por Ezequiel Alemián, en Clarín,
Buenos Aires
Cuatro aperturas tuvo ya el 18° Festival Internacional de
Poesía de Rosario , pero
seguramente tendrá un solo cierre. El martes abrió Paco Ibáñez con sus
canciones sobre textos de Jorge Manrique y el Arcipreste de Hita; el miércoles
primero fue Rafael Ielpi, director de una de las sedes, y después Miguel
Lifschitz, intendente de la ciudad. El jueves fue el turno de Martín Prieto,
director de otra de las sedes. Prieto dejó inaugurada además una maravillosa
muestra de collages de Eduardo Stupía, especialmente preparada para este
encuentro, que el domingo a la noche se despedirá de Rosario con la puesta en
escena de Mujeres terribles , obra de Marisé Monteiro y Viviana
Uriarte que indaga en la extraña amistad que mantuvieron Silvina Ocampo y
Alejandra Pizarnik.
Hoy sábado se cumplen 38 años de la
muerte, por suicidio, de Pizarnik. En Rosario, sin embargo, no se habla
demasiado de ella. Incluso para los poetas más jóvenes, los que están editando
sus primeros libros, Pizarnik carga con el peso de ser considerada una “poeta
de iniciación”.
Luciana Caamaño es una poeta
marplatense que lleva tatuada en su antebrazo derecho una frase de Pizarnik
(“como cuando se abre una flor y refleja el corazón que no tiene”). Dice
Caamaño que empezó a leer poesía leyendo a Pizarnik, y que en su momento leyó
varias veces su obra completa. “Me gustaban su cinismo, sunon sense . Pero después me cansé del tono que
tiene, me agotó esa cosa de estar todo el tiempo preguntándose por lo que hay
detrás de la palabra, hasta dónde se puede decir”.
Para Caamaño, los jóvenes leen a
Pizarnik como si fuese una especie de versión cool de Alfonsina Storni
(depresiva, suicida), y dice que su figura no deja de representar una suerte de
Otro absoluto, por poeta y por mujer.
Pizarnik, que había nacido en 1936,
publicó cuatro libros en vida: Arbol
de Diana(1962), Los
trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la
locura(1968) y El infierno
musical (1971). Es una poesía
de soledad y de tristeza, construida con un lenguaje de imágenes muy emotivas y
casi metafísicas, lejanamente vinculadas con el surrealismo y con la escritura
que practicaba Alejandro Porchia. Después de su muerte empezó a circular su
prosa, mucho más lúdica y audaz, desafiante, en el juego de sonidos y
transformaciones de las palabras y las frases. En el interés que hoy despiertan
la edición de textos sobre su vida y su correspondencia, se evidencia un
interés que excede a su producción escrita.
“La lectura de su obra está muy marcada
por el imaginario que rodea a la persona. Eso a veces dificulta el acercamiento
a sus poemas”, señala Julián Bejarano, poeta porteño que vive en Paraná.
Escritores y críticos se han ocupado de
la obra de Pizarnik: Tamara Kamenszain, Cristina Piña, Ivonne Bordelois, María
Negroni. El novelista César Aira le dedicó un libro.
La poesía de Pizarnik, dice Aira, no
abre un camino estético, sino que lo cierra. De ahí, podría pensarse, la
dificultad para encontrarle continuadores. Pizarnik admite imitadores, pero no
continuadores. En su estilo, es imposible hacer algo que no se le parezca.
“Cuando empecé a escribir”, recuerda la
poeta santafesina Cecilia Moscovich, ”sentí que sus poemas ponían palabras a lo
que a mí me pasaba. Era como mirarme al espejo. Ahora su figura me da un poco
de lástima, por esa pulsión
que parecía tener de mejorar su arte a costa de su estabilidad anímica . Porque para escribir como ella,
tenés que vivir en ese riesgo”.
En la reedición de su primer libro ( Escrito en un nictógrafo ), Arturo Carrera incluyó un CD con la
grabación de una conmovedora lectura del texto, que hizo Pizarnik. Bueno: una
lectura de Carrera iba a ser la quinta apertura del festival. Pero Carrera no
vino. Al parecer, arreglando unas flores se lastimó un ojo, y le pusieron un
parche temporal, que no le permite focalizar bien la mirada sobre los versos de
sus poemas.
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