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"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

lunes, 30 de septiembre de 2013

micrófono abierto

Homs fotografiado por Guillermo Borella.

Conozco a Darío Homs desde el año 1984, cuando ingresamos al primer año común de la facultad de Humanidades y Artes. Con sus altos y bajos, nunca nos hemos desviado del camino de la amistad. De modo que lo que vaya a decir de él debe ser encomillado de entre el gran texto del afecto y la relación personal.
Tengo por lo menos tres de sus cinco libros (desde Yo vi llorar a Dios Tilt), en los que se lee una poesía que mezcla conceptos y rabia ("fue la peor de las estancias humanas,| la de la raza que no pudo jamás escuchar música..."). Sin embargo, su trabajo más "acabado", es decir, el trabajo en el que podríamos seguir el dibujo de una obra, es quizás el de la plástica: los cuadernos Rivadavia pintados con fibra o las animaciones en distintos formatos digitales (si no me equivoco, desde archivos ".gif" a ".avi") que parten también de sus dibujos, en la mayoría de los casos con tintas domésticas (esto es, tintas cuyo uso requiere la destreza doméstica, a diferencia de óleos, por ejemplo). Allí Darío ensaya sobre formas, colores, y letras, acaso con un aire pop, acaso en el mismo sentido que su amigo Aurelio García apela al pop. Y acaso también con cierta cosa kitsch, al menos en el sentido en el que Gillo Dorfles se refiere al kitsch: una pieza que muestra su procedimiento, que se descubre o se desnuda de ese tratamiento, antiguamente sublime, que venía a recubrirla (cito de memoria: ¿no sería Bloch el que escribió eso?). Pero no sé si puedo o me cabe señalar estas cuestiones. Lo que Darío nos muestra en esas imágenes que se mueven es su inagotable ingenio, su refinada capacidad lúdica y su ironía. Poesía eléctrica les llama a esas animaciones en las que leemos por momentos una línea, una letra o, sencillamente, el dibujo de una geometría casi caligráfica sobre una hoja de cuaderno. Sí, tiene de poesía algo así como un gesto estridente, el aura del trabajo artesanal que percibimos en los cuadros de ciertos artistas plásticos. No tiene, claro, la voz. Con todo este trabajo en torno a las ilustraciones animadas, Darío ha preferido dejar de lado la voz. "Manifestar sin elegancia es menoscabarse a uno mismo como artista", había escrito Darío en el texto del catálogo de la muestra que Aurelio expuso en el CCPE en septiembre de 2011. No, claro, no opone "manifestarse" a "elegancia", pero es cierto que, con las imágenes, Darío eligió la elegancia. Todo lo inacabado, urgente y a veces furibundo que resultan sus poemas queda disfrazado en las animaciones que, además, tienen música.
De modo que cuando el viernes pasado se presentó en una mesa del 21 Festival de Poesía de Rosario (acompañado por una anémica lectura de Selva Dipasquale) y el técnico a cargo de emitir en una pantalla gigante su Poesía eléctrica no pudo hacer que funcionara lo que cualquier pibe de cuatro años sabe hacer funcionar en la maquinita de su casa, es decir, que la imagen y el sonido salieran juntos, Darío quedó librado a su propia voz sobre el escenario y su performance, como él mismo dijo en un momento, se volvió una de las mejores "manifestaciones" que pude presenciar de Darío en los últimos años. A la salida, un buen y generoso amigo de Darío y mío estaba indignado por la prodigiosa falla técnica (lo de prodigiosa es un adjetivo que me permito yo, en retrospectiva). "¡Claro, todo funciona si se trata de poner un micrófono para que lean sus pelotudeces!", bramaba. Sí, eso sabe hacer el Festival, abrir un micrófono. Muchas veces, como en el caso de Darío, las cosas también salen con elegancia.

Parte de la intervención de Homs en el Festival. Audio recogido por Sonidos de Rosario.

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