En 1986, en el primero de los cuentos de Historias desaforadas,
“Planes para una fuga al Carmelo”, Adolfo Bioy Casares vuelve a visitar el
universo de su novela Diario de la guerra del cerdo a 34 años de su
publicación original. En el cuento, entonces, un profesor llamado Félix
Hernández, se sorprende y se dice: “Últimamente me dio por hablar solo”. La
misma frase repite Isidro Vidal, protagonista de la novela Diario de la
guerra, como una letanía que pretende ahuyentar con un golpe de conciencia el
anuncio de la vejez. Pero, a diferencia del Diario –donde los jóvenes persiguen
y asesinan a los viejos–, en “Planes para una fuga” Hernández tiene una
alternativa (la Argentina, en ese universo, logró erradicar la vejez
exterminando los viejos): fugarse al Uruguay, donde suprimieron la muerte y está
lleno de viejos, a quienes los jóvenes argentinos ven con espanto, como una
infección.
“Planes para una fuga” podría funcionar como prólogo a La uruguaya,
la novela que Pedro Mairal presenta este viernes en Plataforma Lavardén. Es
decir: el Uruguay como ese otro lugar. Lo dice el mismo autor en sus páginas:
“el Uruguay como lado B del Río de la Plata”, una Buenos Aires sin peronismo.
La tradición de esa otra orilla “mejorada”, de ese lado sin la “grieta”
histórica argentina puede ya leerse en Amalia (1851), la novela romántica
argentina de José Mármol: Montevideo, gobernada por el feroz Fructuoso Rivera,
es la orilla sin Juan Manuel de Rosas.
“Como en los sueños –dice el personaje de Mairal–, en Montevideo las
cosas me resultaban parecidas pero diferentes. Eran pero no eran.”
El argumento es sencillo: Lucas Pereyra, escritor, viaja a Uruguay por el día a buscar los dólares de un anticipo de dos editoriales para saltearse el cepo cambiario. Pero ese motivo esconde otro: encontrarse en secreto –en secreto de su esposa, que se queda en Buenos Aires– con una muchacha a la que conoció en un congreso literario en Valizas, Rocha, Uruguay. Y entonces adviene el verdadero argumento de la novela: la construcción de una ciudad –que es casi un país– en capas sucesivas, lo que vemos de Uruguay de vacaciones, lo que internet nos muestra de Uruguay, el Uruguay charrúa vulgarizado en las figuras de sus futbolistas, como Luis Suárez, o la célebre y dudosa amabilidad oriental.
Como en sus novelas anteriores, Una noche con Sabrina Love, El año
del desierto o Salvatierra (en la que evoca la figura del poeta entrerriano
Juan L. Ortiz), Mairal, confronta contemporaneidad e intemperie. “Me parece que
es importante –dice en esta entrevista que le hicimos en el programa Más tardeque nunca, en radio Universidad– que los autores traten de abrir un poco los
ojos y cuenten lo que les pasa, lo que ven. Cada época tiene su aire, sus
costumbres, sus cosas raras y sus repeticiones de cosas pasadas. Y tratar de
estar abierto a eso, alerta, me parece que hace que la escritura tenga una
densidad interesante. Me gusta mucho leer a gente de mi edad para ver cómo
dicen este tiempo, cómo describen las redes sociales, cómo meten a los
personajes en estas situaciones de vida cotidiana actual. Siempre el presente
es riesgoso porque es invisible, realmente no vemos mucho qué es lo que estamos
viviendo. Un ejemplo que usa César Aira en un ensayito que se llama “Las tres
fechas”: dice que (Herbert George) Welles en “La máquina del tiempo” se imagina
un futuro de autos voladores pero no se imagina que en el futuro la gente
dejaría de usar sombrero. En su futuro los personajes usan sombrero como en su
época, algo que quizás dejó de suceder cinco años después de que escribiera el
libro. Entonces lo que plantea Aira es que uno no ve el presente, porque no se
da cuenta de qué cosas parecerán absurdas en cinco años. Capaz que dentro de
cinco años Twitter y Facebook van a ser una antigüedad”.
—Elegiste la contemporaneidad para contar esta historia.
—En el contexto que le puse, la historia transcurre en los últimos años
del cepo cambiario. El personaje cruza a Montevideo para saltearse el cepo y
cobrarse unos dólares. Son como los últimos momentos del kirchnerismo. Pero,
conociendo la historia de este país, por lo que veo los corralitos y las crisis
son cíclicas, las cosas vuelven. Desgraciadamente en el futuro se va a seguir
entendiendo eso, cuando ya nadie recuerde qué era el cepo se va a seguir
entendiendo. La gente que pasó el rodrigazo, el corralito de 2001, ya saben que
son como unos sitios que se repiten.
—Hay en La uruguaya, como tus otras novelas, ciertos temas clásicos
de la literatura argentina. Por ejemplo la imagen de Montevideo.
—La idea era ir con esta imagen un poco naif que tenemos los argentinos
de Uruguay, que es como una provincia argentina pero buena, donde todos son
buenos y no hay corrupción y no hay violencia. Y una vez estaba en Uruguay y un
uruguayo me dijo eso: “¿Vos también pensás que los uruguayos somos buenos, como
una provincia?”. Y noté que había un filo en la voz, como que el tipo estaba
medio podrido de eso. Y me gustó instalar la historia ahí. En ese lugar donde
el tipo va con toda la ingenuidad del mundo y se encuentra con un Uruguay más
áspero.
—El Uruguay de tu novela está construido a través de varias capas: los
billetes con figuras de la cultura, Tiranos temblad (el programa de YouTube),
las pantallas con las figuras de la selección uruguaya (Suárez).
—Un mundo flotante. Sí, yo pensaba en eso de Uruguay. Cada uno se inventa
un país, así como aparece la idea de que uno se inventa al otro en las parejas,
en relaciones donde hay cierta distancia, en ese enamoramiento de lejos en el
que inventás al otro, también de alguna manera inventás un país que visitás de
vez en cuando y conocés poquito. Me acuerdo que una vez me hice amigo de una
nenita en la playa y me obligaba a hacer cosas con los baldes de arena,
buscarle agua, y un día me dijo “Mañana me tengo que volver a Buenos Aires”, y
la idea era que yo me volvía a “mi” Buenos Aires y ella se iba al suyo. Y a uno
con las ciudades le pasa un poco eso, cada uno tiene su ciudad: mental, sus
recorridos, los lugares a los que accede y a los que no, los recuerdos, las
cosas que te pasaron. Y cuanto menos conocés la ciudad más la construís en tu
cabeza. Y el personaje construye esa Montevideo y también construye a su chica,
que él la llama Guerra (el personaje se llama Magalí Guerra Zabala), la inventa
a ella, y con tanta distancia, tanto tiempo sin verla, se va haciendo como un
fantasma de ella que de pronto se topa con la real.
—Y la novela también se construye con diálogos casi azarosos que le
comunican al personaje su amor. Como si en boca de un loco escucháramos la
verdad.
—Sí, un poco como se dice ahí, que el enamorado es como un paranoico,
que cree que todo el tiempo están hablando de él, que todas las canciones
hablan sobre esto que le pasa. Eso pasa sobre todo cuando estás con mal de
amores, que todas las canciones hablan de eso. Y claro, el recorte que hace el
tipo de la realidad es en base a eso que le está pasando: escucha una
conversación atrás suyo, en el ómnibus, y la asocia con la propia vida. Un poco
retomando esta idea de que la realidad no existe, lo que existe son miradas
sobre la realidad y cada uno ve lo que puede y lo que quiere. Como cuando algo
le está pasando a uno con la pareja y ve embarazadas por la calle. Y no hay más
embarazadas que otros días, pero vos las ves. Entonces hay como unos radares
raros que, según qué tema te obsesione, lo que ves de la realidad tiene que ver
con ese tema.
—¿Cuánto de autobiográfico tiene la novela?
—Sí, yo uso muchas cosas de mi propia vida para escribir, y también
invento mucho, ¿no? Porque soy básicamente la persona que mejor conozco, por
eso elegí a un personaje así, escritor, de mi edad, sobre el que tengo alguna
idea de hacia dónde se le dispara la cabeza. Ahora, no trabajo sólo con lo que
me pasó exactamente, como haría el derecho penal –que quiere saber si pasó o
no–, invento mucho, trabajo con la periferia de eso, con lo que casi pasó, lo
que me daban ganas de que pasara, lo que tengo miedo de que me pase. Miedo y
deseo como dos cosas que están todo el tiempo alrededor de la experiencia
explícita y que hacen un poco a la vida de cada uno también. Y yo trabajo con
ese borde, el de cosas que no pasaron pero estuvieron cerca, e invento los
personajes con esa suerte de mundos paralelos o mundos alternativos.
—¿Cómo fue escribir esa novela?
—Este tipo de novelas como Sobrina Love y La Uruguaya, que yo llamo
veloces, me llevan más o menos tres meses: sentarme, tratar de escribir todos
los días y más tiempo aún de corrección. Durante ese tiempo me levantaba a las
6 de la mañana, desenchufaba el WiFi para asegurarme de no meterme en internet
y trabajaba hasta que empezaba el día, cuando se despierta mi hija, tengo que
llevarla al jardín y todo eso. Pero son historias que tengo que tener muchas
ganas de escribir para concentrarme de esa manera. Soy bastante vago para
escribir cosas largas, soy más bien de poemas y cuentos, hasta que no tengo
algo muy fuerte que me tira para adelante no me siento a escribir algo así, que
tenga más de cien páginas.
—También trabajaste como guionista y hay escenas en la novela que
funcionan como escenas fílmicas. ¿Tiene algo de guión La uruguaya?
—Creo que sí, pero por el hecho de tener ya una cultura audiovisual
como tenemos todos, son muchas horas de haber visto televisión de chico, de
cine. A mí me gusta que se vean mis historias. También trabajo con los otros
sentidos, pero me gusta que se vean y eso las vuelve muy cercanas a lo
cinematográfico. Pero hay mucho pensamiento del personaje, si fuera más
cinematográfica tendría que tener más flashbacks, y no sé cómo lo haría. Me
muevo muy cómodo en la novela pero si tuviera que pensar en un guión no sé cómo
lo haría.
—Hay a la vez un tratamiento poético que es my fascinante, uno descubre
que lo que lo atrapa es también el lenguaje de la narración.
—Sí, hay algo como una hipnosis verbal, me siento capaz de hacerlo, veo
que lo músicos lo hacen y es lo que más envidia me provoca en el mundo: cómo
los músicos pueden hipnotizarnos de esa manera, si pudiera cambiaría toda mi
habilidad verbal para poder hacer eso con la música. Pero sé que puedo hacer
eso, más o menos, con las palabras. Es como una especie de embrujo que uno va
armando: mete cosas intrigantes, por otro lado expresar bien las palabras y
darle al lector una especie de vida paralela.
* Participaron de la entrevista Pablo Zini, Federico Aicardi y
Florencia Coll.
Este viernes
Pedro Mairal presenta su novela La uruguaya este viernes 19 de agosto
a las 20 en Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza –entrada libre y
gratuita–), en el marco de los festejos por la década al aire del programa “Más
tarde que nunca” (radio Universidad, FM 103.3), acaso el espacio cultural más
amplio y consistente que tiene la ciudad.
La misma noche y en el mismo lugar, a las 21, Carlos Masinger y los
Chingolos presentan las canciones de su próximo disco. Y a las 21:30 el músico
uruguayo Mateo Moreno (ex No Te Va A Gustar) presenta su último disco
“Meridiano” (anticipadas en boletería del teatro y en Moreno 477).
Mairal (Buenos Aires, 1970) recibió el Premio Clarín en 1998 por su
novela Una noche con Sabrina Love, que fue llevada al cine. Publicó además
las novelas El año del desierto y Salvatierra, el volumen de cuentos Hoy
temprano, y los libros de poesía Tigre como los pájaros, Consumidor final y Pornosonetos. En 2007 fue incluido por el jurado de Bogotá39 entre los
mejores escritores jóvenes latinoamericanos. Trabaja como guionista y escribe
para distintos medios gráficos. En 2011 condujo el programa de televisión sobre
libros Impreso en Argentina. En 2013 publicó El gran surubí, una novela en
sonetos. En 2015 publicó en Chile Maniobras de evasión, un libro de crónicas.
Su narrativa ha sido traducida y publicada en varios países.
Mateo Moreno es fundador y ex bajista de No Te Va Gustar, y
“bochamaker” en la banda de Martín Buscaglia. Meridiano es su tercer disco
solista. Nacido en Montevideo es considerando uno de los músicos jóvenes más
importantes de la escena uruguaya. Luego de Auto (2008) y Calma (2010) en
2015 editó Meridiano su disco más maduro, que grabó en vivo en el estudio con
invitados de la talla de Rubén Rada, Emiliano Brancciari, Pablo Abdala, La
Otra, Carmen Pi y Pitufo Lombardo, entre otros.
Música, cine, libros, teatro, arquitectura,
danza, percusión, informática, emprendimientos sociales, series, fiestas,
fotografías, viajes, componen el universo simbólico de Más tarde que nunca (lunes a viernes de 16 a 18), que hoy conducen Pablo Zini, Federico Aicardi,
Florencia Coll y Lucía Fernández Cívico.
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