El XX Festival:
fue maravilloso, claro. Faltaron acaso esas descollantes "estridencias" centroamericanas (Alan Mills en el 2009, Frank Báez o Wingston González en 2010, Juan Dicent
en 2011) que este año sólo chisporrotearon en la voz de Chilindrina de Maricela Guerrero. Hubo
grandes momentos, desde luego, pero la lectura del cierre de Mirta
Rosenberg (ya postearemos ese audio) me recordó cuánto de la poesía de
Mirta es un faro: este auge en torno a las escrituras del yo
podría justificarse sólo por esos poemas que leyó el sábado pasado entrada la
noche en el teatro Príncipe de Asturias. Si mañana se terminara, si mañana
mismo desapareciera de la faz de la tierra esta compulsión autobiográfica con
la que caminamos entre tantas lecturas y tanta sed de escritura, y si sólo
sobreviviera ese poema que Mirta leyó hace unos días, creo, sinceramente, que
no haría falta recuperar otra cosa.
Mirta y Elena en la lectura previa del XVI FIPR en Buenos Aires, noviembre de 2008.
Copio unos versos de “Una elegía”, de ese libro (1998):
«En la época de mi madre, las mujeres
Eran un quid: mi madre nos contó
a mi hermano y a mí: “cuando salía de la escuela,
Iba a buscar a mi padre al trabajo,
en Santa Fe, y los compañeros le decían es un biscuit,
tu hija es un biscuit,
y nunca supe qué querñian decir,
qué era un biscuit”, un bizcocho estando muy enferma,
una porcelana exquisita todavía para nosotros,
y mi hermano
apurándola: “¿Y?”
No sé qué es un
biscuit, ¿una especia exótica,
algo de todos modos, especial? Igual
andaba delicadamente por la casa, rozando los ochenta
como se roza una herida
con una gasa.
En la época de mi madre
las mujeres eran muy visibles.
Mi madre se miraba en los espejos
y yo no llegaba a abarcar
su imagen con mis ojos. Me excedía,
la intuía a lo lejos como algo que se añora.
Como ahora,
una elegía.»
O este otro poema, “Poca paciencia”, del mismo El arte de perder (que por fortuna ahora
está reunido con su otra obra en El árbol
de palabras), que elijo al azar, para comprobar mi fracaso al copiarle
ese uso de una anécdota casi intangible que cobra cuerpo con algunos
sustantivos:
«Mi primer amante
me doblaba
la edad.
Era
de pequeña estatura,
hablaba
con diminutivos
y
prefería los verbos en potencial,
las
inminencias demoradas.
Decía
hoy a la nochecita
podríamos,
y no vamos
ni
esta noche,
me
obligó a ser paciente
y a
esperar del futuro
otras
cosas pequeñas y tardías
en
vez de entonar letanías
por
lo que nunca
llegaríamos
a ser.»
Por
último, copio del blog de Aulicino (Otra
iglesia es imposible) uno de los poemas que Mirta leyó esa última noche del Festival, "El paisaje interior", que es la traducción que ella hace del término inscape, de Gerard Manley Hopkins:
«Es
la infatuación:
el
amor al amor,
el
odio al odio,
vuelven
las cosas opacas
y
las palabas flacas,
ilusión
que no hace sombra.
El
amor solo y el odio claramente
vuelven
las cosas transparentes
pero
con sombra propia
y
las palabras fibrosas
no
son copia de la cosa
donde
encarna el yo.
Te
amo y odio,
sí y
no,
y
desde hace tantos años
que
el daño está claro:
somos
yo y yo y vos.
Sentarse
y aprender el dos.
*
Dichoso
aquél, Safo querida,
que
antes de morir puede decir con alegría
gasté
todo el tesoro de los celos.
Sentarse
a ser pobre.
Tener miedo.»
Mirta y Andrew Graham-Yooll en el Museo Estevez, noviembre de 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.