Da la sensación de que el robot,
el humanoide o el androide está desplazando a los otros “monstruos” de la
biopolítica en las ficciones contemporáneas y, sobre todo, en las series.
“Hubo un montón de historias sobre inteligencia artificial
(IA) en las pelíoculas más recientes –dijo en una
entrevista publicada en io9 el
director Alex Garland, responsable de la magnífica Ex Machina (2014)–, como Her,
Transcendence, Automata o Ex Machina.
Esto sugiere que está en el zeitgeist,
que flota en el aire”. Lo que Garland sostiene es que la vasta presencia de
robots no necesariamente tiene que ver con la IA, sino antes con la relación
cada vez más sofisticada que mantenemos con la tecnología que nos rodea. Dice
Garland: “¿Hubo algún gran descubrimiento en torno a la IA? Para nada. Se sigue
trabajando en ello, como se sigue trabajando en la cura del cáncer, pero no
paso nada realmente importante. Creo que todo esto no tiene nada que ver con la
IA, sino con el desarrollo tecnológico; y creo que se trata de que no
comprendemos cosas como nuestras computadoras y teléfonos, pero sentimos que
estas cosas saben todo de nosotros. Y en eso estamos de acuerdo: saben todo de
nosotros pero nosotros no las entendemos”.
Sin embargo, la discusión en torno a la presencia de robots
en la ficción debe interrogarnos en principio por su propia tradición: desde la
mediación fascista de María en Metropolis
de Fritz Lang (1928) hasta la melancólica vaquera Mercedes de la serie Westworld
(2016), pasando, claro, por Terminator.
El robot, como máquina que remeda lo humano, viene a reemplazar al humano en
sus tareas más automáticas (nace como autómata), en sus tareas más esclavas. De
ahí que plantear al robot como cuerpo esclavo es, a la vez, plantear la
revuelta de esclavos.
En uno de los últimos episodios de Westworld el personaje que encarna Anthony Hopkins, creador de los
androides del parque temático que permite a los millonarios zambullirse en el
mundo del Oeste americano de mediados del siglo XIX, se fasci9na por los
sentimientos de culpa y tristeza de una de sus creaciones tras asesinar a una
persona: lo que horroriza de la escena no es su matiz inhumano, por el
contrario, la alta dosis de humanidad que en esa abyección.
Esclavos
La ciencia ficción está llena de fábulas que advierten acerca de
la automatización total: Skynet (Terminator), la matrix, los cylons (Battlestar
Gallactica), etcétera. También abundan los experimentos mentales acerca de
la inteligencia artificial, como el personaje Data, de la
serie Star Trek:
The Next Generation. Creo que estos temas cobran más sentido si se los
observa en conjunto porque dejan en claro que las historias sobre la
automatización total son relatos acerca de la esclavitud y, sobre todo, son
historias acerca de las revueltas de esclavos. El deseo de la automatización
total es un deseo de esclavitud. Lo que las narraciones sobre personajes como Data
nos enseñan es que si la máquina puede hacer un trabajo humano sin la
intervención humana, entonces esa máquina es funcionalmente humana.
Desde esa perspectiva la reversión
de Battlestar Galactica de 2004 no trata simplemente sobre
la Guerra
contra el Terrorismo, sino de la Guerra contra el Terrorismo como una
revuelta de esclavos.
Desde los albores de la historia el hombre intentó crear un subhumano que pudiese ser justamente esclavizado. El hombre creó la idea de la mujer como un humano inferior destinada a la sumisión, creó al negro como una criatura hecha para la servidumbre. El problema con esas creaciones anteriores es que se apoyaban sobre la base de un ser humano real, pero ahora el hombre blanco desea crear un verdadero esclavo desde cero, una máquina creada por el hombre que debería su existencia al hombre blanco y viviría para servirle.
Pero algo dentro nuestro parece entender mejor: no podemos imaginarnos la creación de un esclavo sin la revuelta de esclavos.
Desde los albores de la historia el hombre intentó crear un subhumano que pudiese ser justamente esclavizado. El hombre creó la idea de la mujer como un humano inferior destinada a la sumisión, creó al negro como una criatura hecha para la servidumbre. El problema con esas creaciones anteriores es que se apoyaban sobre la base de un ser humano real, pero ahora el hombre blanco desea crear un verdadero esclavo desde cero, una máquina creada por el hombre que debería su existencia al hombre blanco y viviría para servirle.
Pero algo dentro nuestro parece entender mejor: no podemos imaginarnos la creación de un esclavo sin la revuelta de esclavos.
Sacrificio
Hecho para aprender e improvisar de acuerdo a esa
comprensión, el Terminator T100 de James Cameron (1984-1992) intentaba
comprender en Judgement Day, la
segunda de la saga y última dirigida por Cameron, entre otras cosas, por qué
lloraban los humanos. Ángel guardián del John Connor preadolescente, sobre el
final del film el terminator pide que lo sumerjan en una cuba de hierro que
está fundiéndose porque no puede autodestruirse, es allí que, al despedirse
después de acompañar a Sarah y John Connor durante toda la epopeya, dice que
llegó a entender qué es ese líquido que le salen de los ojos a los humanos. En
otras palabras: la máquina alcanza la humanidad cuando entiende el dolor y el
sacrificio.
Menos trascendente, el androide más contemporáneo, como los
personajes de la serie Humans,
dirime su pertenencia al estadio de lo humano en términos prosaicos,
racionales.
Como otros “monstruos” de la
biopolítica (esto es: la política como administración de la vida), los robots
de Humans, de Westworld, son legión. Pero a diferencia del zombie, no representan
a esos desplazados por fuera del tejido social –sin entidad política alguna–,
sino que son una figura de resistencia política.
Identidad política
Con el concepto de IA brillando en el firmamento, las nuevas
series y películas vuelven a una discusión que tuvo su apogeo en las
narraciones de los 70, de la que la novela Yo
Robot, de Isaac Asimov es acaso el paradigma. Los androides contemporáneos
llevan adelante una lucha política porque entienden que su identidad es política: dado que tienen las mismas capacidades y
hasta pueden desarrollar sentimientos, quieren saltar del loop, de
la historia circular en la que se los ha encerrado para conquistar el libre
albedrío.
Podemos ir más lejos aún y señalar que el robot de estas
series, al intentar saltar del loop
busca la ciudadanía política que muchos corremos el riesgo de perder a partir
de la biometrización de la vida. Arguye
Giorgio Agamben al referirse a “la transformación de la identidad política
y de las relaciones políticas que están inscritas en las tecnologías de
seguridad” que lo llevan a preguntarse si la sociedad en la que vivimos sigue
siendo democrática y, sobre todo “si esta sociedad puede seguir siendo
considerada como política”. Escribe: “Christian Meier ha mostrado cómo en el
siglo V a. C., una transformación conceptual de lo político tuvo lugar en
Atenas, basada en lo que él llama una «politización» de la ciudadanía. Hasta
ese momento, la pertenencia a la polis se definía por una serie de condiciones
y de estatus social de distinta índole –por ejemplo, pertenecer a la nobleza o
a cierta comunidad cultual, ser campesino o mercader, ser miembro de cierta
familia, etc.– a partir de ahí la ciudadanía se volvió el principal criterio de
la identidad social (…)Los ciudadanos de una democracia se consideraban a sí
mismos como miembros de la polis, siempre y cuando se dedicaran a la vida
política. Polis y politeia, ciudad y ciudadanía se constituían y se definían
mutuamente. La política se transformó, entonces, en un espacio público libre,
que como tal se oponía al espacio privado, entendido como el reino de la
necesidad”. En cambio, el control biométrico de la población reduce lo político
a lo meramente biológico.
El robot viene a
corporizar ese estadio: seres capaces de conquistar el espacio político
reducidos a su origen artificial.
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