Luego, el recurso (retórico) por excelencia de estas formas de humor parece ser el oxímoron. Cito, a propósito de este recurso: "el oxímoron no es un lugar de convivencia (aunque se trate de la convivencia de opuestos), sino un sitio inhabitable por el que los sentidos pasan sin establecerse (ni siquiera como opuestos), atrayéndose a fuerza de diversidad. Menos que una figura en la que se expresa el estilo de un autor, el oxímoron es, desde este punto de vista, uno de los modos de aparición del cuerpo incierto, gozoso, del autor y del lector en los márgenes inesperados de un texto. Borges escribe “intolerable beatitud”, para referirse a la impresión que sufría Dante cuando se creía atravesado por la mirada de su amada, y esta reunión de afectos inaproximables es seguramente la forma justa de hacer aparecer, en su lectura de “los versos más patéticos que la literatura ha alcanzado” (372), el secreto del desgarramiento amoroso del poeta. Para nosotros, lectores del ensayo borgesiano, “intolerable beatitud” dice, del modo más intenso que podamos imaginar, la monstruosa y fascinante condición de las personas que, por un capricho del azar, se convirtieron para alguien en objeto de amor: aparecen como íntimamente distantes".
Me arriesgo a decir: allí donde el neoliberalismo, capitalismo tardío o, como lo prefiere Agamben, la Gloria de la economía neoliberal aplastó todos los sentidos, el humor llega para traer los restos del pasado y confrontarlos, ponerlos en un "sitio inhabitable". Es sólo una anotación.
La nota:
Entrado el año 2000, el empresario para el que trabajábamos
en una desaparecida redacción de Rosario nos dio una ejemplar lección sobre la plusvalía:
con el medio que logró montar gracias a nuestro trabajo diario, apasionado y
mal pago, se hizo de un capital potencial que lo llevó a sentarse en el
directorio del único multimedios de la ciudad. Su fortuna, en acciones, creció
por lo menos cinco veces. Los trabajadores quedamos casi en la calle. En esos
años de lecciones tan duras y redondas, los grandes momentos de distracción
llegaban los lunes a la noche, en el departamento de uno de los compañeros
solteros, sobre calle Urquiza, donde veíamos “Todo por dos pesos”, el programa
que guionaba Pedro Saborido y en el que actuaban Diego Capusotto y Fabio
Alberti.
Mientras los pocos programas de humor de la televisión de
entonces eran absorbidos por la farandularización que se estaba tragando al
gobierno de la Alianza, “Todo por dos pesos” seducía con un humor casi
doméstico, hecho a la medida del país de bancarrota de esos días. Más de una
década más tarde, Saborido nos dice por teléfono que con “Todo por dos pesos”
intentaba “crear una parodia, con humor, y después la televisión se transformó
en eso”. Si algo resultó anticipatorio de ese programa –uno de los más
celebrados hace diez años–, fue su método: era el mismo lenguaje y los recursos
televisivos lo que se convertía en un dispositivo humorístico. Hoy la
televisión se parece a “Todo por dos pesos” no porque abunde su humor
desmedido, sino porque se muerde la cola, pero sin el ojo crítico de la sátira.
En diez años de kirchnerismo el humor acaso no haya cambiado
tanto, lo que sí cambió, según nos dice Luis Rubio, el actor bajo el disfraz de
Eber Ludueña –otro de los personajes de la época–, es el modo en que se
financian las producciones en televisión: “Hoy el humor en los medios lo hacen
los conductores”, dice el humorista rosarino y pone como caso emblemático a
Marcelo Tinelli, pero también a otros como Beto Casella o Germán Paoloski. Los
otros grandes hacedores de humor son los editores: juntan, recortan y pegan
materiales de lo que ha sucedido durante la semana. “Mide y es más barato, por
lo menos hasta que pase la fascinación por las peleas y el escándalo”.
Como en casa
En una década no sólo incidió la progresiva desaparición de
los grandes humoristas del medio (desde Tato Bores, que murió, a Antonio
Gasalla, relegado ahora a apariciones fragmentarias en programas tanque),
también la tecnología.
Hace muy poco la editorial porteña Caja Negra sacó un
pequeño volumen con tres entrevistas hechas al gran escritor JG Ballard
(1930-2009) a principios de los 80 en las que éste predecía el futuro: “Todo el
mundo vivirá adentro de un estudio de televisión. Eso es a lo que aspira el
ámbito doméstico en estos días: la casa va a transformarse en un estudio de
televisión. Todos vamos a ser protagonistas de nuestras propias series, y serán
series muy extrañas, como el interior de nuestras cabezas”.
Las ediciones de video, más las redes sociales (desde
Facebook a YouTube, donde se popularizaron los sketches de programas como “Todo
por dos pesos”, “Peter Capusotto y sus videos”, las apariciones de Eber Ludueña
o las tapas de la revista Barcelona)
son, ni más ni menos, eso: el humor no ya como lo pensaba Tato Bores (diálogos
con los grandes personajes de la política, interpelación al gran poder), sino
el chiste en la intimidad, la desmesura de cualquier hijo de vecino llevada al
absurdo de las grandes esferas, el titular de diario pensado por el taxista o
el estudiante universitario.
Los K –sea lo que fuera esa entelequia a lo que se le ha
dado esa denominación– alentaron también la ilusión de lo doméstico, de la
política entendida como acciones de gobierno que llegan al living familiar.
Léase bien: “alentaron”, como en aquella tapa de revista Barcelona que bajo la volanta: “El Gobierno Popular engaña a los
organismos de crédito”, titulaba: “Giles. En el FMI ignoran que el préstamo a
la Argentina será para financiar la revolución socialista”.
La sátira
Para Ingrid Beck, una de las directoras y fundadoras de Barcelona, la revista no hace “chistes”
ni el equipo que lleva adelante la publicación busca el humor, sino la parodia,
la sátira.
“En estos 10 años –dice Ingrid por teléfono–, en algunos
momentos fue más fácil y en otros más difícil parodiar. Mirando hacia atrás nos
dimos cuenta de que éramos más críticos del primer gobierno de Néstor Kirchner
que del primero de Cristina, porque coincidió con la época en que el
kirchnerismo era amigo de clarín, y nosotros estamos en la vereda de enfrente
de Clarín”.
Para Beck, quien el año pasado estuvo al frente de Radio
Barcelona, un programa que llevaba al formato radial el método de la revista
por Radio Nacional, una experiencia que no terminó bien (“Porque nos avisaron
casi sobre la hora del cierre que el programa no seguía”, dice), llevar
adelante la revista es “cada vez más complicado, porque los diarios son cada
vez más una parodia de sí mismos, y resulta difícil hacer algo con eso, resulta
difícil parodiar”. Se refiere a la permanente guerra de titulares y omisiones,
al modo en que se posicionan los grandes diarios, oficialistas o no, y a la
editorialización a través de titulares cuyo método podría resumirse en una
fórmula típica de Barcelona: poner
por ejemplo en grandes caracteres la frase “Duhalde trafica cocaína”, como si
fuera una afirmación; pero si se lee, en letras mucho más pequeñas, las
palabras que la anteceden, queda: “Cómo se montó la indignante, sucia y artera
operación de prensa que pretende hacerle creer a la opinión pública que Gastón
Miret, los hermanos Gustavo y Eduardo Juliá y otra gente honesta vinculada a
Duhalde trafica cocaína”.
Sí, dice Beck, “era de algún modo más fácil hacer humor con
Menem, que llevaba a que todos hicieran chistes con la abeja (por una cirugía
plástica que se había hecho y disimuló diciendo que lo había picado un abeja) y
no con Río Tercero (la explosión de los arsenales de la fábrica de armas que
encubrieron el tráfico de armas a Ecuador), pero eso no es gracioso. Esta gente
(por el kirchnerismo) parece con menos sentido del humor y a la vez tiene
actitudes más interesantes”.
Relatos
En épocas en que la economía y los medios se enredan en sus
propios términos, el poder resulta indescifrable. El humor es acaso un modo de
reconocerlo en algún tipo de relato. Tato Bores lo hacía con una llamada por
teléfono al centro del poder, en la actualidad, ese llamado suena en la
intimidad de un hogar cualquiera, atiende un ama de casa, una jubilada
trastornada como la Violencia Rivas de “Peter Capusotto y sus videos” o un muchacho
que mira televisión con sus amigos, como en nuestro primer ejemplo.
El método, según nos dice Saborido, es: “Encontrar ese
chiste o ese personaje que puede ser hecho entre tus amigos, delirios que
podrían comentarse en un asado. Eso por ahí tiene que ver con el espíritu de lo
que hacemos con Diego (Capusotto), las ideas más limpias, más sencillas son las
que más nos gustan: como jugadas limpias de fútbol. Lo sencillo es el espíritu
que tienen, lo esencial es que una mina se sienta que ella es Violencia Rivas.
Porque no es que uno conoce a una estrella de rock que es Pomelo, sino que uno
mismo se convierte en Pomelo cuando atraviesa ese momento de ego estúpido, de
infantilismo y divismo como el del personaje”.
También, el humor, la sátira, como prefiere Ingrid Beck de Barcelona, tiene que ver con eso que se
omite: la desaparición de Jorge Julio López, por ejemplo, en 2006, sobre la que
titularon, cuando pasado el tiempo ya ningún medio hablaba del desaparecido en
democracia: “Famoso por un día”. “Los familiares y la gente cercana a López
siempre se mostraron agradecidos de que alguien mantenga el tema vigente, los
que lo consideran de mal gusto es gente que no entiende la revista”, dice ella,
y agrega: “Lo que intentamos hacer es que el tema no se pierda, por eso
trabajamos sobre el recorte que nos da la agenda de los grandes medios y sus
grandes omisiones: la desaparición de López o la represión a los militantes
antiminería a cielo abierto, o el infiltrado en la agencia Rodolfo Walsh”.
“No pretendo educar” “No me parece que todo se
pueda medir en menemismo, alfonsinismo, kirchnerismo. El humor –nos dice
Saborido un domingo a la noche– está cruzado por muchas cosas además de un
gobierno, hay más variables, hasta las tecnológicas: la cantidad de canales que
había en los últimos años del alfonsinimo y la cantidad de redes sociales que
hay hoy hacen que el humor y el consumo de humor sea distinto. Yo hice humor
político de actualidad en el final del alfonsinismo y principio del menemismo,
hasta el año 93 con Tato Bores, y luego en radio Mitre, con un humor que podría
considerarse político pero no estaba basado en la agenda de los diarios, aunque
no era neutro, simplemente no estaba basado en las personalidades que forman
parte del parnaso político. Era un humor político que tenía cierta distancia y
apelaba a la metáfora, de respeto por la investidura; después, ya con CQC y la
participación de políticos en la televisión, esa distancia se acortó: los
noteros, la joda, es más salvaje el humor ahora, más desenfadado. Con Kirchner
se hizo humor con su forma de hablar, con Cristina también. Me parece que los
presidentes, salvo (Fernando) De la Rúa y (Eduardo) Duhalde, se han mostrado
más relajados, por ahí Cristina menos que Néstor. Menem era como un festival,
rompía todos los moldes, y también estuvo diez años. Quizás se ha endurecido
todo, de una etapa desmovilizada (la del menemismo y la Alianza), se ha vuelto
como a una en la que la discusión es más tensa, por lo que pareciera que hay
menos humor para tratar. Hay estos enfrentamientos más duros, con grandes
titulares, más grandilocuentes con respecto a las cosas que pueden ocurrir. Y
siempre el humor que terminó funcionando es el opositor, es muy difícil hacer
humor oficialista, un humorista político tendría que tener la ubicación de un
tipo con cierta visión anarquista, de rechazo a todo. Por nuestra parte, lo que
hacemos es usar personajes que están más a la par nuestra, todo el mundo hace
chistes de políticos, entonces hagámonos cargo de nuestra parte: no pretendo educar
a nadie con eso”.
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