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jueves, 12 de mayo de 2016

la distopía meritocrática

para RosarioPlus

El término “meritocracia“ fue acuñado por el sociólogo británico Michael Young, también activista del Partido Laborista, quien publicó en 1958 la sátira política The Rise of the Meritocracy (El ascenso de la meritocracia), donde ironizaba sobre el sistema educativo del Reino Unido y fabulaba, al estilo de Un mundo feliz o la clásica Utopía, una Inglaterra asolada por el régimen meritócrata que duraba desde fines del siglo XIX hasta el año 2033, cuando una revolución lo derrocaba. 
Que el término haya nacido como sátira, como burla, lo convierte en peyorativo. Sin embargo, a diferencia de “liliputiense”, que Jonathan Swift ideó con el mismo cuño burlón y guarda hasta hoy el sentido original (alguien con poca estatura, pero, sobre todo, estatura política y moral), “meritócrata” ganó un signo diferente gracias a los meritócratas quienes, como cabe esperar, poseen escasa formación letrada y débiles vínculos con la historia y lo social.
Imagen tomada de BlissBlog.

A fines de junio de 2001, un año antes de su muerte, el mismo Young escribió una columna en The Guardian en la que se lamentaba del uso que había adquirido su término y, en particular, del uso que le daba el entonces primer ministro británico, Tony Blair.
El artículo es también una descripción exacta de la degeneración del término meritocracia. “He estado tristemente decepcionado por mi libro de 1958, El ascenso de la meritocracia –escribe Young–. Acuñé una palabra que entró en una circulación generalizada, en especial en los Estados Unidos, y hace poco halló un lugar destacado en los discursos de Blair. El libro era una sátira que pretendía ser una advertencia (a la que no hace falta decir que no se le prestó atención) en contra de lo que podría suceder a Gran Bretaña entre 1958 y el final de una revuelta imaginaria en contra de la meritocracia en 2033.
“Mucho de lo que se predijo ya se ha producido –continúa Young–. Es muy poco probable que el primer ministro haya leído el libro, pero se apoderó de la palabra sin darse cuenta de los peligros de lo que está defendiendo.”
A todo esto, Young ya había declarado, a propósito de su propio libro, que las obras más influyentes eran a menudo las menos leídas (el argumento pertenece en realidad a Italo Calvino, quien se refirió a los clásicos como aquellos libros cuya lectura circula incluso sin lectores). A mediados de los 90, cuando Blair aún no había llegado a primer ministro británico y Lady Di todavía estaba viva, comenzó a usar el término meritocracia según la reseña de Francis Wheen en The Guardian: “Estamos a años luz de una verdadera meritocracia” (julio de 1995); “Quiero una sociedad basada en la meritocracia” (abril de 1997); “Terminó la Gran Bretaña le élite. La nueva Gran Bretaña es una meritocracia” (octubre de 1997); “El viejo establishment está siendo reemplazado por una nueva y más grande clase media meritocrática” (enero de 1999); “La meritocracia se construye sobre el potencial de la mayoría, no de unos pocos” (octubre de 1999); “La sociedad meritocrática es la única que puede explotar su potencial económico para el total de su pueblo” (junio de 2000).
La disputa con Blair, dentro de su propio partido, el Laborista, surgió a partir de las declaraciones del líder en torno a la educación, que es el tema del que trata la novela de Young (en la meritocracia las personas son divididas según su inteligencia, lo que conforma nuevos estratos sociales). En ese sentido el laborismo, que tuvo hasta los 80 importantes dirigentes que venían no sólo de las escuelas públicas, sino de familias proletarias, le criticaba a Blair su consentimiento con el neoliberalismo que había expandido en Inglaterra Margaret Thatcher, llenando las calles de ciudades como Londres y Liverpool de feroces conflictos sociales.
“Con la llegada de la meritocracia –escribe Michael Young en su columna de 2001–, las masas ya sin líderes fueron parcialmente privadas de derechos; y a medida que pasa el tiempo, cada vez más trabajadores fueron perdiendo su compromiso, al punto de perder todo afecto político y ni siquiera molestarse en ir a votar, porque ya no tienen su propia gente que los represente”.
Para el final del primer período de Blair como primer ministro británico, Young escribió: “Como resultado, la inequidad general se ha vuelto más grave cada año que pasa, y esto sin siquiera un llamado de atención de los líderes del partido que una vez alzó la voz con vehemencia y precisión por una mayor igualdad (…) ¿Qué puede hacerse por esta sociedad meritócrata y polarizada? Ayudaría que el señor Blair quitara el término de su vocabulario, o al menos admitiera su bajeza. Ayudaría más aún que marcara distancia de la nueva meritocracia aumentándole los impuestos por ingresos a los ricos, y también reviviendo los gobiernos locales con más poder para involucrar a su gente y entrenarla en la política nacional”.
En junio de 2001, cuando Young escribía esas palabras, la Argentina se encaminaba a una de sus crisis más devastadoras, con un gobierno que había preferido encerrarse a hacer la tarea neoliberal y tenía en su gabinete y sus equipos a muchos de los meritócratas que hoy volvieron a ocupar puestos alrededor de la Casa Rosada, desde Patricia Bullrich a Federico Sturzenegger.

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