Hace tres años, en mayo de 2011, un episodio de la Casa Blanca, transmitido luego al mundo, le daba el cierre definitivo a la serie 24, que el lunes pasado y tras una pausa de cuatro años, largó su novena temporada. El episodio no fue otro que el anuncio del asesinato de Osama Bin Laden, el líder musulmán al que los militares estadounidenses habían formado durante la Guerra Fría y al que acusaron de haber planeado el ataque a las Torres Gemelas del 11 de Septiembre de 2001.
Imagen de Wikipedia.
Así, el gran final de 24, la serie en la que un exhausto
Kiefer Sutherland (en el papel del agente Jack Bauer) hablaba con la
respiración entrecortada e intentaba desmantelar un gigante complot terrorista
en tiempo real –es decir, la edición de cada episodio trascurría en una hora
real de las 24 que insumía un día de peligro–, no tuvo a Sutherland en la foto,
sino al presidente Barack Obama en un salón de la Casa Blanca en la que el
mandatario y parte de su gabinete (el vice Joe Biden, la secretaria de Estado
Hillary Clinton, entre ellos) seguían la operación en la que un grupo de la
Navy SEAL acababa con Bin Laden en Pakistán. En realidad, hemos seguido muchas
veces esas operaciones en las series más actuales, como las mencionadas. De
hecho, fue la cuarta temporada de 24 la que “inventó” al presidente negro David
Palmer y la que convirtió a la tecnología y las salas de seguimiento de
acciones de militares en un rol de protagonismo desconocido hasta entonces. El
último episodio de la octava, y la que parecía que iba a ser la temporada final
de la serie 24 se había emitido en realidad el 24 de mayo de 2010.
La nueva temporada, presentada no como novena, sino bajo el
título “Live
another day” (“Vivo un día más”) se emitió en su país de origen (Estados
Unidos, en el canal Fox) el domingo pasado y puede verse en Argentina a través
de Fox Latinoamérica los lunes a las 22. Pero si algo parecen haber aprendido
en la producción de la serie –que arrancó en noviembre de 2001– es que el
formato actual exige muchos menos episodios, por lo tanto, los veinticuatro
capítulos a los que alude el título original se reducirán a doce, aunque los
eventos, como anuncia cada comienzo, “ocurren en tiempo real”.
Según nos lo mostró el primer episodio de “Live another
day”, la cosa viene con los drones. Pasaron cuatro años y Jack Bauer está
clandestino en Londres cuando lo hallan agentes de la CIA –está prófugo de su país
por traición y terrorismo y buscado por agencias de Inteligencia de varios
países (entre ellos Rusia) por el asesinato de algunos de sus funcionarios–,
quienes a su vez protegen la visita del presidente estadounidense a Inglaterra.
A todo esto, la hacker Chloe (Mary Lynn Rajskub, cuya
presencia en la temporada anterior fue, en los capítulos finales, la
responsable de bruscas subidas del ráiting), compañera de Bauer y responsable
de brindarle apoyo virtual y comunicacional –todo un despliegue tecnológico que
incluso colaboraba con hacer más soportable la actuación de Sutherland–, fue
detenida en una sala de torturas de la CIA en Londres, hacia la que se dirige
Bauer. En fin, desentrañar qué hace el perturbado agente de la Unidad
Antiterrorista (CTU, por sus siglas en inglés) en Londres, qué pasa con un
drone que vigila una operación de los Marines en Afganistán y cuál es la
relación del jefe de Gabinete estadounidense (interpretado por Tate Donovan) con
el pasado de Bauer parecen ser los nudos de “Live another day” que, como lo
hizo hasta ahora, ostenta al menos la virtud de sobrellevar una sinceridad que
sólo puede provenir de la derecha militarizada: un orden político, económico y
social criminal requiere una política criminal.
Todo el daño que Sutherland hizo como Jack Bauer en 24
quiso repararlo como Martin Bohm en Touch,
pero fue cancelada el año pasado luego de dos temporadas en las que el hijo
autista de Bohm no resultaba tan efectivo como las pantallas y dispositivos que
Chloe le proveía a Bauer para hacer de su actuación algo soportable.
La foto de Obama en la que sigue a su grupo SEAL durante el
asesinato de Bin Laden –colgada en el Flickr de la Casa Blanca– expresó hace
tres años la “cruel sinceridad” con la que se comanda un imperio, como el realismo
inapelable con el que se desarrollan este tipo de series.
Desde 2001 estas ficciones refuerzan la idea de los enemigos
únicos, drásticos, letales. Hay que recordar que la ficción madre de la epopeya
norteamericana es el western, en el que el valor y la justicia individual es
muchas veces la ley. Así, la figura del héroe halla verosimilitud.
Pero, de vuelta en la sala
de operaciones de la Casa Blanca en 2011, parece que la parafernalia desplegada
en estas ficciones televisivas no hicieron sino tender un manto de realidad a
lo que muestra la foto que —hay que subrayar esto— la presidencia de Estados
Unidos pone en la red como si se tratara de uno de los tantos cuadros dignos de
decorar las galerías de la casa de gobierno: un momento cumbre de la historia
del país. Equiparable a las fotos de los manifestantes que pedían la caída de
Mubarak en la plaza de la Libertad de El Cairo, Egipto, o las protestas en
Libia contra Gadafi. La foto de Obama y su gabinete es una imagen casi íntima,
con Hillary Clinton cubriéndose la boca como si las imágenes en tiempo real de
la matanza le quitaran el aliento y el general manipuando su notebook, con
gesto profesional, el único en uniforme. Una imagen que reafirma lo que ya nos
habían enseñado las series, que las afrentas contra Estados Unidos son afrentas
casi personales, individuales, como sus enemigos, que se reducen a una persona,
a lo sumo a diez, como reza la página de los top ten de los más buscados del
FBI.
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