Este artículo se
publicó en la revista Strikemag.org.
Su autor, David Orrell, es escritor
y matemático. El título original del artículo es “Fuckonomics”.
Uno de los puntos en el que la gran mayoría está
mundialmente de acuerdo es que la economía global está podrida. A diario nos
azotan con tormentas financieras que parecen más allá de nuestro control, como
una lluvia de meteoros del espacio exterior. El dinero perdió su función
original como medio de intercambio para tomar una vida propia desquiciada y
computarizada, atravesando las redes financieras a la velocidad de la luz,
construyendo gigantescas paredes de deudas ficticias –que de repente colapsan y
provocan el caos en las vidas de millones de personas. Hemos regresado a
estados primitivos, aterrorizados por fuerzas externas, y buscamos con
desesperación el camino a la estabilidad y la predicción del futuro.
Aunque, irónicamente, son nuestro propios intentos de
predecir y controlar la economía las que la transformaron en una bestia
desatada. La sofisticación de nuestros sistemas matemáticos se han vuelto parte
del problema, no de la solución. Para abrirse camino en un nuevo sistema,
necesitamos repensar el modo en que hacemos nuestra economía.
Orden y simetría
La economía puede verse como un modelo matemático del mundo.
Los modelos nos interesan porque codifican una suerte de historia sobre la
realidad. Los modelos –y en especial los supuestos en que se basan– narran con
amplitud el modo en que vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos.
Un buen ejemplo es uno de los modelos matemáticos más
antiguos, el del cosmos griego.
Este modelo se basó en dos supuestos principales. El primero
era que todo se movía en círculos, que se consideraba la forma más perfecta y
simétrica. El otro, que todo se movía alrededor de la tierra. Según el esquema
de Aristóteles, se pensaba que los planetas y las estrellas se alojaban en
esferas cristalinas que se movían a velocidades distintas alrededor nuestro.
Como sabemos ahora, los dos supuestos eran incorrectos. Pero
eso no parecía importar, porque el modelo persistió durante miles de años,
hasta que al final fue reemplazado en el Renacimiento. ¿Cómo pudo resistir
tanto tiempo?
Una de las razones está relacionada con la observación de
Aristóteles: el hombre es un animal político. Los griegos creían que hay un
fuerte paralelo entre lo que sucede en el cosmos y lo que ocurre en la vida
humana. Del mismo modo que en el modelo del cosmos, la sociedad griega se
estructuró como una serie de anillos concéntricos, con esclavos en la base,
seguidos –en orden ascendente– por ex esclavos, extranjeros, artesanos y, al
final, por los terratenientes, las clases altas que no necesitaban trabajar.
Sólo estas personas podían ser ciudadanos y miraban todo desde su cima, como
las estrellas del firmamento (las mujeres no tenían voz en la vida política y
pertenec´ñian a la clase social de los hombres con los que estaban).
Un modelo del universo que sugería que cada objeto –y, por
lo tanto, cada clase–, tenía su lugar natural en el esquema cómico, se apoyaba
por lo tanto en el status quo. Aunque acaso una razón más importante para el
éxito del modelo griego del cosmos fue que podía hacer predicciones más o menos
precisas de cosas como eclipses solares. En una era en la que se creía que los
asuntos humanos estaban influenciados por los movimientos de los cuerpos
celestes, esto era una demostración impresionante del poder de las matemáticas.
Romper las esferas
Como se dijo, el modelo duró más de mil años. Aunque en
1543, Copérnico argumentó que la tierra se movía alrededor del sol, antes que a
la inversa, como se creía. En 1572, el astrónomo danés Tycho Brahe observó que
un cometa pasaba entre los planetas, de modo que si las esferas de Aristóteles
hubieran existido, las hubiera rotos para atravesarlas. Por último, en 1687,
Isaac Newton combinó la teoría de movimientos planetarios de Kepler con el
estudio de Galileo sobre los objetos que caían para esbozar sus tres leyes
sobre el movimiento y la ley de gravedad. Así, los círculos griegos fueron
reemplazados por ecuaciones dinámicas.
Newton creía que la materia estaba hecha de “partículas
sólidas, compactas, rígidas, impenetrables y en movimiento” gobernada por leyes
de la física –por ejemplo, los átomos. Su obra estableció un patrón que los
científicos siguen hasta el día de hoy. Para entender y predecir cómo funciona
un sistema hay que irrumpir en sus partes constitutivas, hallar la ecuación
matemática que domina su comportamiento y resolverla.
Este acercamiento fue muy exitoso en áreas como la química y
la física. El mismo Newton desconfiaba de su aplicación en otros campos. Luego
de perder la mayor parte de su fortuna en el colapso de la burbuja
del Mar del Sur (South Sea bubble: el derrumbe de operaciones de
especulación financiera a principios del siglo XVIII), Newton advirtió: “Puedo
calcular los movimientos de cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”.
Sin embargo, en el siglo XIX los economistas decidieron de todos modos lanzarse
a ganar posiciones. El resultado, conocido como economía neoclásica, se inspiró
directamente en la “mecánica racional” de Newton. Como modelo matemático pudo
haber tenido un efecto tan grande en la sociedad como el modelo griego siglos
atrás.
Caricatura de carta de crédito de la compañía South Sea.
Mercados eficientes
En el plan de matematizar la economía, los economistas
tuvieron que basarse en un montón de supuestos. Nadie piensa que esos supuestos
son por completo verdaderos pero, como veremos, tuvieron una influencia
asombrosa.
Según la teoría, los individuos y las firmas, que eran los
átomos de la economía, actuaban independiente y racionalmente para maximizar
sus propios beneficios, lo que llevó a la célebre caricatura del hombre
racional y económico. La “mano invisible” –definición atribuida a Adam Smith,
aunque el concepto lo precede– lleva entonces la economía a un equilibrio
estable. Se suponía que el resultado de todo esto sería la mayor felicidad
social.
Como con el modelo griego del cosmos, la mira de los modelos
era hacer predicciones precisas. Sin embargo, en este caso los modelos no
funcionaron tan bien. Predicciones de cosas como el producto bruto interno son
poco fiables y no resultan mucho mejores que una estimación azarosa, incluso
hoy día.
En los 60, la “hipótesis del mercado eficiente” se lanzó al
aire como una explicación para la falta de aciertos en los pronósticos
económicos. Era una teoría inspirada en la física que asumía que los mercados
mágicamente alcanzan un equilibrio óptimo y estable, y que cualquier alteración
era una perturbación aleatoria que por naturaleza no podía ser predicha. Sin
embargo, debía ser posible calcular el riesgo en base a métodos estadísiticos
como la distribución normal (curva de campana) o las variantes a partir de
allí.
Esta teoría se usó para crear técnicas de administración de
riesgo con nombres como la fórmula Black-Scholes y Value at Risk (valor en el
riesgo): todas fallaron por completo durante la última crisis financiera. Y, de
más está decirlo, ayudaron a provocar la crisis al crear un clima de falsa
confianza. Entonces, ¿cómo es que los vendavales económicos aún llegan por
sorpresa? Veamos los supuestos con un poco más de detalle.
El divino amor
universal
La teoría asume que “la mano invisible” conduce a la
economía a un equilibrio estable. Pero si se mira al precio del oro, caemos en
la cuenta de que es muy inestable. La razón es que compramos un activo como el
oro porque esperamos que su valor ascienda. De modo que cuando su valor aumenta
nos entusiasmamos y compramos más. Esta respuesta positiva lleva al precio más
arriba. Lo mismo ocurre a la inversa y resulta en una serie impredecible de
estallidos seguidos de quiebras. El mismo efecto se percibe en los combustibles,
las inversiones inmobiliarias, monedas, etcétera.
Ahora, esta clase de impredictibilidad es consistente de
modo superficial con eficiencia. Aunque la teoría también supone que las
variaciones de precio son pequeñas, azrosas e independientes, por tanto, que se
distribuyen con normalidad. Pero, como sabemos, los mercados son susceptibles
de crisis repentinas y catastróficas. Sus estadísticas no son “normales”, sino
parecidas a las de los terremotos. La mayoría de las variaciones de precios son
pequeñas (así como la tierra experimenta de manera constante pequeños
temblores), pero siempre cabe la posibilidad de eventos extremos.
Otra clave entre estas presunciones es que las personas
actúan independientemente y realizan decisiones racionales para optimizar sus
propios beneficios (las pruebas de equilibrio de mercado se realizan sobre
cálculos específicos con planes a futuro). Pero emociones como la confianza y
el miedo juegan un papel vital en los mercados.
Por último, la idea original de la teoría neoclásica era
optimizar el bienestar y conquistar lo que Francis Edgeworth llamó en 1881 “la
máxima energía del placer, el divino amor del universo”. Pero mientras la
economía creció descomunalmente en las décadas recientes, los niveles de
bienestar reportados permanecen estáticos o incluso decayeron un poco.
Una de las razones es el efecto saturación: una vez que se
tiene cierta cantidad de dinero, no es de mucha ayuda ganar más. Pero al vez
otra razón es que internalizamos estos valores de racionalidad, independencia y
optimización de los beneficios; cualquiera puede decirnos que las cosas que nos
hacen felices tienen más que ver con la conectividad, la comunicación entre las
personas y la comunidad. La teoría económica bien puede hacernos infelices.
Una nueva economía
Para resumir: nuestra teoría ortodoxa se basa en ideas de
estabilidad y elegancia que nos lleva a la antigua Grecia. Es aristotélica,
pero no en un buen sentido.
Moldeamos a las personas como si fuesen racionales y
pudieran mirar hacia el futuro. Moldeamos la economía como si obedeciera a la
armonía de las esferas. Como los griegos, queremos imponer nuestras ideas de
racionalidad, orden y lógica al universo. Pero hay una diferencia importante:
el modelo griego podía hacer predicciones certeras. Nuestros modelos no tienen
ese grado de validez empírica.
Tal como señalé en mi libro Economyths: How the Science of Complex Systems is Transforming Economic
Thought (Economitos, cómo la ciencia
de los sistemas complejos transforma nuestros pensamientos económicos) hay
una alternativa. Se está forjando una nueva teoría que es parte de un
movimiento más extenso en la ciencia y consiste en pasar de ver el mundo como
una máquina de Newton a verlo como un sistema viviente.
Sistemas complejos y orgánicos, desde la célula viviente a
la economía o la atmósfera terrestre, se caracterizan por sus propiedades
emergentes que surgen de efectos locales y no pueden reducirse a una simple
ecuación. Operan en un estado que está lejos del equilibrio y la estabilidad y
exhiben estadísticas de leyes poderosas, como los terremotos, opuestas a las
estadísticas “normales”. Se basan en redes dinámicas, opuestas a la dinámica
atómica. Oponer círculos de respuestas positivas y negativas crea una tensión
dinámica interna. Juntos, estos factores en una incertidumbre intrínseca. Y es
esta, antes que cualquier cosa relacionada con la eficiencia, la verdadera razón
por la que no podemos predecir el futuro.
De modo que ¿por qué el modelo neoclásico persistió durante
tanto tiempo? Acá la respuesta no tiene nada que ver con la predicción. La idea
de que un sistema es estable, racional, óptimo y eficiente favorece a las
claras a la pequeñísima elite –el sub uno por ciento– que obtiene la mayor
ganancia de este arreglo.
Una vez más, es tiempo de abrirse camino hacia una nueva
forma de ver, romper las esferas cristalinas y metafóricas y construir un nuevo
modelo del mundo. De otro modo estaremos en problemas.
* David Orrell es escritor y matemático. Sus libros incluyen
Economyths: How the Science of Complex
Systems is Transforming Economic Thought, y Perfect Model: Science and the Quest for Order.
Traducción Pablo Makovsky
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