Fotografía de Juan Pablo Dabove & Susan Hallstead
Antes cabe aclarar: somos una raza vestida, todo lo que llevamos puesto es nosotros, es nuestra forma de entablar una relación con el otro. La ropa es nuestra aporía por excelencia.
Sigo: veinticuatro horas más tarde, ya en casa y poco antes de irnos a acostar, Vicente quiso probarse la ropa. Le escuché: "Tienen olor a Tomás".
A mí la idea de que los niños usen ropa que les pasan otros niños me resulta conmovedora y tierna. Que Vicente reconozca el olor de Tomás en su ropa me recuerda esta cosa física a la que pertenecemos y, en ello, nuestra condición más volátil.
A veces veo a mis sobrinos con ropa de mis hijos y siento que contemplo la "comunión de los santos", qué sé yo...
Miré las etiquetas de los pantalones y Vicente me vio y preguntó qué dice. Es como que toda una experiencia familiar se transfiere con el pase de una ropa. Es decir, la experiencia de preparar al "uno" que es el hijo para los otros. Porque la ropa es, al ser del dominio de los otros, lo que inevitablemente somos: en casi 50 años casi no puedo decidirme por el talle 46 ó 44, como si en esa diferencia se jugara lo que espero que el otro vea al verme "a ciegas".
La ropa es le modo en que devenimos los seres artificiales que realmente somos. Hay pocas cosas más fallutas que quienes pretenden predicar su desinterés por la ropa. Hay pocas cosas más tristes que un niño que sólo tiene ropa nueva.
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