“Es el fin de una era –dice por
teléfono Eduardo Crespo–, y mucho más acá en Brasil que allá en Argentina,
porque el kirchnerismo se fue con un apoyo importante, sacó 48% de los votos,
tiene todavía algunas figuras con cierta popularidad, y si Macri naufraga con
su política económica, algo puede surgir. En Brasil, en cambio, parece venirse
algo mucho más a la derecha, si ya hubo un giro neoliberal desde el mismo PT,
lo que se avecina puede ser algo claramente fascista”.
Fotografía tomada de La Voz.
Con el retardo típico de las
conversaciones de WhatsApp, la voz del argentino Eduardo Crespo suena clara y
firme, amistosa. Está en Río de Janeiro, donde es investigador de política y
economía en la Universidad Federal. A las 16 del viernes pasado la izquierda
convocó a una marcha en la Plaza 15 (la más importante de Río) en rechazo de
las demandas golpistas de la oposición contra el gobierno de Dilma Rousseff. A
Crespo le hubiese gustado ir. “Pero como sucede con las cosas que organiza la
izquierda, son convocatorias para la clase media. Al trabajador que vive en los
suburbios de Río y tiene dos horas de viaje del trabajo a la casa ni se le
cruza participar de estas movilizaciones”. A las 18.30 nuestro hombre debe ir a
buscar a su hijo a la escuela, duda de que pueda asistir a la marcha y señala
lo inoportuno del horario.
El gobierno de Dilma está al borde del golpe de estado, el poder judicial y los grandes medios se embanderaron tras el escándalo de corrupción en Petrobras que suma veredictos de jueces, sobre todo del Sergio Moro, a esta altura una figura presidenciable. La gente, esa masa algo indefinida que se comunica a través de redes sociales (Crespo recuerda la frase del recientemente difundo Umberto Eco: “Convierten al idiota del pueblo en un divulgador de verdades”), salió a las calles a pedir la cabeza de Dilma, la de Lula y, según cuenta Eduardo Crespo, la de todo aquel que piense distinto.
“Esto es algo medio inédito –dice–,
las reacciones son de gente que nunca discutió de política. A esto se suma que
el PT (Partido dos Trabalhadores, fundado entre otros por Lula hace 36 años)
tuvo en este tiempo mucho miedo de movilizar, porque el miedo mayor es a la
derecha, y siempre se mostró como una izquierda edulcorada. Y hoy los sectores
medios y hasta los populares están cooptados por el discurso de la derecha. Así
es que hay gente que nunca opinó y de golpe opinan todos con niveles de brutalidad
e ingenuidad muy altos. En Brasil la gente es menos desconfiada que en la
Argentina, donde puede ser que TN manipule a su audiencia, pero siempre hay un
grado de desconfianza. Acá leen cosas insólitas en la Rede Globo o Veja y creen
a rajatabla lo que dicen. Incluso es muy fuerte la religión evangélica, crecen
muchísimo en las iglesias evangélicas que tienen un alto impacto en los
sectores populares y son muy conservadoras, incluso en las bancadas de
legisladores hay diputados surgidos de estas iglesias. Esto remite a una
sociedad que tiene raíces en la esclavitud y nunca incorpró a los sectores
populares a la vida política, si bien en el período varguista (Getúlio Vargas,
1951-1954) hubo rasgos parecidos al peronismo, los sectores populares nunca tuvieron
participación en la vida política de Brasil. En estos últimos años el PT los
fue incluyendo en términos de ingresos, y ese es uno de los factores más
irritativos para la burguesía. Incluso el brasileño universitario nunca piensa
los sectores populares como protagonistas de nada, las marchas actuales son
todas de clases media”.
Fotografía tomada de Notimérica.
En un análisis de 2015, cuando estalló el escándalo de Petrobras, Crespo analizaba la crisis del gobierno del PT en estos términos: “La tendencia a mejorar los salarios y la distribución del ingreso fue durante el primer gobierno de Lula, mucho más durante el segundo y en alguna medida continuó durante el primer mandato de Dilma. Hubo mayor acceso a la educación, incluida la universitaria, mejores condiciones de salud, muchas mejoras sociales importantes. En contrapartida, el PT nunca puso en discusión el modelo macroeconómico heredado de la época de Fernando Henrique Cardoso. Si se observa la evolución de los indicadores sociales durante estos años cualquiera de ellos da una mejora y esto no puede ser cuestionado. Se puede decir que Argentina mejoró más, pero es porque se compara contra la debacle de 2002. Brasil no se derrumba en 2000. Lo que Brasil tuvo desde los años 30 hasta por lo menos los 80, fue un paquete desarrollista, cuando fue uno de los países que más creció en el mundo junto a Japón. Las políticas concretas de desarrollo cuando aparecen cuellos de botella o cuando se desea sustituir algo o cuando se quiere promover algún sector, la creación de empresas públicas, la inversión pública, los subsidios. Todo lo que fue el período Getúlio Vargas o de JuscelinoKubitschek o incluso de la dictadura. Cuando se enfocaban en algún sector y se creaba una empresa pública, se ponía dinero, se ponían los mejores técnicos y una década después se tenían varios éxitos. No hay ningún sector productivo brasileño relevante que no haya surgido de la iniciativa estatal. La política redistributiva sin desarrollo tiene un límite. En esto digo que fue similar al conjunto de América Latina, donde no existió un salto cualitativo en la producción. Hubo crecimientos cuantitativos y mejoras distributivas, pero no cambios en la matriz productiva.”
–¿Qué relación hay entre las
movilizaciones masivas que se hicieron en grandes ciudades brasileñas contra el
gobierno de Dilma y las que se hicieron en Argentina cuando se quería derrocar
a Cristina Kirchner?
–Lo que tienen de común, como ocurrió
en casi todo el mundo, es que los grupos se organizaban desde las redes
sociales, evidentemente organizados desde algún otro lado, como la Primavera
Árabe y otros movimientos que en ciertos casos quedó demostrada la intervención
de agencias como la CIA, pero las sociedades brasileña y argentina no tienen
nada que ver, la nuestra tiene un nivel de educación y formación política muy
diferente. Sí hay cambio de signo en toda la región, que adquiere rasgos
comunes como en la economía.
–¿Y el fenómeno de la judicialización
de la política? Aparece un juez que jaquea a Dilma y no le permite siquiera
ubicar a Lula en su gabinete.
–Ese es un rasgo común, con apoyo
mediático, los jueces han cobrado una autonomía enorme. Pero el impacto sobre
la sociedad es bastante diferente en un caso y otro. Acá en Brasil levantó una
polvareda fascista de grandes proporciones, que incluso puede llegar a voltear
el gobierno. En Argentina se trata más bien de que los funcionarios del
gobierno anterior desfilen por los tribunales. En Brasil puede terminar en la
caída del gobierno e incluso con un grado de violencia importante:tenés
patotas, patovicas, tipos que van con palos, que se ponen en los puños esos
fierritos (manoplas de acero), que andan por las calles enfrentándose, y en las
redes sociales es tremendo. Lo más grave es la criminalización del que piensa
diferente, si se defiende la institucionalidad te saltan a la yugular
escupiéndote que estás a favor de la corrupción. Eso es más fuerte que en
Argentina. Es una moral muy selectiva, aunque todos saben que los que van a
venir después de este gobierno son mucho más corruptos. Pero la criminalización
del que piensa diferente es también la marca de la época en base a la discurso
de la corrupción.
–El de la corrupción es un discurso
que deja muy cómodos a todos los sectores que generaron su riqueza en base al
traspaso de gigantescas deudas privadas al estado, que terminan pagando los
trabajadores y la clase media.
–Enel suicidio de GetúlioVargas
(1954) ya la derecha usaba este discurso de la corrupción, eso se agrava por
esto de las redes sociales, que convierte al idiota de pueblo, como dijera
Umberto Eco, en un divulgador de verdades.Pero en política se discuten ideas,
en cambio lo único que saben es decir estos personajes es que son todos
chorros. Son argumentos fascistas. Sin embargo hay un punto a destacar: no está
previsto que las fuerzas armadas puedan tener participación en este proceso
golpista, lo que también deja un vacío, porque quienes sean los que vengan si
cae Dilma no sé cómo vana parar este clima de descontento, salvo que los medios
los apoyen, claro.
–Sin embargo, las medidas
neoliberales ya se tomaron en el último período de la presidencia de Dilma.
–Sí, la crisis económica fue en parte
generada por el PT, lo que es gravísimo. En 2011 empezaron a desacelerar la
economía. En 2012, con la economía parada, inician un ajuste fiscal a gran
escala, con interrupción de créditos del banco de desarrollo, restricción del
crédito, disminución del dinero que se envía a gobernadores, intendentes y jefes
comunales, devaluación y tarifazo, todo junto, en un contexto muy diferente al
de la Argentina, donde se puede decir que por unos pocos dólares y el corralito
hasta se podría justificar, pero en Brasil las reservas internacionales llegan
a 375 mil millones de dólares; incluso Lula reconoce en privado que la política
debe ser expansiva. La economía brasileña está en una recesión, el PBI cayó 3%,
el déficit amentó de 5 a 10 %, la inflación ya es de dos dígitos y el empleo
cae: el PT tiene mucha responsabilidad en esto, realmente la política económica
es catastrófica y alimenta el proceso golpista y le da la razón a la derecha.
–¿Es el dilema de los gobiernos de
corte reformista que se desarrollaron en América latina, en los que nunca se
tomaron medidas de fondo contra el sector financiero o exportador?
–Se muestra a las claras que un tipo
de gobierno reformista moderado que intenta mejorar mucho la distribución del
ingreso,al final explota si no profundiza las reformas. En Brasil no hubo
inversiones significativas en transporte, vivienda o energía, sólo hubo un boom
de consumo, como en toda América latina. En Brasil se pasó de unos 23 autos a
46 por año. Rio de Janeiro recibió al mundial y dentro de poco a los Juegos
Olímpicos, sin embargo no hay una nueva estación de subte. No hubo reformas
significativas, sin embargo se aprovechó la bonanza.
–¿Y qué hay de lo que se dice en
Argentina sobre Brasil, que tiene una burguesía nacional más comprometida con
el proceso nacional?
–Hay buena parte de las empresas que
operan en Brasil que están extranjerizadas y el empresariado ya desde el final
de la dictadura apuesta al neoliberalismo, el desarrollismo brasileño es un
mito de Argentina, a lo sumo las fuerzas armadas impulsaron cierto
nacionalismo, pero el empresariado hoy está pidiendo la caída de Dilma, piden
privatizaciones, quieren quedarse con parte de Petrobras. Pero la cuestión
golpista ya no es sólo palaciega, en el sentido de una rosca en la Cámara de
diputados, sino que tomó las calles, donde hay movilizaciones.Y creo que la
derecha tiene la mayoría.
–¿Es posible que el juez Moro sea un
candidato a la hora de competir por el poder en Brasil?
–Si la Rede Globo le da apoyo, Moro
tiene posibilidades, hubo pancartas en las manifestaciones deSan Pablo que
llevaban la cara del juez. También puede pasar lo de (Fernando) Color de Mello
(destituido en 1992 tras un escándalo de corrupción). Hay figuras más
siniestras aún, comoJair Bolsonaro, fascista,
xenófobo, el Donald Trump brasileño, dice cosas escandalosas y cuenta con el
apoyo de sectores evangelistas.Son figuras en ascenso, ahora, no sé cómo se
arma una elección, porque incluso la gente de la PSDB (la social democracia
brasileña, aliados hasta la segunda elección de Rousseff en el 2014 del PT,
ahora opositores) fueron silbados durante una manifestación en San Pablo,
porque también están salpicados por todos los escándalos.
–Con Macri en el gobierno argentino y
la caída de Dilma, ¿sería el fin del Mercosur?
–Es complicado porque
toda la derecha en América latina está muy vinculada a los tratados de libre
comercio que fogonea Estados Unidos, además el Mercosur no tiene una
infraestructura, no hay un tren de Buenos Aires a San Pablo que pase por
Asunción, es un mercado sin redes que lo conecten. Es la gran deuda de estos
gobiernos populistas; el Mercosur se desmoronó por la recesión en Brasil, más
allá de iniciativa de armar banco de los Brics, son cosas que pueden quedar en
la nada y de hecho nadie se atreve a impulsarlas.
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