Con la crisis generada
por la pandemia de coronavirus, China mueve los hilos del liderazgo global –según estos columnistas– mientras Estados Unidos vacila
Con cientos de millones de personas aisladas ahora en todo el
mundo, la nueva pandemia de coronavirus se ha convertido en un evento realmente
global. Y aunque sus implicancias geopolíticas deben considerarse secundarias
con respecto a la salud y la seguridad, a largo plazo estas cuestiones pueden
resultar de igual modo importantes, en especial cuando se trata de la posición
global de los Estados Unidos. Al principio, los órdenes globales tienden a
cambiar gradualmente y luego, todo de una vez. En 1956, una intervención
fallida en Suez puso al descubierto la decadencia del poder británico y marcó
el final del reinado del Reino Unido como potencia global. Hoy, los
responsables políticos de los Estados Unidos deberían reconocer que si Estados
Unidos no se yergue para para estar a la altura del momento, la pandemia de
coronavirus podría marcar otro “momento Suez”.
Ahora está claro para todos, excepto para los partidarios más
cegados, que Washington estropeó su respuesta inicial. Los errores cometidos
por instituciones clave, desde la Casa Blanca y el Departamento de Seguridad
Nacional hasta los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades
(CDC), han socavado la confianza en la capacidad y competencia del gobierno de
los EEUU. Las declaraciones públicas del presidente Donald Trump, ya sea en los
discursos de la Oficina Oval o en los tuits de la mañana, han servido para
sembrar la confusión y difundir la incertidumbre. Los sectores público y
privado han demostrado estar mal preparados para producir y distribuir las
herramientas necesarias para hacer pruebas y dar respuesta. A nivel
internacional, la pandemia amplificó los instintos de Trump de cortarse solo y
expuso cuán poco preparado está Washington para liderar una respuesta global.
A medida que Washington vacila, Beijing se mueve rápida y
hábilmente para aprovechar la apertura creada por los errores de Estados
Unidos, llenando el vacío para posicionarse como el líder mundial en la
respuesta a la pandemia. Está trabajando para promocionar su propio sistema,
proporcionar asistencia material a otros países e incluso organizar a otros
gobiernos. Es difícil exagerar la enrome osadía de la movida china. Después de
todo, fueron los propios pasos en falso de Beijing, especialmente sus esfuerzos
al principio para encubrir la gravedad y la propagación del brote, lo que ayudó
a crear la crisis que ahora afecta a gran parte del mundo. Sin embargo, Beijing
entiende que si se lo ve como líder, y se ve que Washington es incapaz o no
está dispuesto a hacerlo, esta percepción podría alterar fundamentalmente la
posición de los Estados Unidos en la política global y la competencia por el
liderazgo en el siglo XXI.
SE COMETIERON ERRORES
Inmediatamente después del brote del nuevo coronavirus, que causa
la enfermedad que ahora se conoce como covid-19, los pasos en falso de los
líderes chinos afectaron la posición global de su país. El virus se detectó por
primera vez en noviembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, pero las autoridades no
lo revelaron durante meses e incluso castigaron a los médicos que lo informaron
por primera vez, desperdiciando un tiempo precioso y retrasando
al menos cinco semanas las medidas que educarían al público, detener
los viajes y permitir pruebas generalizadas. Incluso cuando estuvo a la vista
la escala completa de la crisis, Beijing controló estrictamente la información,
rechazó la asistencia de los CDC, limitó los viajes de la Organización Mundial
de la Salud a Wuhan, probablemente morigeró las cantidades de infecciones y
muertes, y alteró repetidamente los criterios para registrar nuevos casos de
covid-19 –acaso en un esfuerzo deliberado para manipular el número oficial de
casos.
A medida que la crisis empeoró durante enero y febrero, algunos
observadores especularon que el coronavirus podría incluso socavar el liderazgo
del Partido Comunista Chino. Se le llamó el “Chernobyl” de China; el doctor Li
Wenliang, el joven denunciante silenciado por el gobierno que luego sucumbió a
las complicaciones del covid-19, fue comparado con el “hombre frente al tanque”
de la Plaza Tiananmen.
Sin embargo, a principios de marzo, China reclamaba la victoria.
Se atribuyó a las cuarentenas masivas, la interrupción de los viajes y el
cierre completo de la mayoría de las actividades de la vida diaria en todo el
país el haber frenado la marea; las estadísticas oficiales informaron que los
casos diarios nuevos habían caído a un
solo dígito a mediados de marzo, cuando eran cientos a principios de
febrero. Para sorpresa de la mayoría de los observadores, el líder chino Xi
Jinping –que había permanecido inusualmente callado en las primeras semanas–
comenzó a ponerse directamente en el centro de la respuesta. Este mes visitó personalmente Wuhan.
A pesar de que la vida en China aún debe volver a la normalidad (y
a pesar de las continuas preguntas sobre la precisión de las estadísticas de
China), Beijing está trabajando para convertir estos primeros signos de éxito
en una narrativa más amplia para transmitir al resto del mundo; China es el
jugador esencial en la recuperación mundial que se avecina, al tiempo que
elimina su mala gestión anterior de la crisis.
La parte crítica de esta narrativa es el supuesto
éxito de Beijing en la lucha contra el virus. Un flujo constante de artículos
de propaganda, tuits y mensajes públicos, en una amplia variedad de idiomas,
promociona los logros de China y destaca la efectividad de su modelo de
gobierno. “La fuerza, eficiencia y velocidad distintivas de China en esta lucha
ha sido ampliamente aclamada”, declaró
el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Zhao Lijian.
Agregó que China estableció “un nuevo estándar para los esfuerzos mundiales
contra la epidemia”. Las autoridades centrales han instituido un estricto
control informativo y disciplina en los órganos estatales para librarse de
narrativas contradictorias.
Estos mensajes son ayudados por el contraste
implícito con los esfuerzos para combatir el virus en Occidente,
particularmente en los Estados Unidos –el fracaso de Washington en producir un
número adecuado de kits de prueba, lo que significa que Estados Unidos ha
probado relativamente pocas personas per cápita, o la marcha desarticulada de
la administración de Trump que deja a la infraestructura del gobierno
estadounidense sin una respuesta
a la pandemia. Beijing ha aprovechado la oportunidad narrativa que
brinda el desorden estadounidense, sus medios estatales y diplomáticos
recuerdan regularmente a una audiencia global la superioridad de los esfuerzos
chinos y critican
la “irresponsabilidad e incompetencia” de la “llamada elite política en
Washington”, como lo puso en un editorial la agencia de noticias oficial
Xinhua.
Los funcionarios chinos y los medios estatales
incluso han insistido en que el coronavirus no surgió de China, a pesar de la
abrumadora evidencia en contrario, a fin de reducir la culpa de China por la
pandemia mundial. Este esfuerzo tiene elementos de una campaña de desinformación
al mejor estilo ruso, con el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores
de China y más de una docena de diplomáticos que comparten artículos infundados
que acusan al ejército
de los Estados Unidos de propagar el coronavirus en Wuhan. Estas acciones,
combinadas con la expulsión masiva, sin precedentes, de China de periodistas de
los tres periódicos estadounidenses más importantes, dañan las pretensiones de
China de liderazgo.
CHINA HACE, EL MUNDO
TOMA
Xi entiende que
proporcionar bienes globales puede pulir las credenciales de liderazgo de un
poder en ascenso. Ha pasado los últimos años presionando al aparato de la
política exterior china para que piense con mayor intensidad en liderar
las reformas de la “gobernanza global”, y el coronavirus ofrece la oportunidad
de poner en práctica esa teoría. Consideremos las muestras cada vez más
publicitadas de asistencia material de China, incluidas máscaras, respiradores,
ventiladores y medicamentos. Al comienzo de la crisis, China compró y produjo
(y recibió como ayuda) grandes cantidades de estos bienes. Ahora está en
condiciones de entregarlos a otros.
Cuando ningún estado
europeo respondió al llamamiento urgente de Italia por equipos médicos y de
protección, China se comprometió públicamente a
enviar 1.000 ventiladores, dos millones de máscaras, 100.000
respiradores, 20.000 trajes protectores y 50.000 kits de prueba. China también
envió equipos médicos y 250.000 máscaras a Irán y envió suministros a Serbia,
cuyo presidente rechazó la solidaridad europea como “un cuento de hadas” y
proclamó que “el único país que puede ayudarnos es China”. El cofundador de
Alibaba, Jack Ma, prometió enviar grandes cantidades de kits de prueba y
máscaras a los Estados Unidos, así como 20.000 kits de prueba y 100.000
máscaras a cada uno de los 54
países de África.
La ventaja de Beijing
en asistencia material se ve reforzada por el simple hecho de que gran parte de
lo que depende el mundo para luchar contra el coronavirus se hace en China. Ya
era el principal productor de máscaras quirúrgicas; ahora, a través de la
movilización industrial en tiempos de guerra, ha aumentado la producción
de máscaras más de diez veces, dándole la capacidad de proporcionarlas
al mundo. China también produce aproximadamente
la mitad de los respiradores N95, indispensables para proteger a los
trabajadores de la salud (ha forzado
a las fábricas extranjeras en China a fabricarlos para luego
vendérselos directamente al gobierno), dándole otra herramienta de política
exterior en forma de equipamiento médico. Mientras tanto, los antibióticos son
críticos para abordar las infecciones
secundarias emergentes de covid-19, y China produce la gran mayoría de
los ingredientes farmacéuticos activos necesarios para producirlos.
Estados Unidos, por el
contrario, carece de la oferta y la capacidad para satisfacer muchas de sus
propias demandas, y mucho menos para proporcionar ayuda en zonas de crisis en
otros lugares. La imagen es sombría. Se cree que la Reserva Nacional
Estratégica de EEUU, la reserva nacional de suministros médicos críticos, tiene
solo el
uno por ciento de las máscaras y respiradores y quizás el diez por
ciento de los
ventiladores necesarios para hacer frente a la pandemia. El resto
tendrá que compensarse con importaciones de China o un veloz aumento de la
fabricación nacional. Del mismo modo, la participación
de China en el mercado de antibióticos de EEUU es de más del 95 por
ciento, y la mayoría de los ingredientes no pueden fabricarse en el país.
Aunque Washington ofreció asistencia a China
y otros al comienzo de la crisis, ahora es menos capaz de hacerlo, a
medida que crecen sus propias necesidades; Beijing, por el contrario, ofrece
ayuda precisamente cuando la necesidad global es mayor.
Sin embargo, no se
trata de responder a la crisis solo con bienes materiales. Durante la crisis de
Ébola de 2014-15, los Estados Unidos reunieron y lideraron una coalición de
docenas de países para contrarrestar la propagación de la enfermedad. Hasta el
momento, la administración Trump ha rechazado un esfuerzo de liderazgo similar
para responder al coronavirus. Incluso faltó a la coordinación con los aliados.
Washington, por ejemplo, parece que no
avisó previamente a sus aliados europeos antes de prohibir los viajes
desde el continente europeo.
China, por el
contrario, ha emprendido una campaña diplomática sólida para convocar a docenas
de países y cientos de funcionarios, generalmente por videoconferencia, para
compartir información sobre la pandemia y las lecciones de la propia
experiencia de China en la lucha contra la enfermedad. Al igual que gran parte
de la diplomacia de China, estos esfuerzos de convocatoria se llevan a cabo en
gran medida a nivel regional o a través de organismos regionales. Incluyen
llamadas con los estados de Europa
central y oriental a través del mecanismo “17 + 1”, con la secretaría
de la Organización de Cooperación de Shanghai, con diez estados
insulares del Pacífico y con otras agrupaciones en África, Europa y
Asia. Y China trabaja duro para publicitar tales iniciativas. Prácticamente todas las
historias en la portada de sus órganos de propaganda orientados al
exterior anuncian los esfuerzos de China para ayudar a diferentes países con
bienes e información al tiempo que subrayan la superioridad del enfoque de
Beijing.
CÓMO LIDERAR
El principal activo de China en su persecución del liderazgo
global –ante el coronavirus y más allá de él–, es la percepción inadecuada y el
enfoque interno de la política estadounidense. El éxito final de la búsqueda de
China, por lo tanto, dependerá tanto de lo que sucede en Washington como de lo
que sucede en Beijing. En la crisis actual, Washington aún puede cambiar el
rumbo si demuestra ser capaz de hacer lo que se espera de un líder: manejar el
problema en casa, suministrar bienes públicos globales y coordinar una
respuesta global.
La primera de esas tareas, detener la propagación de la enfermedad
y proteger a las poblaciones vulnerables en los Estados Unidos, es la más
urgente y en gran medida una cuestión de gobernanza nacional en lugar de
geopolítica. Pero cómo lo haga Washington tendrá implicaciones geopolíticas, y
no solo en la medida en que restablezca o no la confianza en la respuesta
estadounidense. Por ejemplo, si el gobierno federal respalda y subsidia de
inmediato la expansión de la producción nacional de máscaras, respiradores y
ventiladores –una respuesta acorde con la urgencia en tiempos de guerra de esta
pandemia–, salvaría vidas estadounidenses y ayudaría a otros en todo el mundo
al reducir la escasez de suministros globales.
Si bien Estados Unidos actualmente no puede satisfacer las
demandas materiales urgentes de la pandemia, su continua ventaja global en las
ciencias de la vida y la biotecnología puede ser fundamental para encontrar una
solución real a la crisis: una vacuna. El gobierno de EEUU puede ayudar
proporcionando incentivos a los laboratorios y las empresas de EEUU para que
realicen un “Proyecto Manhattan” médico para idear, evaluar rápidamente en
ensayos clínicos y producir una vacuna en masa. Debido a que estos esfuerzos
son costosos y requieren
inversiones iniciales desalentadoramente altas, el generoso
financiamiento del gobierno y las bonificaciones para la producción exitosa de
vacunas podrían marcar la diferencia. Y vale la pena señalar que a pesar de la
mala gestión de Washington, los gobiernos estatales y locales, las
organizaciones sin fines de lucro y religiosas, las universidades y las
empresas no están esperando que el gobierno federal actúe antes de tomar
medidas. Las compañías e investigadores financiados por los EEUU ya están avanzando
hacia una vacuna, aunque incluso en el mejor de los casos, pasará algún
tiempo antes de que esté lista para su uso generalizado.
Sin embargo, aun cuando concentra los esfuerzos en casa, Washington
no puede simplemente ignorar la necesidad de una respuesta global coordinada.
Solo un liderazgo fuerte puede resolver los problemas de coordinación global
relacionados con las restricciones de viajes, el intercambio de información y
el flujo de bienes fundamentales. Estados Unidos ha proporcionado con éxito ese
liderazgo durante décadas, y debe hacerlo nuevamente.
Ese liderazgo también requerirá cooperar efectivamente con China,
en lugar de ser consumido por una guerra de narrativas sobre quién respondió
mejor. Poco se gana al enfatizar repetidamente los orígenes del coronavirus,
que ya son ampliamente conocidos a pesar de la propaganda de China, o al
participar en pequeños intercambios retóricos de ojo por ojo con Beijing.
Mientras los funcionarios chinos acusan al ejército de los Estados Unidos de
propagar el virus y critican los esfuerzos de los Estados Unidos, Washington
debería responder cuando sea necesario, pero generalmente resistir la tentación
de poner a China en el centro de sus mensajes de coronavirus. La mayoría de los
países que enfrentan el desafío preferirían ver un mensaje público que enfatice
la seriedad de un desafío global compartido y posibles caminos a seguir
(incluidos ejemplos exitosos de respuesta al coronavirus en sociedades
democráticas como Taiwán y Corea del Sur). Y hay mucho que Washington y Beijing
podrían hacer juntos para el beneficio del mundo: coordinar la investigación de
vacunas y los ensayos clínicos, así como otorgar estímulo fiscal; compartir
información; cooperar en la movilización industrial (en máquinas para producir componentes
claves del respirador o piezas del ventilador, por ejemplo), y ofreciendo
asistencia conjunta a otros.
En última instancia, el coronavirus podría incluso servir como una
llamada de atención, estimulando el progreso en otros desafíos globales que
requieren la cooperación entre Estados Unidos y China, como el cambio
climático. Tal paso no debería verse, y no sería visto por el resto del mundo,
como una concesión al poder chino. Más bien, contribuiría de alguna manera a
restaurar la fe en el futuro del liderazgo de los EEUU en la crisis actual,
como en la geopolítica actual de manera más general, a Estados Unidos le puede
ir bien haciendo el bien.
Nota bene
1: Se respetaron todos los enlaces del original en inglés que puede
leerse en Foreign
Affairs acá.
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