Hace diez años Chachi Verona, uno de los dibujantes y
artistas plásticos más conocidos de Rosario, exponía en el Centro CulturalParque de España “Mundo”, una muestra que era de algún modo una grieta dentro
de su producción, donde el dibujo abstracto se desviaba de su trabajo más
visto, el de ilustrador de uno de los matutinos de mayor circulación en
Rosario. Entonces el curador de esa exposición, Guillermo Fantoni, decía: “Hay
dos formas de entender lo político. Inicialmente uno puede hacer una lectura
política a partir de las temáticas, los señalamientos, pero en una segunda
instancia uno puede leer esa obra como política en el sentido de enfatizar la
peculiaridad en un momento de fuerte disciplinamiento y homogeneidad dentro del
espacio de la cultura, y también a través de una elaboración formal tendiente a
la belleza y la armonía en un mundo que ha naturalizado el horror, es decir que
lo bello aparece como un insterticio, como una forma de resistir ante un mundo
que te acosa, creo que esas son posibilidades de la política y, también, hacer
uso de la politicidad del arte, más que la relación con una exterioridad, sea
partido, grupo, etcétera. A veces me interesa más la politicidad del arte que la
relación con la política y creo que en lo de Chachi hay un uso de la
politicidad del arte, el cultivo de lo individual y peculiar en un momento de
disciplinamiento y homogeneidad o la búsqueda de lo bello y armónico capaz de
dar un respiro en un universo asfixiante serían usos políticos del arte”.
Acaso ese matiz político, pop, en el que Verona ensaya una
lectura de una situación a través de imágenes que son una aleación, un pastiche
de figuras icónicas deformadas a su vez por un espíritu lúdico –cuerpos que
mutan y se cruzan, enchufes como cabezas, objetos con rostros, etcétera–,
estampitas de un presente recortado por el artista y, por lo tanto, irónico,
interrogador, disparatado; acaso por ese matiz, decíamos, las “Ilustraciones”
que reunió en este primer libro suyo –se presenta el martes 23 de junio en el
ECU– nos atraen por su humor y nos extrañan y nos maravillan por su
realización, por la vasta trama que despliegan.
Con su particular forma de representar ciertas “ideas” con
objetos, lugares y situaciones cotidianas, Verona trae también una figuración
libresca de la historia, una representación de representación –lo da a entender
la tapa del libro, en la que sus personajes o sus ilustraciones aparecen sobre
un fondo que a su vez es una ilustración de la Casa Rosada. Algo así como una
inquisición por lo histórico asoma en ese collage que tiene como una de sus
personajes a una de las figuras –de una larga serie– construidas sobre el mapa
de la Argentina.
Se siente mejor como dibujante, dice Verona y agrega: “Hay
una cuestión de oficio que me interesa, porque por ahí las diferentes
tendencias que aparecen en el arte o se hacen predominantes no están ligadas a
un oficio, sino a lo conceptual, o a expresar una idea, por ejemplo desde el
punto de vista del arte conceptual; y el dibujo tiene claramente un costado de
oficio que me interesa y desarrollo. En realidad nunca se termina de aprender a
dibujar y encuentro problemáticas que son interesantes y uno tiene que
desarrollar y pulir. Con el paso del tiempo me doy cuenta de que en cierto
momento trabajaba más con el contraste y ahora, como en un dibujo reciente, hay
más diferencias de grises y desfasajes, y eso te lleva a investigar desde el
punto de vista formal cómo resolverlo, porque el dibujo es una cuestión más
personal. En lo que yo pongo en la hoja, más allá de cómo se lo use luego, hay
un ejercicio de cargar un tipo de energía personal que sólo se canaliza en el
dibujo. Ese trabajo más personal, es más importante que aquello para lo que se
vaya a usar el dibujo”.
El prólogo del libro es, sin más, un fragmento de “Adán
Buenosayres”, de Leopoldo Marechal, elegido por Verona quien a su vez lo vincula
a la serie de ilustraciones con la figura del mapa de Argentina que
mencionáramos. “En un momento de «Adán Buenosayres» los personajes salen del
casco urbano de Buenos Aires y se meten en los suburbios. Ahí empiezan a
encontrar una serie de personajes que se van transfigurando como cuando se
transfiguran los superhéroes criollos, como Hijitus cuando sale del sombrero,
así aparece Juan Sin Ropa, que es un gaucho que vincula cierta historia
literaria del país que se me escapa, y ese personaje se transforma en el
neocriollo y se hace una descripción suya que a mí me parece que coincide con
el personaje que hago con el mapa de la Argentina. Por ejemplo, dice que es un
personaje casi transparente y tiene dos patas finitas, una de ellas recogida
como la de los flamencos. Me siento identificado con esas descripciones que
hace Marechal, cierto surrealismo, pero criollo, y creo que ciertos personajes
que construyo tienen que ver con ese surrealismo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.