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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

sábado, 14 de febrero de 2015

punilla y calamuchita

Me dicen que la resistencia de los comercios de Córdoba a cobrar con tarjeta de débito se debe a la facturación en negro.
Villa Carlos Paz, vista desde la ruta que lleva a Tanti (la única forma en que elegí verla este viaje) es una colección de carteles de anuncios de obras teatrales y recitales hechos con los restos más execrables del espectáculo mediático (ie, Bañeros, cosas así). Pero al subir una pendiente y cruzar una de las vertientes del lago, la ciudad se extiende en un valle colorido por las figuras de la intervención humana o, mejor, por esa intervención casi pedestre con la que se construyó este lugar: la creación de un segundo paraíso (si consideramos primero al natural), hecho de las aspiraciones de una clase laburante que eligió la utopía peronista antes que la proletaria. Así, cada construcción, cada emprendimiento, declara esa aspiración y, a la vez, cierta horfandad: algo faltó en el clan, en la comunidad, que se ha preferido ese trato artificioso con extraños antes que el recogimiento familiar, la suave, sencilla y hasta monótona vida serrana que la gente de acá debe inventarse ahora en Tanti o en San Marcos Sierra.
Mientras tanto, leo Cielos de Córdoba, de Federico Falco. Su protagonista acompaña el pequeño emprendimiento de su padre quien, convertido casi en un alien para los suyos, espera sin esperanza el avistamiento de ovnis en el firmamento cordobés. Sí, el alien es un invento de estos días (que ya deben tener 50 años, los días, digo): el ser hecho de las fantasías del capital que llega no para arrasarlo (al capital), sino para confirmar nuestra extrañeza en el mundo (que hoy sólo es capital y trabajo).

En Los Reartes, sin internet, mi esposa y mi hija miran la primera temporada de The Leftovers. Mi esposa, tras ver el último episodio, me sorprende con esta observación: todos los que desaparecen (al menos los casos que nos deja ver ese y los episodios anteriores) lo hacen en un momento en que alguien desea que no estén. La observación confirma la idea de que la serie trata sobre el horror de habitar un mundo que no está preparado para que nada falte y, si los que desaparecen lo hacen porque alguien, incluso alguien que los ama, por un momento desea que desaparezcan, la cosa es mucho más intensa: esos remanentes son remanentes de un deseo cumplido.
En Villa General Belgrano, entre tantas banderas alemanas, águilas bicéfalas e ilustraciones de parejas alpinas empinando el codo bajo un jarro de cerveza, encontré un apellido judío: Nisman. Estaba escrito a mano y pegado en el vidrio de la puerta de un local que liquidaba prendas de mujer en una esquina de calle San Martín. Decía: "Yo soy Nisman". Como no queríamos ser atendidos por il morto che parla, preferimos no entrar.







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