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miércoles, 15 de diciembre de 2010

el imperio, la ficción y la historia

La primera temporada de Boardwalk Empire (acá traducida como El imperio del contrabando, doce episodios de casi una hora producidos por Martin Scorsese y escritos por Terence Winter, el padre de Los Soprano) ya terminó en Estados Unidos y culminará en HBO Argentina el domingo 26 de diciembre con el capítulo “A return to normalcy” (Regreso a la normalidad), palabras del presidente republicano electo en 1921 Warren G. Harding, que los protagonistas de la serie escuchan mientras festejan en Babette’s, el salón más exclusivo de Atlantic City, escenario principal de la tira y feudo del puntero político, gángster y tesorero municipal Nucky Thompson, encarnado por Steve Buscemi en una actuación que ya tiene aires legendarios.
No vamos a espoilear más sobre ese final. Nos queda analizar un poco toda esta inmensa trama.
 
 
 
 Día de elecciones en Atlantic City, 1921.

Hay que decir, de nuevo, que en la televisión paga norteamericana, principalmente canales como HBO —con su lema “No es televisión, es HBO”— y AMC —donde se emite Mad Men—, se han reconfigurado los conceptos de historia y ficción, primero —lo más obvio— al ofrecer un medio con mayor despliegue temporal que un film para desarrollar las tramas; luego, dando lugar a escritores que abrevan en lo mejor de la tradición literaria para desplegar situaciones y personajes. El comentario es acaso pertinente si se tiene en cuenta que Telefé levantó la emisión de la serie Caín y Abel, su gran apuesta a la ficción en la que, supuestamente, el público tendría oportunidad de ver los entretelones criminales de una familia vinculada a una gran empresa. El resultado fue un culebrón mentecato, con escenas de lascivia siempre sugerida y la irrealidad perenne de las actuaciones de Fabián Vena, Luis Brandoni y un montón de mujeres apenas lindas. Curiosamente. Al final de Caín y Abel Canal 5 emitía los viejos episodios de Los Simuladores, serie en la que Damián Szifrón también convocó a escritores —cierto que no siempre conocidos— y en la que la propuesta era siempre la ficción, no necesariamente verosímil. La abismal diferencia con el bodrio de Caín y Abel era que en esa ficción desaforada, planteada con recursos cinematográficos y guiones ajustados asoma con mucha más precisión el contexto político y social de la Argentina de principios de la década del 2000, cuando todo el sistema político y económico era visto como una simulación. En definitiva: una serie no tiene por qué informarnos sobre el presente o la historia, pero sólo puede hacerlo a condición de que no renuncie a sus requisitos formales.
Bueno, lo que queríamos decir es que la relación entre historia y ficción de Boardwalk EmpireBoardwalk Empire revisa así un particular período de los Estados Unidos, el de la hegemonía republicana, el de la Prohibición, el del nacimiento del crimen organizado. Lo que le permite la serie a Scorsese y Winter es no sólo desplegar todos estos tópicos, sino poder entrelazarlos, poder desarrollar mejor las relaciones entre el imperio incipiente —los EEUU ponían una pata en los negocios globales tras enviar un millón de soldados a la Primera Guerra y se asomaban sin saberlo al abismo del crack-up de 1929—, el crimen, la moral y la ideología. tiene larga data. Nadie ignora que la historia se escribe desde el presente y que su verdadero objeto es el futuro. Algo similar podría decirse de la ficción.
Los EEUU que nos muestra la serie, a diferencia de lo que pueden hacerlo las películas —no por nada Coppola hizo de su film El Padrino una trilogía, es decir, una serie—, es la tierra de promisión pero también de promiscuidad —y no en un sentido moral, sino político—, un crisol y un lugar en el que nada puede quedar al margen del sistema, es decir, de la acumulación de capital: todos acumulan capital en Boardwalk Empire, las mujeres lo hacen a través de la prostitución y la maternidad, los gángsters a través del contrabando, los negros adquieren derechos a cambio de votos, los jóvenes vuelven de la guerra y se convierten en asesinos. Mientras tanto, la puesta en escena subraya la presencia de los niños —todos se reproducen o buscan reproducirse en la serie, ya sea a través de críos o de acólitos y esbirros—, es decir, de quienes serán los soldados de la Segunda Guerra, la que llevará el impero a todos los rincones del orbe.
En toda esta magnífica puesta en escena, en esta impresionante representación del mundo “americano”, queda claro que nadie puede acumular capital sin ensuciarse las manos. Ni el magistral personaje de Kelly Macdonald (Margaret Schroeder: la madre irlandesa que envidua), ni el ex combatiente devenido asesino que protagoniza Michael Pitt (Jim Darmody, otro personaje para la historia), ni siquiera las damas de beneficencia que integran la liga antialcohol, quienes apoyarán el voto femenino y terminarán dando el espaldarazo a la reelección republicana.
Boardwalk Empire es el mundo antes del imperio, cuando el imperio ya conoce el camino. A diferencia de las series sobre conspiraciones, que desde los años 90 proliferan en la televisión, en esta la conspiración es transparente: cuando la acumulación de capital no puede ya continuar en la oficina contable es necesario sacar la guerra a la calle. Mientras tanto, el país se llena de mano de obra nueva: judíos, irlandeses, polacos, italianos, húngaros. En esa Babel turística que es Alantic City, de verdad en lo que hace a sus sangrientas peleas intestinas, y de pacotilla en su fachada de madera para el visitante, también podemos ver la marquesina de Hollywood, porque se sabe que no hay imperio sin circo*.





 Festejos hasta el amanecer en Babette's, sobre el boardwalk de la ciudad y contra la bahía.

* Y vale aclarar: no es que piense que Hollywood sea un circo, en el sentido progre y llano que suele dársele al término. Lo de circo, en todo caso, puesto en una nota publicada en la página donde trabajo, alude a esa necesidad del imperio de traducir en términos de imagen su expansión.

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