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domingo, 14 de julio de 2013

dragón afortunado

Fue una crítica de Village Voice (“La fabricación de un blockbuster mejor”) que recibí en el correo lo que me hizo pensar que definitivamente Pacific Rim (Titanes del Pacífico, según la versión vernácula) era una cita, porque allí me iba a reencontrar con los monstruos de mi infancia, los que veía en series de televisión japonesa bajo títulos en esa época impostergables como Monstruos del espacio o Ultra Seven, en la que un pusilánime era el héroe definitivo (como nos lo había enseñado Superman y como luego lo repetiría He-Man. Si bien sabía que la proliferación de monstruos en el Japón posnuclear era siempre una referencia a Hiroshima y Nagasaki, ignoraba algunos detalles que Robert Rath señala con sencilla maestría en su artículo para The Escapist.
Acá una traducción a las disparadas de lo que anotara Rath a propósito del film y de los kaiju, los monstruos que crecieron en Japón después del vuelo letal del Enola Gay.

Hiroshima tras el bombardeo. Foto de Wikipedia.

El nacimiento del Kaiju: bombas nucleares y terror en Pacific Rim, por Robert Rath

Esta semana, la película de Guillermo del Toro Pacific Rim nos trajo algo que hace tiempo estaba ausente en las pantallas: esos imponentes monstruos salidos del mar, los kaiju. Al igual que todos los monstruos, los de Pacific Rim reflejan los miedos y las inseguridades de la sociedad. Pero el kaiju tiende  a reflejar algo muy específico que fue traducido de la cultura japonesa: una suerte de sustituto de la fuerza pura, imparable y destructiva. Podría decirse que en su origen estos monstruos representan las víctimas masivas y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial en territorio japonés.
Todos los monstruos juegan con el miedo social, y como esos miedos cambian con el tiempo, también lo hacen los monstruos. Lo que nos asusta en una década puede parecer ridícula en la siguiente, y las historias que sobreviven son las que mejor se adaptan a las preocupaciones populares. Las leyendas del vampiro se formaron en su origen en torno al miedo a las enfermedades no entendidas aún, como la tuberculosis; pero en la época victoriana se convirtió en un símbolo de los peligros de la sexualidad desenfrenada. En La isla del doctor Moreau, la novela original, el personaje principal realiza sus abominaciones al cruzar animales con humanos a través de la vivisección y las transfusiones de sangre. Pero en 1996 esas ideas eran algo viejas, nadie tenía miedo ya a las transfusiones de sangre, de modo que cuando se hizo la remake, el personaje que encarna Marlon Brando reemplazó las transfusiones por la ingeniería genética. En cuanto a los kaiju, comenzaron con Godzilla: un símbolo terrible y potente de la guerra nuclear.
Es difícil describir la potencia bruta de una explosión nuclear. Se puede decir que la bomba de Hiroshima tuvo un rendimiento explosivo de 16 kilotones y que Nagasaki tuvo alrededor de 22 kilotones, pero ¿qué significa eso exactamente? He aquí un intento: en una conferencia de prensa en Tinian, en 2004, donde el general Paul Tibbets, piloto del Enola Gay, habló de la misión de Hiroshima, contó que sabía que la bomba había explotado no por el flash o la onda de choque, sino porque de repente podía saborear todos sus empastes dentales. Eso es lo que significa 16 kilotones cuando se está a 11,5 millas de distancia y a 31.000 pies de altura. En el piso significa algo diferente. Significa que la onda de choque puede incrustar fragmentos de vidrio en un muro de hormigón y hacer que edificios levantados en más de una milla de distancia leviten por un momento antes de caer uno encima del otro “como piezas de dominó”, como atestiguó un sobreviviente de Hiroshima. El calor radiante puede quemar la ropa sobre la piel, o en la piel; o pelar el pellejo hasta el músculo. Literalmente, puede quemar una cara, dejando detrás de un orbe brillante, un cascarón de huevo con depresiones para los ojos y una boca sin labios. Pero más que eso, una explosión atómica arde en la memoria de un país. Si bien la campaña (estadounidense) de bombardeo destruyó más ciudades –sesenta y seis de las ciudades atacadas perdieron un 40% o más de su área urbana, con pérdidas en Tokio de un 50%– el impacto de la pérdida de 90 a 166 mil personas en un solo disparo grabó un tipo particular de terror en la conciencia japonesa.
Sin embargo, en los años posteriores a la guerra, los japoneses no podían hablar de ello. Las fuerzas de ocupación estadounidenses suprimieron la información de los medios locales sobre los bombardeos atómicos por miedo a avivar los sentimientos antiestadounidenses o para no proporcionar a los soviéticos datos de la investigación atómica. La censura gobernaba. El único escrito sobre Hiroshima que circuló en Japón fueron una serie de artículos del New Yorker sobre seis víctimas y sus vidas antes, durante y después de los ataques. Pero incluso después de que la ocupación terminara, en 1952, y de que Japón comenzara a gobernarse a sí mismo, persistía la presión social de no hablar de los bombardeos –ya sea porque aún estaban frescos y resultaban dolorosos, como por el temor de las autoridades japonesas a que el debate pudiese poner en peligro el tratado que pusiera fin a la ocupación. Pero eso estaba a punto de cambiar debido a un solo barco, el Daigo Fukuryu Maru o “Número 5 Dragón Afortunado”.
Imagen de PacificRim.

El Dragón Afortunado (Lucky Dragon) era un barco de pesca de madera. Partió con 140 toneladas, medía 25 metros y tenía problemas crónicos en el motor. Su velocidad máxima era lamentable: 5 nudos. El 1 de marzo de 1954, el Dragón estaba fuera de sus zonas de pesca normales –había perdido la mitad de sus líneas un mes antes, cuando se enganchó en un arrecife de coral, y con el fin de evitar la desgracia, el capitán (con unos inexpertos 22 años) llevó la nave a las Islas Marshall con la esperanza de obtener una pesca decente antes del regreso. A las 6:45 de la mañana la tripulación vio un destello brillante a través del ojo de buey. Cuando subieron a cubierta vieron la totalidad del horizonte, hacia occidente, iluminado como una puesta de sol. Varias horas más tarde, una lluvia de polvo blanco alcanzó a la embarcación. “Partículas blancas caían sobre nosotros, al igual que el aguanieve”, recordó Matakichi Oishi, que tenía 20 años y era tripulante del Dragón hacía un año. “Las partículas blancas penetraron sin piedad en los ojos, la nariz, los oídos, la boca”. Mientras la tripulación corría por la cubierta, con la proa ya enfilada hacia Japón, comenzaron a notar las quemaduras en la piel. Pronto también comenzaron a experimentar náuseas, fatiga y vómitos.

El flash que habían visto era “Castillo Bravo”, la primera prueba de una bomba de hidrógeno, a ochenta y cinco millas de distancia en el atolón de Bikini. El polvo blanco se conoce como shi no hai, las “cenizas de la muerte”, que resultaron ser coral pulverizado impregnado con una mezcla venenosa de isótopos radiactivos. Sin darse cuenta, el Dragón y su tripulación se habían acercado a la zona de exclusión de EE.UU. para una prueba nuclear importante. Aun así, el Dragón hubiera resultado sin daños salvo por un hecho: el dispositivo termonuclear combustible seco fue 2.5 veces más potente de lo que los científicos estimaban, y 1.000 veces más potente que la bomba de Hiroshima. Así, la explosión envió sus llamaradas tóxicas mucho más lejos de la zona prevista, la irradiación no sólo afectó a la tripulación del Dragón, sino a varios cientos de isleños del Pacífico y a 28 soldados estadounidenses que asistían a la prueba.


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