sistema de
distribución diferente. También digo que el antagonista primario del proletario
tradicional era el jefe, el capitalista y que el antagonista primario del
precariado es el estado mismo.
—Conocí
y conozco personas que se encuentran en circunstancias económicas y sociales
precarias. ¿Usted?
—Están
en todas partes y todos se preguntan a dónde van, si es que van a alguna parte.
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