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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

viernes, 1 de febrero de 2013

una noche en el museo

Miércoles 30 de enero, 2013


Esta noche en el museo Emilio Caraffa, de Córdoba, con amigos, hijos de los amigos e hijos nuestros. Era la "Noche de los Museos" y una cola interminable, que doblaba por la avenida Hipólito Yrigoyen, llegaba hasta el museo de Ciencias Naturales, en la otra esquina del Caraffa, sobre la avenida Poeta Lugones. Lo mismo pasaba con la Mansión Ferreyra, hoy Museo Evita, donde unas jóvenes posaban en unas mallas diminutas bajo unos reflectores instalados en la parte posterior de los jardines. Así que elegimos el Caraffa, donde había menos gente, aunque mucha, pero no la horda que colmaba los otros. Hasta donde pude ver, una de las plantas estaba ocupada por una muestra de pinturas de Eduardo Moisset de Espanés que ensayaban lo que en el texto se llamaba "investigaciones visuales entre 1959 y 2012". En general, figuras o dispositivos en el plano0 que desarrollaban algo así como un 3D doméstico y falsas perspectivas como en los cuadros archiconocidos de Max Ernst.De lejos parecían afiches incompletos. Me hicieron pensar en la publicidad de los 70 e, incluso de alguna que ahora se renueva. Me hicieron pensar que esas formas de la publicidad no son sino el modo en que visualmente se concibe una "visión", un atisbo de eso otro que confronta la vida y le da otra dimensión; pero que llevado al mero plano visual, es siempre una reducción, un "truco". De ahí la ilusión de que la publicidad "agrega" y, por lo tanto, la estúpida idea de que podría ser arte. Pero es que la publicidad realmente es un agregado, aunque no para traer eso "otro", sino para devolverlo al terreno de lo "mismo". Al fin y al cabo, la publicidad podría tener el noble fin de señalar que eso "otro" se ha escapado y que, en el consumo del bien material que ofrece, sólo nos queda consumirnos.
Bien, más tarde, con nuestros amigos, cenamos en la particularmente bella "Parrilla de Mirta", en un cruce de diagonales sobre la avenida Talleres (en el enlace hay una referencia de Google Maps). Ahí charlamos sobre The Cabin in the Woods, que nuestros amigos habían abandonado por la mitad cuando fueron a verla al cine, tras evaluar que se trataba de otra gragea más de terror envasada en Hollywood (cosa que, dicho sea de paso, la palícula de algún modo plantea, sólo que convierte a esa fórmula en uno de sus condimentos). The Cabin es, a grabndes rasgos, la reducción de una historia de terror a su estadio publicitario: eso que el terror –no el horror, o no aún– representa como producto de consumo cultural, como producto pulp, en el film se presenta como una fórmula: nada más allá, sólo la repetición de una serie de mecanismos –que, a todo esto, la puesta magnifica con el gran mecanismo de la cabaña y sus observadores. En todo caso, el film trata sobre una puesta en escena que, a la vez, es la puesta en escena: el rito de sacrificio. Como los corderos del sacrificio, sobre el final, toman conciencia de lo que se trata –es decir, deciden trocar ese destino que se les impone por algo así como una "salvación", la diferencia está tomada de Gerardus Van der Leeuw–, la fórmula original deviene tragedia y los personajes se convierten en héroes, etcétera.
En fin, que el estadio publicitario, el estadio pornográfico del terror (no importa esa historia de transformación de los corderos en héroes, sino la proeza o, mejor, el mecanismo por el cual un acto trascendente se reduce a un acto repetitivo y literal –la referencia es a Sade–) de pronto deviene "sombra", proyección de algo que debemos descifrar, interpretar o, según su raíz: encarnar. Dentro del film, el rito de sacrificio se redujo a un juego de azar, aunque también los roles de los estudiantes se redujeron al juego de la provocación sexual (porque nos informan que normalmente esta gente no es así). De modo que quienes observan lo que sucede en la cabaña apuestan mientras los ignorantes protagonistas se prestan a esa imposición de roles (y la sublime o, mejor, siniestra ironía es que todos los deseos se cumplen de manera monstruosa) o, mejor aún, un juego de azar que quita de la vista que lo que está en juego ya no es un juego. Sí, sí, lo que se desliza es obvio: en eso que podríamos llamar Hollywood se entendió que toda esa maquinaria del sentido y la interpretación que fue el cine ahora cabe en la propaganda o la pornografía (repetición, proeza y efecto). Allí es donde The Cabin da el salto, dice: miren estos hombres que juegan con fuego, miren cómo se queman. Todo lo contrario sucede en la muestra del Caraffa, el fuego es de fósforos de seguridad de madera.
Pero tampoco hablamos de genialidades; a lo sumo, The Cabin tiene a su favor que allí donde cierto "arte", sea de "investigación visual" o no, construye propaganda, este tipo de films la destruye.
 
 

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