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miércoles, 19 de noviembre de 2014

lo irrepresentable



“Infinito”, lo llama el periodista y escritor Leonardo Moledo. Se refiere a José Emilio Burucúa, historiador del arte y uno de los intelectuales más importantes de la Argentina, doctor en Filosofía y Letras y miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes, quien presentará el viernes que viene a las 19.30 enel Museo de la Memoria (Moreno y Córdoba) “Cómo sucedieron estas cosas”. Representar masacres y genocidios. Una análisis erudito y exhaustivo sobre cómo y a través de qué figuras se representaron las matanzas a lo largo de la historia. Desde la antigua Grecia a la guerra de Líbano o la última dictadura en Argentina, ese acto que sólo los humanos son capaces de cometer –acorralar a inocentes desarmados y darles muerte– es visto, es decir, es analizada su imposibilidad de ser representado de manera directa, porque hay algo allí de lo indecible, de lo inmostrable, mediante las figuras frecuentes con que lo registra el arte de todas las edades: la cacería, el martirologio, el infierno y la silueta o la sombra. El Siluetazo, un proyecto de Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel, se concretó con una acción colectiva realizada por primera vez en la plaza de Mayo, Buenos Aires, en la tarde del 21 de septiembre de 1983: un registro fotográfico y documentación sobre las siluetas de los desaparecidos. Esta nueva figura, que Burucúa y Nicolás Kwiatkowski –coautor del libro– rastrean en las paredes de la Hiroshima postnuclear y en figuras literarias como Peter Schlemihl, el hombre que pierde la sombra, este uso de la silueta y la sombra en las representaciones más recientes de las grandes masacres del siglo XX.
 Imagen de Museo Macro.

“Cómo sucedieron estas cosas”, una cita de Hamlet, de William Shakespeare –que el viernes presentará junto con los actores el director del museo de la Memoria, Rubén Chababo– intenta reconstruir, a través de las representaciones todos los planteos que, desde la historia, plantea ese interrogante cuya respuesta, como decía Primo Levi, cuya comprensión última, acaso involucraría cierta “simpatía” con los perpetradores de algunos de los actos criminales más espeluznantes de todas las épocas.
Burucúa, en esta entrevista que mantuvo con nosotros, no rehúye pensar con todos los elementos de su vasta erudición, además de los que le provee el entrevistar: desde las imágenes mediáticas de los decapitadores de Estado Islámico hasta las fantasías de zombies que proliferan en el cine y la televisión más reciente.
—En su libro Cartas norteamericanas hace unos comentarios sobre lo bello y lo sublime, usted escribe: “La víctima absoluta no ha sobrevivido para contarlo, sólo sobrevivieron sus asesinos. Vale decir que si lo bello puro es el espectáculo de la máquina de los cielos en el ojo de Dios, lo sublime puro es el espectáculo del interior de la cámara de gas en el ojo de un SS. Por esta razón, cuando Stockhausen dijo que la obra de arte más grande de la historia había sido la destrucción de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 (afirmación que le ha bloqueado para siempre el acceso a los Estados Unidos), se refería a una obra sublime y por ello me temo que estaba en lo cierto. (...) El suponer que podemos hallar lo sublime puro nos convierte en instrumentos de un terror sin fronteras y en los perores criminales de la historia.” Este asunto, entiendo, está en el meollo de Cómo sucedieron estas cosas. ¿Cómo analizar la representación de la masacre y el genocidio a partir de lo bello y lo sublime?
—Lo que pasa es que lo bello quedó excluido desde el comienzo, es imposible que ahí, en el análisis del libro aparezca, porque implica equilibro, armonización de medidas, contención emocional o, por lo menos una armonía emocional que es imposible a la hora de representar masacres. Y en cuanto a lo sublime, sí claro, pero es ese sublime que se ubica en el extremo y no podemos soportar, sublime siempre tiene que ver con el temor y un sentimiento de pequeñez y debilidad frente al infinito que nos rodea, o fuerzas de la naturaleza que nos superan, y entre esas fuerzas está la de la Historia, la del hombre que también pueden alcanzar esas cuotas terribles de lo sublime, pero es el sublime absoluto el que tendría que utilizarse en este caso, y ese no podemos soportarlo.
—No era ese el objetivo del libro.
—La categoría que buscamos con Nicolás (Kwiatkowski) es ver cómo se representa a partir de ciertas formas que hacen posible la visibilización de las masacres, y fuimos al estudio de estas formas como la cacería, el martirio, la figura del infierno, que es un invento muy moderno, un infierno en el que se ha desactivado la dimensión moral, porque las víctimas son el antónimo de los condenados infernales, pero parecen condenadas a los tormentos del infierno; por eso insistimos en la inocencia radical de la víctima de una masacre, quien lo que padece es ser masacrado y no tiene ninguna conexión que ligue eso que padece con cualquier cosa que haya podido hacer antes. Si se masacrase a los peores asesinos como personas inermes que nada pueden hacer, en ese acto esas personas se convertirían en inocentes, por más cosas monstruosas que hayan hecho, porque nada justifica o legitima el terror de la masacre, esa muerte infligida a una masa de seres humana desarmada. Por eso lo sublime no podía aparecer ahí, porque siempre hay una cuota de emoción estética que no es lo que buscamos, sino lo de hacer tolerable mediante metáforas eso irrepresentable de la masacre. La silueta multiplicada es la cuarta fórmula, la de los genocidios del siglo XX, para los que no bastaban las formas anteriores. Entonces la fórmula nueva es la de multiplicación de las siluetas o sombras, en ese sentido El Siluetazo argentino fue fundamental, consagró la fórmula.
—¿Cómo es que es moderna la representación del infierno?
—Fuera de su dimensión moral. Lo primero que imaginaban lo soldados británicos o soviéticos cuando se encontraron con los campos de concentración del nazismo, era eso, el infierno, así se los transmitían a sus familiares en las cartas que les enviaban desde el frente.
—Usted se refiere muchas veces a la distancia –el concepto de Warburg de crear una distancia entre el ser y el mundo– necesaria para el análisis de ciertas representaciones, ¿podría ampliar un poco ese concepto de distancia, sobre todo aplicado a cosas que vemos a diario, como bombardeos y devastaciones registradas por cámaras de televisión?
—Es uno de los grandes problemas de los medios de comunicación: han extinguido la distancia que debe separarnos de los fenómenos para poder entenderlos o decir algo de ellos, necesitamos establecer una distancia con los objetos hirientes con que nos relacionamos. Distancia entre nosotros como sujetos y los otros objetos, si no, no podemos construir ningún conocimiento ni hablar con los otros, necesitamos eso que nos separa para reconocer en el otro a un sujeto semejante, y máxime para cosas tristes dolorosas, trágicas, que nos absorben y trituran. Ese es el problema con esta visualización cotidiana de aberraciones en la tevé, que suele estar en los rincones más íntimos de la casa, esos hechos se instalan en el aquí y ahora sin conciencia de la distancia espacial o temporal. Es un problema grave, porque pulveriza nuestra capacidad de comprensión. 
—La cultura es distancia, como decían los antropólogos de principios del siglo XX.
—La construcción de la cultura empieza con la distancia, el problema está en que si abolimos esas distancias (porque el animal no tiene distancia, pareciera haber un continuum entre lo que experimenta, siente, teme), si abolimos la distancia no nos volvemos a transformar en animales, entonces sospecho que nos transformamos en asesinos, en criminales. Ese es el tema. Somos lo no humano de lo humano, que es terrible, es el campo de concentración, la matanza de Camboya; nos convertimos en seres extraños, no en animales, el único rasgo que podría definirnos es ser criminales, porque matamos sin piedad a nuestros semejantes, que equivale a un suicidio colectivo. No es un tema sólo para antropólogos, se nos va la posibilidad de una vida colectiva, nos convertimos en bestias feroces que no existen en mundo animal.

—¿Es el caso de la difusión de decapitaciones como las que muestra Estado Islámico?
—Ahí hay una pérdida total de distancia, por parte de ellos que filman y difunden esos videos, impuesto a nosotros.
—Según explican en el prólogo, la intención del libro no sólo es el registro de las formas de representación de la masacre, también el poder detectar y poner en estado de alerta cuando algo de eso está por acontecer.
—Las luces amarillas. Jacques Semelin dice: todo esto que expuse tiene por única finalidad poder decir “¡atención!”, establecer algunas pautas por las que sea posible alertar. Sobre todo cuando un grupo social se refiere a otro en término de animales que han invadido la sociedad o se la devoran o la infectan. Bueno, mucho cuidado con ese tipo de metáforas señores, porque acá hay algo grave, tiene que ver con la fórmula de la cacería. O cuando se dice, como en el caso de Estado Islámico, estos son enemigos de Dios, tachar a alguien de eso preanuncia algo así como el martirio, lo mismo cuando se los sataniza: se ve como figuras o vectores del mal a todo una grupo, seres casi infernales, o como cuando, últimamente, se los empieza a tratar como elementos fantasmales, sombras del pasado que acosan a la sociedad, hay que estudiar las fórmulas para estar atentos.
—Una de las figuras más recurrentes del cine y la literatura actual es el zombie, que debe ser masacrado como alimaña.
—El zombie es eso: ojo, cuando hablamos de los semejantes como enemigos de lo divino y, por último, como zombies, prendamos las alarmas porque esto no nos llevan por buen camino, aún cuando fueran nuestros peores enemigos. Como decía Erasmo: aún en la guerra hay que pensar que volverá la paz y ¿cómo volvemos a convivir con los que hoy son nuestros peores enemigos si hicimos cosas que resultan irreversibles?
Imagen tomada de Proceso.

El 26 de septiembre de 2014 a las ocho de la noche, vecinos de Iguala (Guerrero, México) reportaron disparos de armas de fuego contra 80 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa que se dirigían a una protesta estudiantil en Chilpancingo. Habían tomado sin permiso tres autobuses de la empresa Costa Line, para garantizar el traslado.
En el acto es herido Aldo Gutiérrez Solano (muerte cerebral) y acribillan a balazos a otro autobús que nada tenía que ver con la caravana normalista: mueren el chofer Víctor Manuel Lugo Ortiz, el futbolista de tercera división David Josué García Evangelista (14 años) y Blanca Montiel Sánchez.
Pasada la medianoche, los estudiantes convocan en el lugar del hecho a la prensa para informar sobre lo sucedido y preservar la escena del crimen. Al mismo tiempo, llegan fuerzas del Ejército Nacional y de la Procuraduría General de la República. Desde unas camionetas, hombres armados con armas de guerra abren fuego contra la multitud, con el resultado de otros dos muertos y cinco heridos.
El 28 de septiembre, los heridos son 22, los desaparecidos 67 y se encuentra el cadáver de Julio César Mondragón con el rostro desollado a 500 metros del lugar de los hechos.
El lunes 29, en medio de un escándalo creciente, aparecen 13 de los estudiantes desaparecidos, y de los 43 restantes no se sabe todavía nada. Algunos testigos contaron que fueron entregados a la organización criminal Guerreros Unidos, brazo armado del cartel de los Beltrán Leyva, que incluye entre su número agentes de las fuerzas policiales.
Mientras los órganos de gobierno municipal y estadual se descomponen (unos se fugan, otros renuncian), son detenidas 47 personas con responsabilidad directa en la matanza. Algunos detenidos confirman haber participado en las ejecuciones y haber rociado con diesel a los cadáveres, que fueron calcinados. Según las investigaciones de la PGR, los principales responsables intelectuales de la matanza son el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, María de los Ángeles Pineda, su esposa, Felipe Flores Vázquez, su jefe de seguridad, César Nava González, subdirector de la policía de Cocula y “El Gil”, cabecilla del grupo “Guerreros Unidos”.
—¿Qué reflexión le merece este caso?
—No encuentro precedentes de algo parecido, nos obligaría a revisar muchas cosas para eso, es muy difícil. Un estado criminal y la complicidad con las bandas criminales que dice combatir.

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