Se conoció el piloto de una serie producida por
Amazon y basada en la novela El hombre en el castillo, en la que Phlip K.
Dick imaginó un mundo alternativo en el que los aliados habían perdido la
Segunda Guerra. Con producción de Rdiley Scott y guiones a cargo de FrankSpotnitz, el episodio puede verse ya en internet pero habrá que esperar hasta
2016 para ver la serie.
La novela que reúne las obsesiones contemporáneas en torno a
la manipulación mediática, las conspiraciones del estado y la sensación de que
la realidad ha sido tergiversada fue publicada en 1962. Se llamó El hombre en el castillo (The man in the high castle), escrita por Philip K. Dick y publicada
en Argentina, por la maravillosa y hoy desaparecida editorial Minotauro, en
1974.
Es una ucronía. Las ucronías –u-cronos: fuera del tiempo–
son las historias que podrían responder a la pregunta “¿qué hubiera pasado si?”.
En este caso Dick se pregunta: “¿qué hubiera pasado si el Eje, en lugar de los
aliados, hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial?
Los Estados Unidos de 1962 que imagina Dick son eso: un
territorio dividido en tres porciones: el amplio Este, gobernado por los nazis
alemanes, la costa del Pacífico, gobernada por los japoneses y una franja a
medias neutral sobre las montañas Rocallosas.
Hitler se está muriendo y el desmoronamiento del líder
generó una guerra fría entre alemanes y japoneses, que se disputan el dominio
del mundo. Mientras tanto, los protagonistas de la novela –tanto una joven que
quiere saber por qué la policía japonesa asesinó a su hermana cuando iba a
arrestarla en la ciudad de San Francisco, un joven que vive semioculto en las
Rocallosas y un oficial intermedio de las autoridades japonesas que para cada
acción consulta obsesivamente el I Ching– tienen noticias de que están
viviendo, por así decirlo, en la parte fraguada de la realidad y que hay una
alternativa en la que los aliados realmente ganaron la guerra. El autor de esta
noticia, autor a la vez de una teoría sobre esa realidad alternativa, es un ser
misterioso al que se refieren como El hombre en el castillo y cuya morada,
oculta en algún lugar profundo del territorio norteamericano, va camino a
convertirse en un raro Graceland, sin la música de Elvis, pero con el mismo
espíritu.
Al fin
Bien, después de duros contratiempos que la tuvieron en distintas
mesas ejecutivas de varios canales de televisión, la novela tuvo al fin su
primer piloto televisivo para convertirse en una serie. Se emitió en enero
pasado y el 18 de febrero Amazon Studios, cuyos directivos sometieron a
votación pública ese primer episodio, decidieron que habrá nuevas emisiones en
2016.
Con Ridley Scott al frente de la producción ejecutiva (desde 2010 Scott recorrió oficinas de la BBC y SyFy para concretar el pasaje de la
novela al cine o, lo que hoy es casi lo mismo, a una serie de tevé) y Frank
Spotnitz –un ex guionista de Los expedientes secretos X– a cargo del guión,
este primer episodio de casi una hora es un muy logrado regreso a los 60 en un
ambiente enrarecido, algo así como una versión mucho más cinematográfica de
ciertos episodios de la tercera temporada de la serie Fringe, con los
japoneses celebrando la alta tecnología de los aviones alemanes –porque se
olvida que cuando Estados Unidos ingresó a la guerra la maquinaria bélica nazi
era mucho más sofisticada y la mitología que circulaba alrededor de su
tecnología hasta el día de hoy refulge en la imaginación con pactos
sobrenaturales o extraterrestres– y calles californianas desdibujadas por las
imágenes de los autos pequeños de inspiración europea y japonesa.
El televidente remolón que no quiere tomarse el trabajo de
descargarse el episodio de internet y buscar los subtítulos, puede ver el
piloto de El hombre en el castillo en YouTube (aunque aún no tiene subtítulos
en español).
En el piloto, Juliana Crain (interpretada por Alexa Davalos) vive en San Francisco y su media hermana Trudy fue asesinada frente a ella
por las fuerzas de seguridad japonesas que iban a arrestarla. Antes de morir,
le entrega a Juliana un rollo de película que contiene una serie de clips de
noticias falsas que muestran una historia alternativa en la que los aliados
ganaron la Segunda Guerra Mundial y Alemania y Japón fueron derrotados. La
película es parte de una serie de noticieros similares y fue creada por alguien
conocido como "El hombre en el castillo". Juliana cree que el
noticiario refleja una especie de realidad alternativa, y que es parte de algún
tipo de verdad mayor acerca de cómo debería ser el mundo; su novio, Frank Frink
–Rupert Evans–, quien oculta sus raíces judías para evitar la extradición y la
muerte a manos de los nazis, cree que el film es producto de la imaginación de
El hombre en el castillo y no refleja la vida real. A su vez, Juliana se entera
de que Trudy llevaba la película a Canon City, Colorado, en los Estados de las Rocalloosas,
donde ella iba a encontrarse con alguien. Así que viaja hacia allá y se
encuentra con Joe Blake (Luke Kleintank).
Joe Blake, por su parte, es un neoyorkino de 27 años que
busca unirse a la resistencia para continuar con el legado patriótico de su
padre. Aunque es también un doble agente de los nazis. En Canon City – a donde
transporta sin saberlo una copia del film de El Hombre en el Castillo– se
pondrá en contacto con otro miembro de la resistencia y hará amistad con Juliana
Crane.
Mientras tanto, Nobusuke Tagomi –un funcionario japonés
menor de San Francisco– se reúne en secreto con el oficial nazi Rudolph
Wegener, que viaja de incógnito como empresario sueco: los preocupa el vacío de
poder que se abrirá cuando Adolf Hitler muera o renuncie. Wegener explica que
el sucesor de Hitler usará bombas nucleares contra Japón con el fin de obtener
el control sobre el resto de los antiguos Estados Unidos de los japoneses. Hasta
allí este primer episodio.
Dick
Philip K. Dick murió el 2 de marzo de 1982 en Santa Ana,
California, mientras el director Ridley Scott trabajaba en la edición
definitiva del film Blade Runner, basado en el cuento de Dick.
Las películas Next (El vidente), Una mirada a la
oscuridad (A scanner darkly, 2006), Blade Runner, entre otras, basadas en
relatos de Dick –quien al morir dejó tantas deudas como malestares,
enfermedades y paranoias había acumulado en su distópica vida– habían acumulado
hasta el 2004 la friolera de 700 millones de dólares. De hecho su prole vive
hoy de las regalías de sus libros y derechos comprados por productoras
cinematográficas.
Profeta
A cinco semanas del nacimiento de Philip K. Dick, en
diciembre de 1928, su hermana gemela Jane murió y fue enterrada en una tumba,
en el cementerio de Chicago, que tenía un hueco vacío y llevaba el nombre del
hermanito vivo, en el que sólo habría que completar (54 años más tarde) la
fecha de defunción. La presencia de Jane como un fantasma en la prolífica obra,
la persecución del FBI, la miseria rodeada de adictos y un par de internaciones
psiquiátricas convirtieron a las biografías de Dick en sucesivas indagaciones
acerca de su locura o sus dotes proféticas.
Ficciones en las que se impone una visión de la realidad
poderosa y paranoica, en las que se esfuman los límites entre sueño y vigilia o
en las que la memoria artificial desdibuja o compone una identidad. Dick supo
mezclar en su obra escrita elementos de dos literaturas modernas e inagotables:
la fantástica (esto es: la creación racional de un mundo para demolerlo con la
irrupción de lo extraño, como en H.P. Lovecraft) y la policial negra, o
americana; aquella en la que el detective, un ser con preocupaciones éticas, de
algún modo un perdedor, investiga un homicidio y descubre que el crimen es la
sociedad misma, de arriba hacia abajo.
Hombre próximo al mundo de las drogas (aunque dos de sus
biógrafos insisten en que su mayor adicción fueron siempre las anfetaminas),
las ficciones de Dick son también un narcótico: Ubik, El hombre en el
castillo, Gestarescala, Ojo en el cielo, además de sus cuentos, son una
experiencia tanto como una lectura. De ahí que adaptar sus relatos al cine
resulte una tarea muchas veces imposible y, la mayoría de las veces, fallida.
La cima de estas desgracias es claramente El vidente, dirigida por Lee
Tamahori, que no sólo tira el cuento de Dick (El hombre dorado) al escusado,
sino que lo mismo hace con su ambiente y con el guión de la película.
Mundo propio
Sin embargo, hay dos de estas películas que, a su modo, se
hacen cargo del mundo “dickeano”: Blade Runner (cuya traducción tiene el
sentido de: “el que se da la cabeza contra la pared”, y está basado en la
pequeña novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”) y Una mirada a
la oscuridad, en la que Richard Linklater trabaja con actores (Keanu Reeves,
Winona Ryder, entre otros), pero usa una técnica de animación, el rotoscopio,
cuya edad de oro quedó enterrada en los tempranos 80, con los videoclips de la
banda noruega A-ha, entre otros. “Una mirada” está basada en las experiencias
mismas de Dick a principios de los 70, cuando su casa de California –que luego
perdería– se convirtió en la morada de traficantes, lumpenaje y hippies
desencantados hasta del Flower Power. En el film, que Linklater mantuvo fiel al
libro, un agente encubierto (Keanu Reeves) debe seguir a un traficante. Ignora
que al final del laberinto va a encontrarse consigo mismo, como si el doctor Jeckyll
buscara al señor Hyde.
Blade Runner, de la que Dick llegó a ver escenas, tiene de
dickeana su atmósfera turbia, su policía agobiado y fiel a la misión que le
tocó en suerte (Harrison Ford), su ambiente de relato policial desencajado,
desviado; su ciudad vieja, contaminada de imágenes y de voces extranjeras, como
un sueño recurrente.
Influencia
Sin embargo, el cine ha tomado en estos años muchas ideas de
Dick, y no siempre del modo más feliz. Matrix, El sexto día, por dar dos
ejemplos antagónicos, captan cierta “idea” de Dick. Pero Truman Show (Peter
Weir, 1998) es quizás la que mejor se deja influenciar por nuestro autor.
Acaso, como sucede en la primera y segunda Alien, o en la serie TrueDetective, del año pasado, donde se percibe una influencia de Lovecraft,
porque Truman Show une al personaje típico de Dick con su visión particular
de lo que solemos llamar realidad: esa cadena de hilos que mueven más allá de
donde se puede indagar un mecanismo esquizoide, demencial, dañino y poderoso.
El argumento es atractivo para Hollywood, claro, sobre todo
tratándose de un mundo –el norteamericano– cuya política exterior está coronada
por proyectos como el de la “Guerra de las Estrellas”, “Tormenta del Desierto”
o “Guerra contra el terrorismo”. Las películas suelen competir con una
construcción mediática de la realidad que es mucho más dickeana de lo que se
consigue en un estudio de filmación. Y un nuevo ensayo de la realidad, desde lo
virtual y la biopolítica, con el que los hombres acariciamos con mucha más
gravedad que en ninguna otra época el más simple e infinito vacío.
En Idios Kosmos, una suerte de biografía critica sobre
Dick, Pablo Capanna rescata algunos detalles en ficciones de Dick, como
mencionar que alguien lee un diario y se entera de un crimen, de un golpe de
estado en Argentina y que, en esa misma edición, dentro del cuento, alguien
desaprueba a fascistas, nazis, comunistas, falangistas y peronistas. Y aguye
Capanna: “Me atrevería a decir que, conociendo las inclinaciones de Dick por el
populismo y los líderes carismáticos, no me cabe duda de que de haber sido
argentino, en esos años hubiese adherido con fervor a la izquierda peronista”.
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