Este mes se cumplen cien años de la única revuelta política
en la historia de la humanidad que derrocó el sistema político-económico
dominante, el capitalismo, para reemplazarlo por otro que tuvo como
protagonistas a los trabajadores. Sucedió en Rusia, que entonces usaba todavía
el calendario juliano –el de la iglesia ortodoxa–, que difería poco más de diez
días con el gregoriano, que se usaba en el resto del mundo occidental. Los
bolcheviques fueron los encargados de unificar ese calendario porque su
mensaje, desde una Rusia que despertaba al mundo moderno, también anunciaba que
llegaba el momento del hombre nuevo, el del futuro. El episodio podría
sintetizar el espíritu de Todo lo que necesitás saber sobre la RevoluciónRusa, de Martín Baña y Pablo Stefanoni, que acaba de publicar editorial Paidós,
donde los dos historiadores buscan acercar al gran público una reflexión
crítica y accesible sobre un evento que cambió la historia del siglo XX. También,
la operación del libro es un ejercicio de anacronía y contemporaneidad:
ubicarse hace cien años en Rusia y pensar qué dicen aquellos acontecimientos
sobre el presente, con la Unión Soviética disuelta y las izquierdas que apenas
suman –como en las últimas elecciones legislativas– un 18 por ciento del
electorado.
Hablamos con Martín Baña sobre el libro del que es coautor.
Baña, quien estuvo en Rusia, habla y escribe en ruso, es también un historiador
interesado en la política, “sobre todo la política anticapitalista”, según
leemos su perfil en revista Anfibia (donde es colaborador). Es profesor en la
UBA, donde se doctoró en Historia. Es investigador de Conicet y publicó libros
en Argentina y Rusia.
—¿Cuáles son los
mitos desde los cuales se cuenta por lo general la Revolución soviética?
—Adscriben a esos mitos tanto el relato de la izquierda más
tradicional como el relato del liberalismo, más conservador. Uno de esos mitos
es el que dice que la revolución fue exclusivamente bolchevique y obrera, sobre
todo, con lo cual se sostenía que había un grupo social que era el que iba a
hacer la revolución, que era el proletariado, y esto tenía que ver con las
premisas políticas del grupo que ocupó el poder desde octubre (de 1917) que era
el bolchevique y consideraba a los obreros como el grupo privilegiado de la
revolución, los sepultureros del capitalismo, más allá de que los fundadores
del partido Bolchevique no eran obreros, pero tenían un esquema teórico que
intentaron aplicar a la realidad. Y cuando analizamos los eventos de 1917 y
vemos cuáles fueron los sujetos de esos eventos, claramente hay una
participación de los obreros…
—Perdón, los obreros
eran prácticamente una minoría en la Rusia de entonces.
—Sí, claro, el campesinado era la inmensa mayoría, casi el
80 por ciento de la población. La clase obrera llegaba casi a un 5 por ciento.
Entonces, hay obreros pero también hubo una participación importante de otros
grupos sociales como por ejemplo los soldados, el amotinamiento en Petrogrado
fue fundamental para decidir la suerte de la revolución en Febrero, fueron los
que exigieron al soviet que proclame la famosa orden número 1, que ponía en
manos del soviet la posibilidad de vetar lo que decidiera el gobierno
provisional.
—El soviet nace en la revolución de 1905 con una función
puramente económica: coordinar la acción de los obreros mientras estuviesen en
huelga en ese momento revolucionario. Con el tiempo y recién en 1917 ese órgano
de la clase obrera y después los soldados, va pasar de una función sólo
económica a otra más de tipo político, al punto que va ser un contrapeso
importante en el gobierno provisional (una vez caído el zar). En 1917 ya va a
ser un órgano deliberativo político de la clase obrera y los soldados, después
se le van a sumar los soviets de los campesinos. Y ahí tenés a los campesinos,
cuya participación fue fundamental, no sólo en la toma de tierras de los nobles
y la iglesia, sino también porque su propia cultura y costumbres aportaron a lo
que podríamos llamar un clima mental de la revolución. El campesinado se
organizaba en comunas y repartía periódicamente la tierra, incluso no se
conocía la propiedad privada. El campesino solía cuestionar y desaprobar la
riqueza, la veía moralmente mala y, por el contrario, veía a la pobreza como un
signo de santidad. También hubo una participación de minorías nacionales, de
artistas, intelectuales, estudiantes.
—Incluso el libro
plantea la vanguardia o el carácter insurgente que se mostraba en el arte y la
cultura.
—En el arte incluso eso se ve con mucha claridad antes de
1917. El arte en Rusia, por las condiciones en las cuales nace –en el régimen
zarista y con una censura fuerte–, y de un grupo en particular que no encuentra
un lugar en la sociedad. El arte muy pronto, sobre todo en la segunda mitad del
siglo XIX, comienza a orientar sus producciones hacia la crítica del régimen
establecido, si en algo estaban de acuerdo los artistas de fines del siglo XIX
y principios del XX era en que el régimen no podía seguir como estaba, aún si
no eran militantes socialistas o marxistas, había un fuerte componente crítico
y utópico de idear y pensar una sociedad nueva, en el futuro, radicalmente
diferente de la que se vivía. Y eso se puede rastrear en la pintura, la música,
en la literatura, incluso en el teatro.
—El caso de León
Tolstoi, aunque muere en 1910, antes de la Revolución.
—Bueno, tradicionalmente cuando se estudia el movimiento
revolucionario en Rusia se hace hincapié en el marxismo que, en efecto, fue un
insumo importante en el movimiento revolucionario. Pero también tuvo otros
insumos como el anarquismo, en sus dos vertientes, la de Bakunin y la de
Kropotkin, pero también del socialismo cristiano y ético que planteaba Tolstoi.
Acordate que era conde, miembro de la nobleza, y había escrito prácticamente
sus obras maestras como “Guerra y paz” y en un momento tiene una crisis
mística, piensa en el suicido y se termina yendo a vivir al campo como un
campesino y a predicar una vida basada en el amor al prójimo y la vida
sencilla, y empieza a formar comunas y colonias inspiradas en esos principios
que va a tener bastantes seguidores. Incluso aquí en Argentina hubo intento de
fundar años más tarde una colonia tolstoiana por parte de uno de sus discípulos
que terminó en Mendoza. Entonces hay un insumo que se nutre de diferentes
corrientes en el que podemos ver el rol de artistas e intelectuales.
—¿Cómo se resuelve la
conducción de la revolución por parte de Lenin?
—Bueno, ahí va a haber una serie de debates, sobre todo al
interior de la socialdemocracia rusa, que va a terminar dividiéndose en
bolcheviques y mencheviques. Hay una posición de Lenin muy fuerte con respecto
a cómo debía ser conducido el movimiento revolucionario y Lenin, aunque se
reivindica marxista –que de hecho lo era–, se puede ver como un discípulo
tardío del populismo, que fue el modo por el cual surgió el socialismo en Rusia
y después se fue hibridando con el marxismo. Acá Lenin estaba pensando no sólo
en la clase obrera sino en toda la sociedad, inclusive el campesinado. Para
Lenin, Rusia ya estaba dentro del capitalismo pero socialmente no había clases
sociales; espontáneamente el capitalismo no generaba en Rusia clases sociales,
de modo que el partido era el que tenía que introducir la política en la
sociedad y para eso pensaba Lenin en una idea de partido bastante rígida y
estricta en la que ese partido tendría la conducción de ese movimiento social.
Es lo que expone en su célebre libro “Qué hacer”, en el que hay una fuerte
influencia de uno de los primeros pensadores populistas, que es Nicolai Chernyshevsky,
quien de hecho publicó en 1862 un libro que se llamó “Qué hacer”. Y Lenin
escribe ese libro en homenaje a Chernyshevsky.
—En el libro ustedes
reubican la historia de Rusia dentro de Europa, la contextualizan.
—Históricamente siempre se la vio a Rusia como otro, el
lugar de lo exótico, lo misterioso, siempre vinculado a lo oriental y entonces
un sinónimo de barbarie, de atraso.
—“Orientalismo”,
según la fórmula de Edward Said.
—Claro, en ese sentido Rusia era una especie de espejo
invertido de la identidad europea: servía para reforzar por la negativa la
identidad europea. A Rusia también se la explicó por lo que no tuvo: como Rusia
no heredó el derecho romano no desarrolló un sentido de propiedad privada; como
no pasó por el humanismo y el Renacimiento, no desarrolló la capacidad de la
Razón; como no pasó por una Revolución Francesa, no desarrolló una democracia;
como no tuvo una Revolución Industrial, no desarrolló un capitalismo. Pero la
realidad histórica no se explica por la negativa, sino por lo que hay. Y las
explicaciones históricas sobre Rusia fallaron y en ese relato era fácil excluir
a Rusia de Europa. Ahora, cuando ves lo que pasó en la realidad, con sus
intelectuales, en los intercambios económicos vemos que la relación con Europa
es enorme y de hecho, muchos de los problemas de Rusia se piensan en ese
vínculo con Europa, pero esto tenía que ver con la posición que Rusia ocupaba
en el sistema mundial que era de semiperiferia, es decir, tenía algunos rasgos
que lo podían acercar a un país central, sobre todo por sus victorias
militares, pero también tenía rasgos de países periféricos, porque era un
exportador de materias primas y tenía una industrialización muy poco
desarrollada.
—¿Cómo funcionó en la
Revolución rusa la toma de conciencia, de la conciencia de clase?
—En los relatos tradicionales de la Revolución uno suele
pensar en una identidad política que es la identidad de clase, de la clase
obrera –por ese esquema teórico que decía que los obreros serían los
sepultureros del capitalismo. Pero cuando ves qué sucede en concreto, hay una
identidad de clase obrera, se va formando una conciencia revolucionaria, pero
no todos los obreros se identificaban como una clase. Ahí coexistían
identidades diversas: algunas vinculadas a sus lugares de origen, otras a su
profesión, al género; o podían tener identidades políticas mucho más inclusivas
como la de ciudadanos o la de pueblo. Los obreros a principios de 1917 apelaban
al pueblo trabajador, unido por la injusticia, por la exclusión social, y ahí
entraban todos, y la distinción ahí era entre los de arriba y los de abajo.
Incluso había obreros que se sentían como la guardia de la Revolución y se
identificaban con el obrero europeo. En 1917 podían coexistir distintas
identidades y no necesariamente eran discursos antagónicos. Había una fuerte
presencia del lenguaje de los derechos humanos y cómo la dignidad humana fue un
tópico importante, los obreros reclamaban un trato más digno y en una
manifestación los mozos en huelga solían pedir que no les pagaran más propinas,
porque entendían que era un trato deshonroso para el ser humano. Pero se puede
ver que el lenguaje de clase es bastante flexible y no tan esquemático como lo
pensaban ciertos esquemas teóricos del marxismo.
—A todo esto, Rusia
tenía entonces un calendario distinto al del resto de Europa, al gregoriano.
—Sí, la revolución de octubre sucede entre el 24 y el 26 de
octubre, ahí los bolcheviques van tomando primero los telégrafos, las
estaciones de ferrocarril y, de la noche del 24 al 25 toman el Palacio de
Invierno, pero en Europa ya era 7 de noviembre, y eso porque en Rusia usaban
todavía el calendario juliano, que era el que usaba la iglesia ortodoxa –que
aún lo usa. Los bolcheviques, ni bien tomaron el poder, se apresuraron a dejarlo
de lado para adoptar el calendario gregoriano, como en el resto de Europa, un
poco por cuestiones prácticas, porque facilitaba los vínculos con el resto del
mundo, pero también, simbólicamente, para los marxistas rusos, el marxismo era
atractivo asimismo por su fuerte componente modernizador. Entonces, poner el
calendario a la altura de Europa era mostrar que la iglesia y el antiguo
régimen estaban atrasados incluso en el calendario y ellos venían a traer un
tiempo nuevo a Rusia.
—¿Qué significó el
ascenso de Stalin y el stalinismo para la revolución y su caída?
—Claramente fue una negación radical de los principios de la
revolución. Si en 1917 uno le preguntaba a un revolucionario cómo pensaba su
régimen en unas décadas hubiese contestado lo opuesto a lo que sucedió. El
stalinismo es el cierre de la revolución y la construcción del orden, de la
disciplina. Hay una discusión en la historiografía e incluso una discusión
política: si el stalinismo es la consecuencia natural del leninismo o si lo
excede, si es una traición a los principios de Lenin. Esa discusión se puede
saldar provisoriamente diciendo que el leninismo no conducía inevitablemente al
stalinismo, había otras alternativas en la década del 20, pero que dentro de la
cultura política de los bolcheviques había otros elementos que apuntaron a su
ascenso.
—¿Cuál es hoy el
legado de la revolución?
—Ese fue el interrogante que nos movió a
escribir el libro. La idea de volver a la revolución rusa, más allá de la
efeméride, parte del hecho de que después de la disolución de la Unión Soviética
el movimiento de izquierda está en retirada o, por lo menos, a la defensiva, es
un momento de repliegue, ha quedado muy desacreditado. Entonces hay que revisar
las experiencias, hacerse cargo de esa tradición y ver qué elementos de esa
revolución nos pueden ayudar a pensar en un futuro emancipado. Pienso, por
ejemplo, en cómo la articulación de distintos grupos sociales –obreros,
campesinos– nos ayudan a comprender subjetividades que son diferentes. Y
también revisar la revolución por lo que decía antes: el stalinismo no fue un
plato volador que instaló la contrarrevolución en Rusia, tiene que ver con
algunas concepciones políticas previas del partido político gobernante. Revisar
la revolución nos puede ayudar a evitar tropezar otra vez con la misma piedra.
No sirve condenar ni celebrar la Revolución de manera acrítica.
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