Según me entero en una
nota del New York Times, Ray Donovan fue el
secretario de Trabajo de Ronald Reagan entre 1981 y 1985. Así lo señala un tuit del
periodista Tom Breen que se lamenta de que la serie Ray Donovan
no trate sobre ese funcionario de la administración Reagan.
Bien, entonces hay una serie que Showtime comenzó a emitir el
30 de junio pasado y se llama Ray Donovan.
Actúa, en el rol principal, Liev Schreiber (sí, el director
de Everything is Illuminated y el
actor de X-Men), junto con Jon Voight y Elliot Gould, además de Steven Bauer (el socio de
Tony Montana en Scarface) y nuestra
chica de Irlanda del Norte, Paula Malcomson.
Ray Donovan nació en medio de una familia vinculada a la
mafia irlandesa de Boston, pero se mudó con sus hermanos a Los Ángeles mientras
su padre (Voight) cumplía 25 años de cárcel. En Boston, los Donovan sufrieron
el acoso de curas católicos pedófilos, además de un padre manipulador que llevó
al suicidio a su hija (esto, desde luego, desde la perspectiva de Ray). En Los
Ángeles, y más precisamente en Hollywood, nuestro héroe es un fixer (como Harvey Keitel en Pulp Fiction, la película de Tarantino,
como Stephen
King en la tercera t emporada de Sons of
Anarchy), es decir, alguien que se encarga de arreglar las cagadas que
se mandaron tipos importantes como deportistas de las grandes ligas, actores,
productores de la industria del cine y gente así. Desde limpiar la escena en la
que muere por sobredosis una acompañante de una estrella del básquetbol hasta
borrar un chantaje a un actor machote a quien filmaron en una fellatio a un travesti.
Para el periodista del Hollywood
Reporter, Ray Donovan es
genial; para el del NYT,
es un fiasco. Uno tiende naturalmente a coincidir con el neoyorkino por sus
abultadas referencias a la cosa bostoniana. Mientras el del HR se inclina más a celebrar la calidad
de los actores presentes en la nueva tira, el del NYT se empeña en señalarnos lo bajo que cae Ann Biderman (escritora de
la serie) en el diseño de la trama y los personajes.
Para nosotros, que vemos en esa elección de casting una cita fílmica, la cosa es en
algún punto “desalentadora” (no le llamemos aún disappointing), pero nos fascina esto: católicos (como los Donovan)
y judíos (como Ezra Goodman –Elliott Gould–, el desquiciado jefe a quien
Donovan visita en un estudio, digamos, como el Universal) fundaron Hollywood, el
mítico Hollywood. ¿Cómo no ver en una serie con católicos acosados por curas
pedófilos y judíos que se vuelven de repente religiosos y dementes ante la
muerte de su esposa una cita de lo que se ha vuelto hoy la industria del cine?
Sí, la más fácil es: Hollywood trata, exclusivamente, en lo que vemos e
imaginamos, de fixers, de cleaners, de tipos que tienen que
limpiar las cosas (desde guiones hasta imágenes). Pero, sobre todo, Hollywood (bosque sagrado, según la traducción
literal) trata sobre una sacralidad bastardeada, decadente y, aún así,
construida sobre la base de la vida y la muerte, la base de los opuestos (la costa Este, donde está Boston; la Oeste: Los Ángeles), la de la familia que debe superar la horizontalidad del tiempo (Mickey, es decir, Voight, que sale de prisión para comprobar cómo ha cambiado todo y se aferra a lo único que conoce, ese siniestro conglomerado de relaciones que constituyen su familia). Hollywood trata, a fin de
cuentas, sobre las utopías del capital, que son las de la biopolítica.
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