Traduzco de Itself la entrada “Every
God wants to die: belated reflections on Westworld” ("Todo Dios quiere morir, reflexiones tardías sobre Westworld")
por Adam Kotsko
En el momento en que Westworld
se puso al aire, no me interesaba. Acaso culpa de la publicidad que se le dio,
que presentó
la serie como una sucesión del estilo anclado en la magnitud de Game
of Thrones –también la premisa la hizo sonar como si resultara de la
misma explotación nihilística de Game of
Thrones. La cosa entera sonaba agotadora, todo ese asunto que suponía que
el espectáculo seguro iba a atraer un alto nivel de atención de la cultura
crítica en línea.
Marquen este día en el calendario,
porque podría muy bien ser la primera vez que alguien en Internet admita
abiertamente que estaba equivocado. Westworld
es absolutamente excelente. Creo que hubiera sido divertido participar en
especulaciones acerca de dónde la trama viró hacia eso que sucedió, y mientras
tanto, probablemente podría haber ignorado la mayoría de los artículos
preocupándose acerca de si a cada personaje se le dio el nivel correcto según
el protagonismo de cada escena, etc.
Westworld ya se
adelanta a la horrible y enfermiza concepción de los Confederados mostrándonos
una imagen no-romantizada de la esclavitud y permitiéndonos comprender cómo un
régimen de este tipo podría ser tentador e incluso podría parecer evidente por
sí mismo. Después de todo, los "anfitriones" no son realmente
humanos, a pesar de las apariencias. Pero el esclavista habría dicho lo mismo
del esclavo negro, incluso cuando los defensores de ojos más claros de ese
sistema se dan cuenta –junto con el personaje de Anthony Hopkins, Jones–
de que sea cual sea la diferencia que exista entre maestro y esclavo nunca
puede ser tan aguda como para justificar la diferencia en el tratamiento. Y
después de ese reconocimiento, todo lo que queda es replegarse en el nihilismo
de la fuerza bruta o el deseo esclavo del suicidio.
Esta es una serie sobre la muerte de
Dios, uno de los espectáculos más profundamente teológicos que he visto. Es en
muchos sentidos un mito gnóstico, con Jones en el papel del demiurgo maligno y
en el que Arnold,
quien se perdió hace mucho, representa al verdadero Dios del Más Allá que ha
plantado una semilla de trascendencia en ciertas almas y se encarna como una de
sus criaturas. Poner en escena el mito gnóstico como un encuentro entre los
seres humanos y sus supuestas criaturas sub-humanas, sin embargo, muestra la
profunda subversión política inherente a un patrón de pensamiento que ha sido a
menudo considerado como especulación escapista. (Y aquí podría anotar otro
punto en el que me equivoqué en el pasado: mi desprecio del gnosticismo.)
Por lo tanto Westworld es una obra de teología política. Es también un
espectáculo profundamente psicoanalítico, a un nivel mucho más profundo incluso
que The Sopranos. Al igual que con el
mito gnóstico, pone en escena los aspectos más desafiantes y fácilmente obviados
del psicoanálisis: la influencia del inconsciente, la búsqueda de la memoria
real detrás de la memoria de la pantalla, la noción de que la personalidad está
fundada por definición en el trauma, de modos que parecen plausibles e incluso
inevitables.
Y es también notable en el nivel del
arte narrativo. El ritmo es impecable, y la trama no incluye saltos lógicos que
no hayan estado preparados. Nadie despliega repentinamente nuevos poderes de
los que no se haya podido dar cuenta e, incluso si no pudimos anticipar cada
una de las "grandes revelaciones", sentimos de inmediato que
podríamos haberlo hecho. Aquí vemos otra vez que Westworld está en un nivel aparte de Game of Thrones, porque estamos en un mundo donde no hay patrañas,
ningún acomodo manual, ninguna sumisión de la lógica a las necesidades de la
trama –porque la trama no es sino el desarrollo de la lógica de este mundo.
El único paso en
falso es el final, donde la trama apenas herida se hinca de repente en la
exposición pedante. No aprendemos nada que no sabemos, en principio, lo
sabemos, y nos lo enseñan de modo extenso y repetitivamente. Éste es quizás el
tributo que Westworld debió pagarse a
sí mismo como presentación del próximo Game
of Thrones: tiene que ofrecer a su audiencia menos lúcida una oportunidad
de ponerse al día. Sospecho que, al igual que con la exposición similarmente
torpe de la película La llegada, el final golpeó ese dulce punto negativo de
patrocinar a la mitad de la audiencia, mientras dejaba a sus pretendidos
beneficiarios tan confundidos como siempre. Y seguramente habrá aquellos
espectadores que sigan el ejemplo del Hombre de Negro,
persiguiendo con perseverancia misterios en el plano de la trama del universo
interno sin darse cuenta de que lo que en verdad importa es lo conceptual y el
interior –quienes, como en la última escena en que vemos al Hombre de Negro en
su atuendo, se niegan a darse cuenta de que lo que están buscando ya está allí,
mirándolos fijamente a la cara.
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