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martes, 6 de mayo de 2014

otras 24 horas


Hace tres años, en mayo de 2011, un episodio de la Casa Blanca, transmitido luego al mundo, le daba el cierre definitivo a la serie 24, que el lunes pasado y tras una pausa de cuatro años, largó su novena temporada. El episodio no fue otro que el anuncio del asesinato de Osama Bin Laden, el líder musulmán al que los militares estadounidenses habían formado durante la Guerra Fría y al que acusaron de haber planeado el ataque a las Torres Gemelas del 11 de Septiembre de 2001.
Imagen de Wikipedia.
Así, el gran final de 24, la serie en la que un exhausto Kiefer Sutherland (en el papel del agente Jack Bauer) hablaba con la respiración entrecortada e intentaba desmantelar un gigante complot terrorista en tiempo real –es decir, la edición de cada episodio trascurría en una hora real de las 24 que insumía un día de peligro–, no tuvo a Sutherland en la foto, sino al presidente Barack Obama en un salón de la Casa Blanca en la que el mandatario y parte de su gabinete (el vice Joe Biden, la secretaria de Estado Hillary Clinton, entre ellos) seguían la operación en la que un grupo de la Navy SEAL acababa con Bin Laden en Pakistán. En realidad, hemos seguido muchas veces esas operaciones en las series más actuales, como las mencionadas. De hecho, fue la cuarta temporada de 24 la que “inventó” al presidente negro David Palmer y la que convirtió a la tecnología y las salas de seguimiento de acciones de militares en un rol de protagonismo desconocido hasta entonces. El último episodio de la octava, y la que parecía que iba a ser la temporada final de la serie 24 se había emitido en realidad el 24 de mayo de 2010.
La nueva temporada, presentada no como novena, sino bajo el título “Live another day” (“Vivo un día más”) se emitió en su país de origen (Estados Unidos, en el canal Fox) el domingo pasado y puede verse en Argentina a través de Fox Latinoamérica los lunes a las 22. Pero si algo parecen haber aprendido en la producción de la serie –que arrancó en noviembre de 2001– es que el formato actual exige muchos menos episodios, por lo tanto, los veinticuatro capítulos a los que alude el título original se reducirán a doce, aunque los eventos, como anuncia cada comienzo, “ocurren en tiempo real”.
Según nos lo mostró el primer episodio de “Live another day”, la cosa viene con los drones. Pasaron cuatro años y Jack Bauer está clandestino en Londres cuando lo hallan agentes de la CIA –está prófugo de su país por traición y terrorismo y buscado por agencias de Inteligencia de varios países (entre ellos Rusia) por el asesinato de algunos de sus funcionarios–, quienes a su vez protegen la visita del presidente estadounidense a Inglaterra.
A todo esto, la hacker Chloe (Mary Lynn Rajskub, cuya presencia en la temporada anterior fue, en los capítulos finales, la responsable de bruscas subidas del ráiting), compañera de Bauer y responsable de brindarle apoyo virtual y comunicacional –todo un despliegue tecnológico que incluso colaboraba con hacer más soportable la actuación de Sutherland–, fue detenida en una sala de torturas de la CIA en Londres, hacia la que se dirige Bauer. En fin, desentrañar qué hace el perturbado agente de la Unidad Antiterrorista (CTU, por sus siglas en inglés) en Londres, qué pasa con un drone que vigila una operación de los Marines en Afganistán y cuál es la relación del jefe de Gabinete estadounidense (interpretado por Tate Donovan) con el pasado de Bauer parecen ser los nudos de “Live another day” que, como lo hizo hasta ahora, ostenta al menos la virtud de sobrellevar una sinceridad que sólo puede provenir de la derecha militarizada: un orden político, económico y social criminal requiere una política criminal. 
Todo el daño que Sutherland hizo como Jack Bauer en 24 quiso repararlo como Martin Bohm en Touch, pero fue cancelada el año pasado luego de dos temporadas en las que el hijo autista de Bohm no resultaba tan efectivo como las pantallas y dispositivos que Chloe le proveía a Bauer para hacer de su actuación algo soportable.
La foto de Obama en la que sigue a su grupo SEAL durante el asesinato de Bin Laden –colgada en el Flickr de la Casa Blanca– expresó hace tres años la “cruel sinceridad” con la que se comanda un imperio, como el realismo inapelable con el que se desarrollan este tipo de series.
Desde 2001 estas ficciones refuerzan la idea de los enemigos únicos, drásticos, letales. Hay que recordar que la ficción madre de la epopeya norteamericana es el western, en el que el valor y la justicia individual es muchas veces la ley. Así, la figura del héroe halla verosimilitud.
Pero, de vuelta en la sala de operaciones de la Casa Blanca en 2011, parece que la parafernalia desplegada en estas ficciones televisivas no hicieron sino tender un manto de realidad a lo que muestra la foto que —hay que subrayar esto— la presidencia de Estados Unidos pone en la red como si se tratara de uno de los tantos cuadros dignos de decorar las galerías de la casa de gobierno: un momento cumbre de la historia del país. Equiparable a las fotos de los manifestantes que pedían la caída de Mubarak en la plaza de la Libertad de El Cairo, Egipto, o las protestas en Libia contra Gadafi. La foto de Obama y su gabinete es una imagen casi íntima, con Hillary Clinton cubriéndose la boca como si las imágenes en tiempo real de la matanza le quitaran el aliento y el general manipuando su notebook, con gesto profesional, el único en uniforme. Una imagen que reafirma lo que ya nos habían enseñado las series, que las afrentas contra Estados Unidos son afrentas casi personales, individuales, como sus enemigos, que se reducen a una persona, a lo sumo a diez, como reza la página de los top ten de los más buscados del FBI.

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