Fue una crítica
de Village Voice (“La fabricación
de un blockbuster mejor”) que recibí
en el correo lo que me hizo pensar que definitivamente Pacific Rim (Titanes del Pacífico, según la versión
vernácula) era una cita, porque allí me iba a reencontrar con los monstruos de mi infancia,
los que veía en series de televisión japonesa bajo títulos en esa época
impostergables como Monstruos
del espacio o Ultra Seven, en la que
un pusilánime era el héroe definitivo (como nos lo había enseñado Superman y como luego lo repetiría He-Man.
Si bien sabía que la proliferación de monstruos en el Japón posnuclear era
siempre una referencia a Hiroshima
y Nagasaki, ignoraba algunos detalles que Robert
Rath señala con sencilla maestría en su artículo
para The Escapist.
Acá una traducción a las disparadas de lo que anotara Rath a
propósito del film y de los kaiju, los monstruos que
crecieron en Japón después del vuelo letal del Enola Gay.
El nacimiento del Kaiju: bombas nucleares y terror en Pacific Rim, por Robert Rath
Esta semana, la película de Guillermo del Toro Pacific
Rim nos trajo algo que hace
tiempo estaba ausente en las pantallas: esos imponentes monstruos salidos del
mar, los kaiju. Al igual que todos
los monstruos, los de Pacific Rim
reflejan los miedos y las inseguridades de la sociedad. Pero el kaiju tiende a reflejar algo muy específico que fue
traducido de la cultura japonesa: una suerte de sustituto de la fuerza pura,
imparable y destructiva. Podría decirse que en su origen estos monstruos
representan las víctimas masivas y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial
en territorio japonés.
Todos los monstruos juegan con el miedo social, y como esos
miedos cambian con el tiempo, también lo hacen los monstruos. Lo que nos asusta
en una década puede parecer ridícula en la siguiente, y las historias que
sobreviven son las que mejor se adaptan a las preocupaciones populares. Las
leyendas del vampiro se formaron en su origen en torno al miedo a las
enfermedades no entendidas aún, como la tuberculosis; pero en la época
victoriana se convirtió en un símbolo de los peligros de la sexualidad
desenfrenada. En La isla del doctor
Moreau, la novela original, el personaje principal realiza sus
abominaciones al cruzar animales con humanos a través de la vivisección y las transfusiones
de sangre. Pero en 1996 esas ideas eran algo viejas, nadie tenía miedo ya a las
transfusiones de sangre, de modo que cuando se hizo la remake, el personaje que
encarna Marlon Brando reemplazó las transfusiones por la ingeniería genética.
En cuanto a los kaiju, comenzaron con
Godzilla: un símbolo terrible y
potente de la guerra nuclear.
Es difícil describir la potencia bruta de una explosión
nuclear. Se puede decir que la bomba de Hiroshima tuvo un rendimiento explosivo
de 16 kilotones y que Nagasaki tuvo alrededor de 22 kilotones, pero ¿qué
significa eso exactamente? He aquí un intento: en una conferencia de prensa en
Tinian, en 2004, donde el general Paul Tibbets, piloto del Enola Gay, habló de
la misión de Hiroshima, contó que sabía que la bomba había explotado no por el
flash o la onda de choque, sino porque de repente podía saborear todos sus
empastes dentales. Eso es lo que significa 16 kilotones cuando se está a 11,5
millas de distancia y a 31.000 pies de altura. En el piso significa algo
diferente. Significa que la onda de choque puede incrustar fragmentos de vidrio
en un muro de hormigón y hacer que edificios levantados en más de una milla de
distancia leviten por un momento antes de caer uno encima del otro “como
piezas de dominó”, como atestiguó un sobreviviente de Hiroshima. El calor
radiante puede quemar la ropa sobre la piel, o en la piel; o pelar el pellejo hasta el músculo. Literalmente,
puede quemar una cara, dejando detrás de un orbe brillante, un cascarón de
huevo con depresiones para los ojos y una boca sin labios. Pero más que eso,
una explosión atómica arde en la memoria de un país. Si bien la campaña (estadounidense)
de bombardeo destruyó más ciudades –sesenta y seis de las ciudades atacadas
perdieron un 40% o más de su área urbana, con pérdidas en Tokio de un 50%– el
impacto de la pérdida de 90 a 166 mil personas en un solo disparo grabó un tipo
particular de terror en la conciencia japonesa.
Sin embargo, en los años posteriores a la guerra, los
japoneses no podían hablar de ello. Las fuerzas de ocupación estadounidenses
suprimieron la información de los medios locales sobre los bombardeos atómicos
por miedo a avivar los sentimientos antiestadounidenses o para no proporcionar
a los soviéticos datos de la investigación atómica. La censura gobernaba. El
único escrito sobre Hiroshima que circuló en Japón fueron una serie de
artículos del New Yorker sobre seis
víctimas y sus vidas antes, durante y después de los ataques. Pero incluso
después de que la ocupación terminara, en 1952, y de que Japón comenzara a
gobernarse a sí mismo, persistía la presión social de no hablar de los
bombardeos –ya sea porque aún estaban frescos y resultaban dolorosos, como por
el temor de las autoridades japonesas a que el debate pudiese poner en peligro
el tratado que pusiera fin a la ocupación. Pero eso estaba a punto de cambiar
debido a un solo barco, el Daigo Fukuryu Maru o “Número 5 Dragón Afortunado”.
Imagen de PacificRim.
El Dragón Afortunado (Lucky
Dragon) era un barco de pesca de madera. Partió con 140 toneladas, medía 25
metros y tenía problemas crónicos en el motor. Su velocidad máxima era
lamentable: 5 nudos. El 1 de marzo de 1954, el Dragón estaba fuera de sus zonas
de pesca normales –había perdido la mitad de sus líneas un mes antes, cuando se
enganchó en un arrecife de coral, y con el fin de evitar la desgracia, el
capitán (con unos inexpertos 22 años) llevó la nave a las Islas Marshall con la
esperanza de obtener una pesca decente antes del regreso. A las 6:45 de la
mañana la tripulación vio un destello brillante a través del ojo de buey.
Cuando subieron a cubierta vieron la totalidad del horizonte, hacia occidente,
iluminado como una puesta de sol. Varias horas más tarde, una lluvia de polvo
blanco alcanzó a la embarcación. “Partículas blancas caían sobre nosotros, al
igual que el aguanieve”, recordó Matakichi Oishi, que tenía 20 años y era
tripulante del Dragón hacía un año. “Las partículas blancas penetraron sin
piedad en los ojos, la nariz, los oídos, la boca”. Mientras la tripulación
corría por la cubierta, con la proa ya enfilada hacia Japón, comenzaron a notar
las quemaduras en la piel. Pronto también comenzaron a experimentar náuseas,
fatiga y vómitos.
El flash que habían visto era “Castillo Bravo”, la primera
prueba de una bomba de hidrógeno, a ochenta y cinco millas de distancia en el
atolón de Bikini. El polvo blanco se conoce como shi no hai, las “cenizas de la muerte”, que resultaron ser coral
pulverizado impregnado con una mezcla venenosa de isótopos radiactivos. Sin
darse cuenta, el Dragón y su tripulación se habían acercado a la zona de
exclusión de EE.UU. para una prueba nuclear importante. Aun así, el Dragón
hubiera resultado sin daños salvo por un hecho: el dispositivo termonuclear
combustible seco fue 2.5 veces más potente de lo que los científicos estimaban,
y 1.000 veces más potente que la bomba de Hiroshima. Así, la explosión envió
sus llamaradas tóxicas mucho más lejos de la zona prevista, la irradiación no
sólo afectó a la tripulación del Dragón, sino a varios cientos de isleños del
Pacífico y a 28 soldados estadounidenses que asistían a la prueba.
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