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lunes, 18 de octubre de 2010

composición de lugar

El 17 de octubre pasado Irina Garbatzky firmó en Señales esta reseña de mi libroto San Nicolás de la frontera.
 Hernán Moreno (niño) y su padre en la puerta de su casa del barrio Somisa (circa 1970). Foto cedida por Hernán a través de Facebook.

por Irina Garbatzky
"No sé por qué esas cuestiones de tiempo atrás que no viví sino en su irradiación me dicen algo de mi vida" escribe Pablo Makovsky hacia el final de San Nicolás de la frontera. Aprovechar de la crónica la posibilidad de entramar géneros y confrontar el relato histórico y la descripción geográfica con una topología del afecto parece la forma de responder a esta pregunta. La consecuencia es una crónica sobre San Nicolás de los Arroyos, la ciudad a la que el escritor arribó a los once años. Se trata en este caso de una construcción de lugar a horcajadas entre la realidad y lo imaginario. El tono del cronista, por lo tanto, apela a la sensibilidad del descubrimiento y a cierto afán por historiar la ciudad de la adolescencia, de cuya percepción parece tener más recuerdos ajenos o señales vagas que precisiones.
Toda ciudad del interior tiene sus secretos y sólo el que escribe puede hacer de eso algo misterioso. Uno de estos secretos es que en las islas de Las Lechiguanas, frente al Club Regatas de San Nicolás, se realizó un congreso del PRT-ERP, "una reunión secreta en la que se juntaron cuarenta militantes llegados de todo el país, entre ellos Roberto Santucho y su hermano Asdrúbal", en la que hubo un encuentro azaroso entre un ruso que habitaba las islas y los militares congregados.
Otro de estos secretos le fue revelado a Makovsky por su esposa. En San Nicolás de los Arroyos la vida conlleva un "plan simple": "la gente trabaja, tiene su casa, va al bar, a la confitería, sus hijos crecen en casas con patio y los sábados a la tarde pasean por los negocios de Mitre y Nación". Pero a esa revelación otorgada sucede, mientras escribe, otra, asociada a la figura de Manuel Nicolás Savio, un militar que impulsó la industria siderúrgica y que apellidó una de sus grandes avenidas. El proyecto industrial de la ciudad (sobre todo a partir de la instalación del Barrio Somisa) funciona como una suerte de partenaire ineludible, una sombra que reincide a medida que el relato avanza. Mediante estos ocultamientos y puestas de relieve, el cronista vuelve central el pasaje entre una utopía y su concreción; los desencantos de la historia.
La escritura se interna en la ciudad mediante una forma que releva tanto los patios de ladrillo que se expanden hacia el centro de las manzanas como la escuela Enet nº 1 ("el Industrial"), en cuyo edificio, dice una maestra a la que el narrador casi no recuerda, estudiar es un privilegio. Pero en esta descripción pormenorizada la ciudad va cobrando el espesor de la política. La escuela técnica, desmantelada con la Ley Federal de Educación o la privatización de Somisa, funcionan como testimonios de un proceso social trastocado: "Lo que desapareció es la sociedad en la que educarse en la Enet 1 tenía un significado que hoy sólo atesoramos como un recuerdo".
A pesar del impulso historiográfico reiniciado cada vez —el libro se subdivide en apartados en su mayoría intitulados con los nombres de los sitios o las referencias geográficas que aparecen relevadas— el cronista se evade hacia el recuerdo. De la imagen de la movida nocturna nicoleña durante los 70 y 80 hacia el primer jean Wrangler, por ejemplo, media sólo la decisión de comprobar la fluidez entre la historia vivida y la historia compartida. Lo mismo sucede con la imagen de Carlos Menem "recién salido de la cárcel y con un poncho de vicuña". Los recuerdos particulares van y vienen de lo público hacia lo privado y viceversa.
La introducción de las fotos es coherente con este doble sentido. A lo largo del libro las fotografías de la infancia junto a aquellas de manifestaciones públicas, o de la ciudad a secas, formulan el relato de vida y el de la ciudad; elaboran un momento de pasaje entre un tiempo y otro.
De ahí que el nombre de "frontera" reemplace en el título a "los Arroyos". Porque el cronista se tomará el trabajo de aclarar y enmarcar la llegada a San Nicolás a partir de haber atravesado una distancia mayor, la que se extiende entre Paysandú, su ciudad natal, y la provincia de Buenos Aires. El marco uruguayo está dado por elementos paratextuales: la dedicatoria al comienzo ("mi esposa, que en sueños probó de la cajita donde guardo tierra del patio de mi abuela, en Paysandú, Uruguay") y la imagen de una caja de fósforos llena de tierra que sólo en el reverso de la última página muestra, como una suerte de ex libris, la leyenda: "CIA GRAL de fósforos Montevideana", con una luna de fondo y dos plantitas al frente.
Rodeada de tierra uruguaya en el imaginario, de San Nicolás sólo se escapa cruzando el paso, hacia otro sitio y volviéndolo a reconstruir en la memoria. Rodeada de arroyos, cercana al Paraná sólo a través de brazos de otros ríos, inestable como el barro, San Nicolás resulta, al final de cuentas, la metáfora de todas las fronteras.

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