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domingo, 7 de julio de 2013

arte colonial, conquista y resistencia

El sábado pasado se inauguró la segunda parte de la muestra Arte Colonial en el Museo Histórico Provincial de Rosario Julio Marc (el sitio al que lleva el enlace también es un estreno).
Esta segunda parte ocupa el gran salón posterior que se conecta con los laterales de la entrada original del museo. Se inauguró también la antigua y magnífica “Sala Patria”, que fue remodelada para su uso en nuevas funciones como reuniones, conciertos, charlas o presentaciones.


En la exposición, que reúne pinturas, esculturas, objetos y mobiliario de la colección del MHP en los que se materializaba de algún modo la concepción histórica de Ángel Guido y Julio Marc, el centro gravitacional es, grosso modo: la cotidianeidad de la colonia americana en sus aspectos religiosos y domésticos, la influencia barroca y las imágenes con las que se representaba el imaginario de entonces, cargado de un credo nuevo, en expansión e inculcado con la espada. Pero pretende, sobre todo, poner de manifiesto en esta nueva etapa del Museo los valores de su patrimonio tanto como sus contradicciones, para transitar un nuevo recorrido de conocimiento y aprendizaje de estas notables colecciones.
El criterio con el que Guido y Marc recogieron estas piezas –influidos por el ensayo Eurindia, deRicardo Rojas (1924)– rescataba el trabajo y la maestría aborigen en la elaboración de la mayorías de las obras de la colección en estos términos: “Fuimos conquistados, los americanos, durante la época del Barroco, debemos congratularnos de que así fuera. El Barroco es un arte permeable, flexible, capaz de recoger en su meándrica y a veces imbricada arquitectura, los matices señeros de la idiosincrasia de un pueblo y del magnetismo telúrico lugareño. Al desplazarse, pródigamente, en América, fue recogiendo todas aquellas expresiones del Hombre y de la Tierra de cada región, dejando una multitud de obras artísticas de personalísimo carácter local”.
Los materiales de esta muestra intentan por un lado hacer visible la historia de su adquisición pero, a la vez, mostrar en los detalles como colores, motivos y ornamentos, la fuerte resistencia indígena frente a la violencia y las injusticias de la colonia. Las piezas que exhibe la institución son, claro está, el producto de una conquista feroz, pero también de una resistencia pertinaz y casi secreta.

Muebles. A la medida del virrey
La mayoría de los muebles del período virreinal que se conservan desde el siglo XVIII hasta la fecha pertenecieron a la clase dirigente de la sociedad colonial. De hecho, a cada relevo de un virrey sobrevenía un recambio de muebles en el palacio que no sólo desplegaban el catálogo de gustos personales de la nueva autoridad, también mostraban las nuevas tendencias europeas, que a partir de 1700, cuando el puerto de Veracruz, México, inició el comercio con Inglaterra, incorporaron el estilo Reina Ana y los detalles chinos: laqueados con incrustaciones de otros materiales que el diseño precolombino ya conocía y, a partir de entonces, mezcló con sus motivos particulares.
El mueble fue no sólo un detalle del cotidiano colonial, de los usos y costumbres de la época, asimismo fue motivo de ostentación y señal de prestigio en los rígidos estamentos de la sociedad virreinal. Desde los lujosos bargueños hasta las sillas y sillones de estilo inglés y francés donde se sentaban las damas, con asentaderas más anchas que las españolas, forradas en telas decoradas o con el tradicional cuero repujado; hasta el mobiliario religioso como bancas y escaños, para asiento de más de una persona, menos atento a las variaciones del norte europeo. La fabricación del mueble requería de artesanos expertos, capaces de trabajar en una misma pieza con más de una madera y más de un material para incrustaciones, como nácar, hierro y cuero.


Si en el siglo XVII predominó un barroco que fue, sobre todo español, con relieves y tallas que mezclaban el estilo mujádir con terminaciones imponentes, como garras de tigre y motivos abstractos para las patas de mesas, sillas y armarios; en el XVIII se impuso el rococó francés, con igual gusto por las formas ondulantes en faldones y rocallas, como en algunas de las mesas principales y auxiliares de la colección del MHP. En la ornamentación, los artesanos indígenas dejaron sus marcas con figuras estilizadas de la flora y fauna americana, y motivos precolombinos de clara tradición local.
El mueble más lujoso entre los siglos XVII y XVIII fue el de escritorio. Las papeleras o bargueños eran tanto piezas únicas, hechas de los materiales más refinados y fabricadas para ostentar la riqueza de su dueño (eran de uso masculino), como contenedores de objetos de valor: como si los fastos del nuevo mundo, desde piedras preciosas hasta documentos y mapas de las tierras en exploración cupiesen en ese laberinto de cajones y cerraduras que traía la fantasía europea.  
Hasta entrado el siglo XVIII, cuando comenzaron a usarse los armarios, la costumbre era guardar ropa de cocina y de cama, así como la vajilla de plata y objetos para la mesa en baúles, arcas, cajas y petacas que, a la vez, solían utilizarse en algunos casos como asientos.
El mueble de la colonia, entre los siglos XVII y XVIII era, salvo en el caso de las cajas pequeñas para joyas, los sillones con apoyabrazos y las sillas mullidas, un artefacto masculino y europeo, más labrado y recargado en sus ornamentos cuanto mayor riqueza y autoridad tenía su dueño.

Fuentes:

El mueble en el Perú en el siglo XVIII: estilos, gustos y costumbres de la elite colonial


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