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lunes, 23 de mayo de 2011

poesía de ocupación


Leo en un cable de Télam que el poeta hondureño Roberto Sosa, de 82 años, “murió hoy a consecuencia de un paro cardíaco”. Que “Sosa constituyó uno de los filones líricos más importantes de la poesía vanguardista de América Latina”, como recoge la noticia de Télam un comunicado de la Unión de Escritores y Artistas de Honduras, al conocer la noticia de su muerte.
Y sigue: “Considerado uno de los más prestigiosos poetas de Honduras, nació el 18 de abril de 1930 y formó parte del jurado del Premio Casa de Las Américas de Cuba”. Y abrevio: “Sosa estudió Arte en la Universidad de Cincinnati, Estados Unidos; dirigió revistas literarias y galerías de arte; y dictó cátedra de literatura como escritor residente del Upper Montclair College de Nueva Jersey, Estados Unidos. En 1968 recibió el Premio Adonáis de Poesía (España) por el poemario Los pobres que publicó la Editorial Rialp y así se convirtió en el primer latinoamericano que obtuvo ese galardón. En 1971 ganó el Premio Casa de las Américas con Un mundo para todos dividido, y en 1990 fue distinguido por el gobierno de Francia con el grado de Caballero en la Orden de las Artes y las Letras.
En septiembre de 2006 Roberto Sosa estuvo en Rosario en el XIV Festival Internacional de Poesía. Sonia Scarabelli estuvo con él, leyó su poesía, escribió sobre eso e insistió en que lo entrevistara. Una tarde, mientras duraba el festival, me senté con él y el ecuatoriano Humberto Vinueza en el bar de la plaza Montenegro y les hice esta entrevista que iba a publicarse en el número 3 de la revista Lenta Prisa, que entonces hacíamos con Lucio Guberman para lo que era la Secretaría de Cultura provincial.
Roberto Sosa en la planta baja del CC Bernardino Rivadavia, Rosario, 2006. Foto de Héctor Rio.
 
Roberto Sosa es el mayor, nació en 1930 en Yoro, un pueblo de Honduras del que cuenta que cuentan que una vez llovieron peces. La anécdota llegó a oídos de Eduardo Galeano de boca del mismo Sosa, y el fabulista uruguayo se encargó de hacerla cuento. Humberto Vinueza, nacido en 1944, en Guayaquil, Ecuador, es más joven, claro, pero entre los dos se da esa suerte de aplomo: los años acompañan la charla. Los dos son poetas y vinieron a Rosario al Festival Internacional de Poesía del año 2006, que se realizó en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia.
Los dos se sientan a una mesa del bar en la plaza Montenegro. La tarde se airea con una brisa fresca que rebota en los sacos livianos y hace las voces más ligeras. Uno de ellos pide al mozo “un refresco de cola”. El muchacho se queda ahí, sin decir palabra, y en su mirada obtusa pretende que el señor que tiene enfrente es un fenómeno de lo más extraño. “Cualquier refresco de cola”, insiste el poeta. Hasta que le tiro al mozo una marca. El mozo dice que hay de la “otra” marca. Sea. Para entonces, el segundo invitado ha pedido un café con leche con algún “bollo”. Término que de inmediato traduzco por “medialunas” o “bizcochos” e ingresan en el glosario del trabajador gastronómico. Para cuando la conversación está terminando, Sosa recita un poema de una sola línea que dedicó a nuestro Jorge Luis Borges: “Vamos a ver, dijo Borges. Y en la eternidad quedó”, dice. Vinueza, luego de halagar la obra de Olga Orozco y declarar que no cree en la “individualización” de la poesía, dice que la única patria es la lengua en común que tienen los poetas latinoamericanos. Sin embargo, ni esa lengua ni las señas sirven para atraer al mozo y envejecemos esperándolo. Vinueza y Sosa estarían todavía allí, con perdón de la hipérbole, si no me hubiera levantado para ir a buscarlo y pagarle. 
Y, sin embargo, hay en esa pequeña escena algo así como un desliz poético. Vinueza o Sosa saben que cruzando el Rio Grande un “refresco de cola” significa coca o pepsi. Pero no lo dicen, y en su no decir agregan también algo a esas pobres palabras.
Los críticos dicen que la “obra más bien parca” de Vinueza –Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro (1970), Poeta, tu palabra (1988) y Tiempos mayores (2002)–, es acaso de las más importantes de Ecuador. Que los poemas de Sosa (ver la nota de Sonia Scarabelli) son algo más que “las venas abiertas” de un continente: son su misma sangre. “El dinero es la sangre del pobre”, escribió Léon Bloy sin pretender ser metafórico. Sosa podría decir lo mismo, pero elige una consigna: “Es poesía o muerte, venceremos”, dice. Y ríe.
 Foto de Héctor Rio.

—¿En qué año empiezan a frecuentar el ambiente de la poesía y cómo eran esos años? ¿Cuáles eran las influencias más frecuentes en un territorio donde era muy cercano Rubén Darío?
Roberto Sosa:— Bueno, la poesía hondureña, si podemos denominarla de esa manera, comenzó con un sacerdote al que conocemos como el Padre Reyes, a quien por cierto Rubén Darío despedazó y luego se nos vino la etapa más importante que es el modernismo, encabezado desde luego por Rubén Darío y, entre nosotros, representado por un poeta que se llama Juan Ramón Molina, a quien Darío llamó poeta genial, no sé si en forma paternalista. Y también se ha tejido una idea de que Molina, y lo dijo Miguel Ángel Asturias, era un poeta gemelo de Rubén, lo cual no es verdad. Este poeta, como la mayor parte de los buenos poetas del país han desaparecido por la vía trágica, suicidio o asesinato, y esto nos ha marcado a todos. Pero una vez que pasamos esa etapa e ingresamos a una de las etapas de la vanguardia, lo hicimos a través de la Generación del 27 de España y, desde luego, de Pablo Neruda, quien me parece que es un visitante perdido de la vanguardia. Pero de todas maneras nuestros ejes poéticos están centrados de esa manera.
—O sea que es una poesía que nace, si se quiere, casi con la vanguardia.
R.S.:— Sí, hay un círculo de ampliación con la vanguardia y es en esa época en la que se da lo que conocemos como la Generación del 35 (dicho sea entre paréntesis, no tenemos realmente generaciones, sino grupos generacionales; es decir, grupos que aparentan una cierta unidad en el lenguaje, en orientación política y desde luego en cuestiones de reuniones, tertulias, publicación de revistas). Y esta Generación del 35, también denominada de la Dictadura –porque se produjo durante el ejercicio político administrativo de un general que se llama Tiburcio Carias y duró en el poder 16 años. Y bueno, ahí también se forman los mejores cuentistas de Honduras, que algunos de ellos han vivido en Argentina. Por otro lado allí se produjo una poesía contestataria, bien hecha, encabezada por un poeta que se llama Claudio Barrera, Jacobo Cárcamo, y estos poetas le dieron un impulso extraordinario. Nos enseñaron cómo es posible lograr un poema. Si bien fueron nuestros primeros contactos con poetas formados, a los que mirábamos con mucha timidez. Esto viene a complementarse con la Generación de 1950, donde ya hay una palabra más depurada, menos grandilocuente, el vocablo se intimiza, es una palabra más comunicativa, menos oscura, y empezamos a trabajar sobre la base anterior y, bueno, hemos llegado a esta etapa de poetas como Pompeyo del Valle, Antonio José Rivas, y bien, siempre también hay que destacar que algunas veces se producen especies de nerudismos y lorquismos, y son un poco las personas que hay que evitar, ¿no? Digo, porque a veces hay que evitar a Vallejos, que es más difícil todavía. Lo que nos señala que Vallejos no tiene una influencia notable sobre nosotros. La tiene en forma referencial, tal vez como detonante, porque Vallejos entre otras cosas es inimitable, en cambio sí se puede imitar a Neruda y por la estampida nerudiana se dio mucha mala poesía en el país.
—¿Y en tu caso, Humberto?
Humberto Vinueza:— Yo me pertenezco a la generación que apareció a finales de la década de los 60. Y mi militancia cultural, artística, literaria fue la del grupo Tzántzicos, que tuvo su resonancia en el continente, era un grupo contestatario de búsqueda de nuevas formas de expresión, también la ligazón de varios lenguajes ligados a la poesía, el teatro, la música; la idea era vincular la palabra con estas expresiones y nuestros públicos fueron los sindicatos, los estudiantes, en algunas oportunidades estuvimos con campesinos. Creíamos que la palabra, por más difícil que fuese formulada, podía ser entendida por cualquiera. Lo creo así ahora. El verso que debe ser poesía le llega a la persona por más que no haya tenido experiencia en sus lecturas. Y así fue. Entonces, nos habían legado una poesía que era prestigiosa de algún modo, la de Carrera Andrade, que estuvo ligado a las vanguardias y que tempranamente dijo “Yo con vanguardias no deseo nada”, parece que el surrealismo ahuyentó a muchos poetas, entre ellos a Carrera Andrade. Pero veíamos que esa poesía por un lado no era ya una forma nueva de respirar, de marcar el ritmo, no era una poesía que permitía expresar otras sensibilidades. Y ya habían otros poetas que habían renunciado a esa herencia, como Jorge Enrique Adoum, que fue secretario de Neruda y vive todavía; y César Dávila Andrade, un poeta realmente extraordinario que vivió desde mediados de los 50 en Venezuela, murió trágicamente, se suicidó con una hoja de afeitar. Y este poeta es realmente el que cubre, incita a las generaciones que vienen, porque es un poeta que frecuenta el budismo zen, se abre hacia las lecturas de todo tipo, indaga en la poesía ceremonial de Oriente y se vuelve una voz, aunque críptica, con una resonancia... eso es, cuando la poesía es tal, te dice, te llega. Él es autor de algo que para nosotros es clave, porque no está ligado al realismo social que en nosotros se dio de manera decisiva pero por el lado del relato y la narrativa, la generación de los 30, con personajes importantes como José de la Cuadra y ligado a ellos Jorge Icaza. Una novelística que se aproximaba a tratar de hablar de personajes que antes nunca habían existido para la literatura. Pero la poesía no se vinculó a eso. No era su propósito recuperar el habla ni la leyenda popular. Y es Dávila, con un poema que se llama “Boletín y elegía de las mitas”, que es el decir de una voz colectiva, multitudinaria de un indigenado, de un sector del pueblo que había estado ligado a un régimen de esclavitud y los nombres de los lugares, los quichuismos incorporados a la lengua nuestra, los giros para expresar el dolor y la explotación, es un lenguaje nunca antes escrito...
—De modo que la vanguardia pasó por un uso específico del lenguaje, como aquí, antes que por una temática o ciertas reivindicaciones. Tenía que ver con incorporar lenguas excluidas como las indígenas.
H.V.:— Sí, creo que ese es el gran aporte. Era como el llamado de atención de que todo es posible. La novedad abría las puertas para ver la realidad. Sobre todo porque la vanguardia es la bronca con la lengua, con las formas que supuestamente eran prestigiadas con la tradición. Y a todo eso la gente le llamó el “neo-barroco”, entiendo que fue aquí mismo, en Argentina.
—Incluso esa polémica se extiende aquí hasta entrados los 80.
H.V.:— Sí, barroco versus tradición. Lo puramente verso y lo prosaico, el ritmo de la conversación cotidiana, u otros ritmos. Se amplía con las vanguardias la posibilidad de tener una lengua mucho más vigorosa, más ligada a la vivencia de un pueblo que siempre está en la encrucijada de cómo nombrar las cosas. Entonces ese movimiento fue ante todo cultural, muy ligado a la Revolución Cubana y de hecho adscribimos a eso como algo que marcaba un reinicio en las preocupaciones y se comenzaba a pensar de otro modo. Incluso partiendo de la idea de que esa posibilidad de abarcar la lengua, en la poesía, había que cambiar la realidad. Entonces este movimiento, Tzántzicos, fue una generación, a nosotros los catedráticos nos dicen que fuimos gestuales, más que crear un texto, una poesía que pudiese perdurar o resistir al análisis riguroso de la cátedra, fuimos personas que hicimos ademanes, dijimos que la política cultural debería ser otra, que las condiciones del país deberían cambiar, y entre esas cosas también, por supuesto, la lengua debía ser apropiada, pero antes debía ser revalorizada.
—Cuando Sosa se refirió a “poesía contestataria bien hecha”, ¿a qué se refería?
R.S.:— Me refiero un poco a la claridad, una lucha contra la oscuridad y contra el vicio de la pedantería. Por otra parte, hablando siempre de la vanguardia, cuyo término tiene origen militar, la avant garde, en cierto momento el panameño Rogelio Sinán dijo que la poesía realmente nacía con la vanguardia y que el resto es relativo, con lo cual no estoy de acuerdo, porque se han producido casos extraordinarios, para mencionar uno solo, Antonio Machado. Y nosotros en Honduras tenemos una poesía que se puede llamar joven, creo que la verdadera poesía siempre puede acceder a la juventud permanente, y tenemos algunos jóvenes, gente nacida en 1974, por ejemplo, Fabricio Estrada, Marco Antonio Madrid y otros poetas, Rolando Catán, Carlos Ordóñez, que estudió cine en Cuba y acaba de obtener un premio en el Brasil por un ensayo sociológico. Así que tenemos un poco de sentido de la claridad en estos últimos grupos. Y han resucitado las tertulias, se prestan libros, que es una forma de resolver un problema serio que tenemos en Honduras, donde no hay grandes librerías. La mayor parte de nosotros tenemos que comprar libros fuera del país –de hecho ahora compré un libro de un famoso caricaturista de aquí que se llama Fontanarrosa, para un pintor amigo–. No hay política de publicación estatal y la impresión de un libro de autor resulta muy cara. También un grupo de poetas ha recurrido a lo que llaman “Poesía de ocupación”, porque el país está militarmente ocupado. Adán Castelar se enrola en eso, una poesía que señala la ocupación del país y que también señalan muchos pintores.
—¿Cómo cambió en los últimos años la circulación de la poesía, de ideas? ¿Son importantes los festivales, las academias?
H.V.:— Antes una precisión, entre los vanguardistas hay uno solo que asumió en nuestro país ser vanguardista. Se llamaba Augusto Egas y su seudónimo era Hugo Mayo. Él tempranamente tuvo vinculación en Argentina con el grupo de Borges y con los martinfierristas. Y estuvo vinculado con Huidobro y con la gente de Francia y de Alemania, y entonces Jorge Enrique Adoum dice que la generación vanguardista tuvo un solo nombre que es Hugo Mayo, porque la generación fue él. Claro, después vino la década de los 70, apareció el petróleo, apareció la bonanza, ya murió el Che en el 68, todavía aparecía la bandera del sandinismo y eso era lo que congregaba a la gente, como la del Farabundo Martí, como expectativas de cambio, pero al interior del país el rol del intelectual ya no fue estar presente en los actos políticos, no aparecieron nuevas generaciones que se expresaran agrupándose y, claro, cada quien se dedicó a la sobrevivencia, a seguir escarbando en las formas. Y las revistas fueron cada vez más escasas. Las revistas eran una forma de organizarse y mantener la vigencia del grupo. Ahora aparecen más bien los literatos o potenciales poetas a través de los talleres literarios. Eso que antes fue espontáneo en la formación de grupos generacionales, ahora como que ha sido sustituido por estos jóvenes que son llamados para formarse en los talleres literarios.

 Fotos de Héctor Rio.

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