Charlie
Brooker no sólo es el genio creador de la miniserie Dead Set (“set” por estudio de televisión: una horda de zombies
atacan a los protagonistas de un reality televisivo que quedaron aislados), sino
uno de los columnistas
más descollantes de las páginas de televisión del diario londinense The Guardian. En diciembre del año
pasado el Canal 4 británico emitió la miniserie Black Mirror,
que si bien la emisora no permite ver online, puede encontrarse en internet ya
sea vía µTorrent o para ver en streaming, creada por Brooker en su rol de showrunner: una cruza de productor y
escritor que ha revitalizado la ficción televisiva en los últimos años y aún no
existe en nuestros pagos.
Black Mirror son
tres episodios independientes de una hora cuyo tema central cabe en la idea que
popularmente se tiene de la tecnología: desde las telecomunicaciones hasta la
realidad virtual y la memoria implantada. No estoy seguro de que se trate de
una condena a esa tecnología (salvo en el caso del segundo episodio, acaso el
más flojo y el más orwelliano; o acaso el más flojo porque orwelliano: percibida
como una serie de ítems sobre el futuro, de tips futuristas sobre un estado
totalitario, la obra de Orwell –un socialista que militó contra la plaga stalinista–
puede convertirse con facilidad en un clisé capaz de contaminar cualquier
relato). Las tres historias, en todo caso, hacen pie en el carácter “viral”
que tiene hoy día la tecnología.
Intimidad
El crítico John Plunkett calificó
a la primera entrega, The National Anthem
(“El himno nacional”) como una “sátira”, término que encaja al pelo en una
trama cuyos cinco primeros minutos son magistrales: un hombre es despertado a
la madrugada por una llamada telefónica. Semidormido escucha algo que le dicen
y no oímos. “Ya bajo”, dice. Cuando unos cuatro asesores le cuentan de qué se
trata, frente a una pantalla en la que aparece una tal Princesa Susannah que ha
sido secuestrada, sabemos que se trata del primer ministro británico y que los
secuestradores piden, a cambio de devolver con vida a la noble joven, que la
máxima autoridad política del Reino Unido aparezca unas diez horas más tarde
frente a las cámaras de televisión montándose un chancho. El primer ministro
dice: “Que esto no salga de acá”. Y uno de los asesores responde: “Señor, lo
bajamos de YouTube”.
A partir de ese momento lo que la narración nos muestra es,
por un lado, la desesperación de las redacciones de los principales medios por
estar a la altura de los acontecimientos, que estallan a través de las redes
sociales, los comentarios de las noticias, etcétera. Es decir, la noticia
amplifica el carácter viral del acontecimiento: ya no es central lo que pasó,
sino qué pasará. Ya no se trata de qué se hizo, sino de qué hacer. Mientras
tanto, la trama nos sume en la intimidad de ese poder jaqueado que se enfrenta
a un panóptico
invertido: porque la intimidad es el espacio de los mayores ultrajes de la
última modernidad. Así, mientras The National
Anthem nos cuenta una suerte de macro intervención surrealista que no viene
a modificar mayormente nada, ni la política, ni el poder, ni el lugar de la
realeza ni, mucho menos, la economía –que siempre queda afuera–, salvo lo que
podríamos llamar “la intimidad de la mirada”, que resulta violentada de manera
progresiva.
Recordándote
En The Entire History
of You (“Tu historia completa”), el último y acaso más intenso episodio de
la miniserie (del segundo, 15 Million
Merits, nos excusamos de hacer comentarios), ya estamos en el futuro
cercano: al modo en que Philip
K. Dick solía imaginar esas cercanías y que el cine nos las enseña de algún
modo en films como Blade Runner o Minority Report. Los protagonistas pueden
almacenar cada recuerdo de su pasado en una pequeña cápsula insertada detrás de
la oreja y, a través de un control remoto, pueden rebobinar, hurgar entre esos
recuerdos y proyectarlos en una pantalla, cosa que incluso se hace en
entrevistas de trabajo para que los nuevos empleadores conozcan las impresiones
de los jefes anteriores. Y esta escena del mundo del trabajo que se inmiscuye
en la intimidad del recuerdo, con la que comienza el episodio final de Black Mirror, es una pista.
El marido celoso que protagoniza el capítulo somete a su
esposa a un interrogatorio en busca de un engaño en una operación que recuerda
el modo invasivo del mundo laboral. Pero esto podría ser la gran anécdota del relato.
Lo más intenso nos llega a través de ciertos detalles, ciertos momentos, como
ese en el que vemos a la pareja haciendo el amor pero, sabemos, tienen sus
cápsulas conectadas a momentos en los que, acaso, los protagonistas de ese acto
son otros. El sexo adquiere allí su máximo carácter de fantasía, de
inesquivable fantasía, de proyección hacia un tiempo que no es nunca presente,
aunque no cabe en ningún limbo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.