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miércoles, 17 de junio de 2015

la serie sensible

Ocho extraños de ocho ciudades del mundo distintas se conectan de repente y sin buscarlo. Esa conexión no sólo les permite sentir lo que otra persona percibe del otro lado del planeta, también le son transferidas sus habilidades. Como Sense8 es una serie de los Hermanos Wachowski, las habilidades transferidas suelen ser la destreza para la pelea.
Decir que esta es la primera serie de los Wachowski sería un error: también Matrix (1999) fue parte de una serie que comenzó muy bien y le permitió al filósofo esloveno Slavoj Zizek multiplicar ensayos sobre cine y psicoanálisis a partir de la ya célebre frase “Bienvenidos al desierto de lo real”, que definiría el ataque del 11 de septiembre de 2001 y el raíd bélico que comenzó con él; además de la crisis de 2001 en Argentina, que desnudó el saqueo criminal de la deuda externa que la dirigencia política y económica había sostenido hasta entonces, sometiendo a la gran mayoría de los argentinos a una imagen muy parecida a la que exhibía Matrix sobre la humanidad: la reducción de los seres humanos a larvas proveedoras de energía mientras sueñan una vida que les fue arrebatada.

Pero la segunda y tercera parte de Matrix fueron una especie de placebo: fuimos a verlas esperando encontrarnos con algo que ya nos habían entregado.
Hace unos meses los Wachowski estrenaron Jupiter Ascending (“El destino de Júpiter” en Latinoamérica), que la crítica calificó en un brutal “descending”. Poco después se conocía que Netflix estrenaría el 5 de junio pasado Sense8 –una primera temporada de 12 episodios que se pueden ver “on demand” o en “streaming” a través del canal de internet.
Jupiter Ascending, según pudimos ver, fue una especie de The Matrix pero á la Walt Disney, más edulcorada: lo que Matrix tuvo de fascinante fue la cercanía siniestra con el mundo, el hallazgo de una desoladora, impronunciable realidad del otro lado del espejo que reforzaba la idea del escritor británico J.G. Ballard, quien a fines de los 60 predijo: “En el futuro el planeta más extraño será la Tierra”. En cambio, Jupiter vino a plantear más o menos lo mismo que Matrix pero con extraterrestres: seres casi inmortales y poderosos que poseen planetas y arman y desarman a piacere la escenografía urbana, disponen de las vidas de los humanos y así. Sin embargo, entre los humanos hay una elegida destinada a traer el equilibrio en el universo.

Obsesión

La serie Sense8 recoge, claro, las obsesiones de Andy y Lana Wachowski sobre lo que podría llamarse la “evolución” de la humanidad, su mutación hacia seres dotados de otras capacidades en relación a lo espacial y lo temporal que no son otras, a fin de cuentas, que los viejos dones angélicos: poder sobrehumano, comunicación más allá de la lengua, ubicuidad.
Como si hubieran tomado nota de las críticas que recibieron algunas de sus películas –que sus tramas son demasiado complejas, que acumulan mucha acción, etcétera–, los Wachowski anduvieron con cautela en el desarrollo de Sense8. De hecho, toda la primera temporada es el moroso descubrimiento de la interconexión entre los personajes: un policía de Chicago, un conductor de minibús de Nairobi, un ladrón de cajas fuertes de Berlín, una DJ nacida en Islandia que vive en Londres, un actor de México que encarna la virilidad latina y oculta su sexualidad, una hermosa muchacha de Bombay, una joven de Seúl que es ejecutiva de día y luchadora de artes marciales por la noche y una hacker de San Francisco que también es gay. El nexo se realiza a través de Angélica, quien se da muerte al comenzar la temporada y está interpretada por Daryll Hannah. La secunda Jonas, quien se conecta también con los “sensates” (por “sense-eight”, en inglés), encarnado por Naveen Andrews –el Sayid de Lost–, y ayuda a nuestros héroes a huir del tenebroso Whispers, quien quiere cazarlos para asesinarlos.
Sí, es como un cuento de hadas moderno: nuestros héroes son sobrenaturales pero también actuales, la corporación que les da caza tiene alcance global y se oculta tras la fachada de una ONG científica, la empresa de la ejecutiva coreana lavó activos en operaciones financieras, la diversidad sexual o la libre elección de la orientación sexual, y así.

Pulp culture

Sin embargo, hay varias cosas para rescatar de la serie. Para empezar la presencia de James McTeigue (director de V de Vendetta (2006) y la reciente Survivor, entre otros films) y de Tom Tykwer (Cloud Atlas y Corre, Lola, corre) entre los directores de los episodios.
Pero también, y más allá de las pretensiones de la serie en torno a cierta interpretación de la actualidad –su ciencia ficción es menos una metáfora de la época que de la tecnología–, resulta sumamente entretenido y reconfortante cómo los personajes de Sense8 habitan su mundo: Capheus, el conductor de minibús de Nairobi es llamado Van Damme, que es como bautizó a su ómnibus, y se formó con las películas de Jean Claude Van Damme, a quien le rinde un culto casi católico. Lo mismo cabe para el ladrón berlinés Wolfgang Bogdanow, quien tiene como Biblia la película Conan, compartida en su infancia con su mejor amigo y cómplice. En cambio, la formación de la DJ Riley Blue es la música clásica que ejecuta su padre –la ejecución de una de las sonatas de Beethoven, en el décimo episodio es uno de los mejores momentos de la serie–, que ella “desarma”, vulgariza de algún modo, como “Conan” o las películas de Van Damme vulgarizan el concepto clásico del valor, la entrega y el sacrificio.
En ese cocoliche en el que podemos ver, como en la vidriera del tango, la Biblia junto al calefón, es donde los Wachowski mejor lucen su arte, el de replantear un horizonte en el que lo humano puede caber en un puñado de personajes formados en la cultura pop o, directamente, la cultura chatarra.
Incluso las películas de los mismos Wachowski aparecen de alguna manera parodiadas o, mejor, ironizadas en una escena que protagoniza Lito Rodríguez, el actor mexicano, en la que atado a un arnés y movido por sogas despliega los movimientos que los Wachowski introdujeron en el cine de acción con Matrix, como si mostraran el juego con ese detrás de escena y, a la vez, lo multiplicaran con la pintura de sus personajes.
Es mucho más de lo que intentaron hasta ahora series que pretendieron un camino semejante, como la insoportable Touch, cuyas dos primeras temporadas pasaron sin pena ni gloria entre 2012 y 2013 con un Kiefer Sutherland que aún seguía conectado a “24”; o la reciente The Messengers, un producto para adolescentes en el que un puñado de estadounidenses se “angelifican” –perdón por el neologismo, pero ilustra lo estúpido de la idea– para luchar contra el aterrizaje del demonio en un asteroide, o algo así.
Sense8, con morosidad, como decíamos, explora la fábula de unos seres “evolucionados” –el término es el que se usa en la serie– pero lo hace yendo hacia el pasado de los personajes, que es también el pasado de un lugar, una familia, una tribu, una comunidad. Como lo dice con belleza un personaje: “Sin pasado no habría nada en qué pensar”.

PS: Si tuviese que pensar en una novela con la que, lejanamente, vincular a Sense8 sería El mundo al atardecer, de Christopher Isherwood. 

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