Conversamos por Gtalk
sobre una suerte de compilación de unas notas que escribí entre 2003 y 2008. Le
digo que leídas ahora me parecen algo que escribí para no escribir otras cosas,
del todo pretenciosas en su precariedad. Lo que se me pide, le digo, es algo
que creo que está en el recuerdo de la editora –que para colmo es sutil y dueña
de una escritura sencilla y luminosa– antes que en esos textos.
Él me
recuerda “aquella escena de Blade
Runner: «El cazador de androides –escribe– accede a la información de
que la mina es androide sin que ella lo sepa. Para decírselo cruelmente. Le
nombra los recuerdos que ha leído que le implantaron, los que ella creía que
nadie podía conocer. Él le demuestra que no es humana, pero lo único que tiene
ella, lo único que es, son esos recuerdos». Claro, quiero decirle, escribir es
de algún modo implantar recuerdos. Qué gran escena; y qué amable que él la
traiga a colación. Y me dice también: «Lo que me duele de habernos distanciado
vos y yo, no ahora, sino hace muchos años, es haber perdido el trabajo sobre el
sentido… Dejamos de nadar juntos en el sentido».
Es que todo empezó a partir de la intervención
de César Aira en un encuentro de literaturas, en el que habla de Amalia y el origen de la literatura
nacional y, tras plantear una confederación rioplatense monstruosamente
habitada sólo por Amalias, define el origen: “La representación única de la
multiplicidad”. Para mí, le digo, hay una conexión entre ese origen, el sentido
y aquél río en el que nadábamos… (“C’era una volta un bel linguaggio che mai
più/ ho parlato, non ti spiace ricordarmelo?…”, como en la canción de Conte).
La charla sobre el sentido y el río nos llevan al gran tema de estos 50
años: “Amores como viajes, duran lo que una flor”, me escribe. Me habla de su
novia, me dice: “Tiene la edad de mi espíritu”. Le pregunto sobre ella. Me dice,
me habla de ella, de los dos, y pone: “Gracias por preguntar”. Le digo que hay
un estilo ahí, en esa pregunta. Un estilo que, efectivamente, lo distrae de todo
ese “ahogo” de sentido con el que sucumbimos tantas veces al escribir. El “gracias
por preguntar” –esto lo pongo ahora– desnuda ese deseo de la conversación en la
charla al tiempo que lo viste con las mismas palabras. Pone: “El asunto es que
lo que vale de lo que hacemos es todas esas vueltas que damos con el tema en
insomnio”. Y agrega: “Es como la traducción que fracasamos con Lo Yuao
vivo: escribir los diálogos del intento de la traducción, no la traducción”. Y
cuenta: “Lo dije en una entrevista de un documental que están grabando sobre la
inmigración china. Dije que tenía los textos y se armó una, ahora me los piden.
Tendré que escribirlos”. Me recuerda el chiste de los hermanos Marx: “Groucho,
hay un tesoro en la casa de al lado. Pero, al lado no hay ninguna casa. Eso no
importa, construiremos una”. ¿No es así como construimos sentido, origen y
escritura?
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