Ya nos lo había advertido Ballard, ahora, nuestro pensador oriental de cabecera, Sandino Núñez (en esta entrada), es mucho más explícito: "
Sandino escribe: «El ciberespacio, internet y la
comunicación electrónica son, en principio y en apariencia, el mapa perfecto
del mundo capitalista desregulado. Y por mapa perfecto entendamos un
no-mapa: un mapa del capitalismo de mercado que “coincide punto por punto con
el capitalismo de mercado”. No caben dudas de que ambos mundos se solapan o se
envuelven uno al otro: la aparente imposibilidad del capitalismo occidental de
los últimos años de plantearse en una escena no democrática liberal (lo que
algunos llaman posneoliberalismo) debido al empuje caótico y ciego de las
fuerzas de hiperproductividad e hiperconsumo, las inyecciones de capital a la
masa lumpen de consumidores, el irreversible endeudamiento interno, la
bancarización de todo el sistema de intercambios (hasta el punto en que todo el
sistema parece tocar un punto nuclear de contradicción, una especie de
sobregiro cuya fuerza centrífuga es incalculable), ocurre paralelamente al
mundo digital del crecimiento ilimitado y descontrolado del mercado de la
información, la comunicación, la imagen, el chisme, la pornografía, el
espectáculo privado, las opiniones, los comentarios. El murmullo atareado e indiferente
del mundo global.
«La obscenidad de la cultura
contemporánea se puede resumir como una privatización absoluta de todo, un
asalto profanatorio brutal a eso que clásicamente se ha entendido como lo
público (que es la organización política inherente a lo social). Átomo
y byte (digamos, para aprovechar
la estúpida metáfora de Negroponte): uno espejo del otro. El gran simulacro
envolvente entre materia y electricidad, entre mercancía y publicidad, entre
cosas y voces. Lo de simulacro envolvente quiere decir que no hay
límites ni contradicción entre unos y otros (materia y energía, cosas y signos,
mercancía y publicidad, cosas e imágenes). Y lo de envolvente remite
también a una impensada fuerza de unificación y clausura de todo el sistema
sobre sí mismo: un sistema al que toda anomalía o toda desviación parece
pertenecerle o parece poder ser
reincorporada, y por lo tanto es un sistema impensable (un no-sistema). Eso es
la democracia liberal contemporánea: un sistema aberrante que (como decía Freud
de lo inconsciente) no conoce la negación.
«La masa, siempre volcada sobre la
singularidad de tales o cuales disfuncionalidades (corrupción, malas
administraciones, luchas a la interna de los gobiernos y de los partidos,
inercias burocráticas, conspiraciones), no puede pensar en términos de
estructura, ya que el sistema mismo no es sino una desmentida de su propia
estructura, es decir —en suma— una desmentida de sí mismo: todo empuja a
ciertas insoportables modalidades de reformismo, procedimientos de corrección o
enmiendas de aquello que funciona mal, e implícitamente, la aceptación
ontológica a priori de que el sistema está bien o es el mejor
posible, por lo que cabe únicamente mejorarlo, corregirlo, perfeccionarlo
(combatir la corrupción, administrar prolijamente, evitar el despilfarro
estatal, etc.). Si aparecen acosadores en la web, o siniestros pedófilos que
acechan a nuestros nenes, o hackers y piratas del malware, se
arma rápidamente el servicio de la seguridad de Childpolice, de alarmas
y firewalls, o el sanitarismo moral contra los contenidos pornográficos,
etc. Pero el problema es que lo pornográfico de este mundo ilimitado no reside
en tales o cuales contenidos sexuales explícitos. Lo pornográfico es la
estructura misma: la sustitución no de los átomos por los bytes, sino la
sustitución de los signos y de los conceptos por los átomos por un lado y por
los bytes y los píxeles por otro. La pornografía, o por lo menos,
la obscenidad, está en el ADN del propio sistema y no en usos desviados o torcidos de la
herramienta.
«Acá es donde uno no tiene más
remedio que coincidir con la clásica observación de McLuhan de que el medio
es el mensaje, pero solamente a condición de radicalizarlo e invertir su
polaridad: no se trata simplemente de que la arquitectura del medio determina
el horizonte de mensajes posibles (y así como la escritura fonológica y la
imprenta favorecieron el pensamiento racional-analítico ahora la máquina
electrónica multimedia empuja el collage asociativo, la frialdad
elíptica, las experiencias envolventes y primitivas, la neo-oralidad de la
tribu, etc.), sino de entender que hoy la idea clásica de mensaje (la
materialidad del signo metaforizando o enviando a la insustancialidad
conceptual del referente) ya no es posible en tanto ha sido plenamente
sustituida por el medio, por el canal, la atmósfera o el clima ansioso de la
comunicación o el clima histérico de la transmisión. Y esto, a diferencia de lo
que profetizaba el sacerdote hippie canadiense, no ha sido una ganancia:
nos ha vuelto más participativos, más activos, más espontáneos, más expresivos,
más opinadores, decía él, y es cierto —pero yo insisto: eso no es una ganancia;
es más bien al revés: es una pérdida catastrófica. Las ideas y los conceptos
parecen haber sido erradicados del mundo y ahora solamente hay átomos o células
(lo real) y bytes (su réplica digital-imaginaria en la pantalla).»
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