Imagen tomada de Adoquín del Sur.
Hace poco más de dos años publiqué San Nicolás de la Frontera, donde no sólo reseñaba mi paso particular por San Nicolás de los Arroyos, sino que nutrí el texto de una serie de datos que, de alguna forma, hacen referencia a un grupo de gente que quiero y alimentan mi orgullo. Mucho de lo que ese libro informa fue tomado de El vino nicoleño, el libro de mi amigo Walter Alvarez, Mingo, cuya escritura estuvo rodeada de conversaciones y sorpresas. Lo que yo no tenía tan en claro hasta hace poco, es la magnitud de la obra de Mingo. Es decir, muchos escribieron y acaso escriban sobre San Nicolás, pero lo que Mingo hace es escribir la ciudad, es decir, cifrarla, leerla, reconfigurarla en el tiempo. Así, esa obra es menos la constatación de unos datos que la creación de una historia; menos la creación de una historia que el hallazgo de una verdad y, por último, el testimonio de conversión que Léon Bloy pretendía para todo acto de creación escrituraria. En eso pensaba cuando leía esta noche su "Libro de Perón".
Anota, por ejemplo, a propósito de la lectura de una "Reseña general, histórica, geográfica y económica del Partido de San Nicolás de los Arroyos", libro que le fue cedido por alguien que leyó el libro de Mingo sobre el vino y editado por el Superior Gobierno de
Mingo parece hallar, en estos textos que le salen al cruce, el argumento de la ucronía que reside en sus escritos: un lugar que, habiendo podido ser, nos lega una joya intangible y, aún así, nos deslumbra a tal punto que, en su fulgor, vislumbramos el recuerdo de otra vida.
Walter Alvarez y Fernando Demarco frente al almacén de Giovanelli, el boliche de Hormiga Negra, en San Nicolás.
Esquina de Chacabuco y Belgrano, San Nicolás, el 31 de diciembre de 2012.
Para leer: El libro de Perón.
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