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lunes, 4 de julio de 2011

link y el canon digital

Escribe Daniel Link

Escribí a los senadores del Congreso de la Nación, pidiéndoles que no aprobaran el proyecto de Ley conocido como “Canon Digital”, según el cual, por pura presunción, se gravarían todos los dispositivos de grabación y copia (es decir: todos ellos), para favorecer a unas cámaras abominables (SADAIC, CAPIF, CADRA) que se arrogan el papel de gestionar colectivamente los derechos de propiedad intelectual.
 El senador Miguel Ángel Pichetto, creador, junto con Rubén Giustiniani, de la ley de canon digital. Foto de Damián Dopacio | NA.

Expliqué a los senadores que los proyectos de ley presentados (tres, por lo menos) son abusivos, que en los países europeos donde la nefasta ocurrencia tuvo curso parlamentario (los mismos que hoy no saben cómo salir de los atolladeros políticos en los que se encuentran: España), la norma fue objetada y suspendida por tribunales internacionales de justicia, y les garanticé (ellos a lo mejor son sólo brutos) que no delego representación alguna en cualquiera de esas cámaras de terror y que no aprobaría que en nombre de mis derechos se gravaran indiscriminadamente los dispositivos de almacenamiento (cds, dvds, discos rígidos, cámaras fotográficas, etc...).
Les juré que no sólo no tengo intención de copiar la obra de Paz Martínez, Tito Cossa, Jorge Marrale, Susana Rinaldi o Zamba Quipildor (quienes, entre otros, aplaudieron el proyecto) sino que, por principio, me abstengo de leer, escuchar, mirar (u obligar a alguien a que lo haga) las producciones de cualquier persona que avale la presión de esas cámaras integradas por traficantes cuyo único interés es el establecimiento de peajes para la libre circulación de conceptos, ideas y piezas de memoria.
Traté de explicar a los representantes senatoriales, como ciudadano, como profesor, como escritor, cuánto nos perjudicaría el canon digital y qué error gigantesco estaban a punto de cometer. A la mañana siguiente, los mensajes electrónicos habían vuelto porque “El buzón del destinatario está lleno y no puede aceptar mensajes”.
Ellos (¡y ellas!) no atienden el correo de sus representados, pero seguramente sí .
Ahora suspendieron (son tiempos electorales) el tratamiento del proyecto. Volverán a la carga. Yo seguiré escribiéndoles.

2 comentarios:

  1. Lo de Darín está bien. Ahora... El análisis de Levin es de una ligereza notable. Está bien. Nueve reinas era un estreno, pero circunscribir una película a una frase, homologarla con una condición transversal del país, e igualarlas luego con parámetros dudosos es lo menos, pobre. Nueve reinas, que Levin define como: película de las productoras top, arrastra la carga de ser una película taquillera, bien manufacturada, carente de marca autoral, dónde va a seguir el operaprimista que la dirigió, industrial, parejo, razonablemente bien construido, etc. La película se sostiene sólo por “la angustia del personaje de Darín” (la brecha psicoanalítica que no le podía faltar)…”convocando desde su prolijidad a la mayoría del público” que antecede a una oposición sobre el público del mismo Godard, cita que cierra desde dónde nos habla Levin para terminar diciendo que no es buen cine y ni siquiera cine a secas. Pero… ¿Cómo explicar que Nueve reinas es un desliz de temas formales que David Mamet desarrolló lo menos 15 años antes y durante? ¿En qué parte se emparenta toda la filmografía mametiana con la condición de país en EEUU? ¿Qué significa esa pavada de nocivos paradigmas?
    Si hay un tema que está presente en grandes autores del cine contemporáneo, es el tema del simulacro y la mirada del espectador. Que un director no caiga en peroratas sobre el espacio y el tiempo, no lo hace “viejo”. Todo lo contrario. Nos dice Levin: “Caso en el que la estrategia del film lo vuelve casi contra sí mismo, poniendo al descubierto su mecanismo y con eso la gratuidad de toda obra de arte”, lo cual ni siquiera es coherente, pues si hay un tema del llamado cine moderno es justamente ese: el poner al descubierto su mecanismo, Godard dixit desde hace mucho tiempo.
    Pero como si no fuera suficiente, los dislates del pobre Levin se amplían: habla sobre films “sin resto”, que serían aquellos que ponen a prueba nuestro juicio, y en el que la tesis sería una frase en el erróneo concepto de mito propuesto al decir de Barthes: los argentinos somos…
    La narratividad de un film no se circunscribe a una frase, y no éste precisamente, y al que iguala con los films de Ayala y Puenzo con dudosos argumentos –digo dudosos por no decir tramposos-.
    Que argumente la necesidad de resignificar la película con el hermano menor, no hubiera cambiado demasiado el film, pero no por represión, si no porque la trampa que se le tiende al personaje de Darín es centro y forma del film. No voy a enumerar los miles de films “que cierran argumental y económicamente” al disgusto de Levin, y los ejemplos citados de Godard a Fassbinder, no hacen sino mostrarnos como se sigue mirando cine con un ojo en la fila de espectadores y el otro en mirarse en el espejo, sin cruzar por el, claro. La interrogación sobre la puesta en escena es o fue tema de: Mamet, Rivette, Kurosawa, y nada menos que el mismo Hitchcock, entre tantos. La única conjetura que se me ocurre la escamoteo, como la información en una película: porque Levin necesita, parece, menos preguntas y más respuestas. Y eso que Sotto Voce estaba muy bien.

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  2. Anónimo es Marcelo Vieguer

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