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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

miércoles, 10 de julio de 2013

la sagrada familia

Según me entero en una nota del New York Times, Ray Donovan fue el secretario de Trabajo de Ronald Reagan entre 1981 y 1985. Así lo señala un tuit del periodista Tom Breen que se lamenta de que la serie Ray Donovan no trate sobre ese funcionario de la administración Reagan.
Bien, entonces hay una serie que Showtime comenzó a emitir el 30 de junio pasado y se llama Ray Donovan. Actúa, en el rol principal, Liev Schreiber (sí, el director de Everything is Illuminated y el actor de X-Men), junto con Jon Voight y Elliot Gould, además de Steven Bauer (el socio de Tony Montana en Scarface) y nuestra chica de Irlanda del Norte, Paula Malcomson.  
Ray Donovan nació en medio de una familia vinculada a la mafia irlandesa de Boston, pero se mudó con sus hermanos a Los Ángeles mientras su padre (Voight) cumplía 25 años de cárcel. En Boston, los Donovan sufrieron el acoso de curas católicos pedófilos, además de un padre manipulador que llevó al suicidio a su hija (esto, desde luego, desde la perspectiva de Ray). En Los Ángeles, y más precisamente en Hollywood, nuestro héroe es un fixer (como Harvey Keitel en Pulp Fiction, la película de Tarantino, como Stephen King en la tercera t emporada de Sons of Anarchy), es decir, alguien que se encarga de arreglar las cagadas que se mandaron tipos importantes como deportistas de las grandes ligas, actores, productores de la industria del cine y gente así. Desde limpiar la escena en la que muere por sobredosis una acompañante de una estrella del básquetbol hasta borrar un chantaje a un actor machote a quien filmaron en una fellatio a un travesti.  
Para el periodista del Hollywood Reporter, Ray Donovan es genial; para el del NYT, es un fiasco. Uno tiende naturalmente a coincidir con el neoyorkino por sus abultadas referencias a la cosa bostoniana. Mientras el del HR se inclina más a celebrar la calidad de los actores presentes en la nueva tira, el del NYT se empeña en señalarnos lo bajo que cae Ann Biderman (escritora de la serie) en el diseño de la trama y los personajes.

Para nosotros, que vemos en esa elección de casting una cita fílmica, la cosa es en algún punto “desalentadora” (no le llamemos aún disappointing), pero nos fascina esto: católicos (como los Donovan) y judíos (como Ezra Goodman –Elliott Gould–, el desquiciado jefe a quien Donovan visita en un estudio, digamos, como el Universal) fundaron Hollywood, el mítico Hollywood. ¿Cómo no ver en una serie con católicos acosados por curas pedófilos y judíos que se vuelven de repente religiosos y dementes ante la muerte de su esposa una cita de lo que se ha vuelto hoy la industria del cine? Sí, la más fácil es: Hollywood trata, exclusivamente, en lo que vemos e imaginamos, de fixers, de cleaners, de tipos que tienen que limpiar las cosas (desde guiones hasta imágenes). Pero, sobre todo, Hollywood (bosque sagrado, según la traducción literal) trata sobre una sacralidad bastardeada, decadente y, aún así, construida sobre la base de la vida y la muerte, la base de los opuestos (la costa Este, donde está Boston; la Oeste: Los Ángeles), la de la familia que debe superar la horizontalidad del tiempo (Mickey, es decir, Voight, que sale de prisión para comprobar cómo ha cambiado todo y se aferra a lo único que conoce, ese siniestro conglomerado de relaciones que constituyen su familia). Hollywood trata, a fin de cuentas, sobre las utopías del capital, que son las de la biopolítica.

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