Este oportuno volumen es testimonio de la innegable
ascendencia del gótico como objeto de investigación en los estudios
latinoamericanos. Esta ascendencia es en sí misma un eco del creciente
prestigio y dominio del gótico en América Latina y la más extensa arena
cultural global. Consideremos un ejemplo revelador: dos de las escritoras
latinoamericanas más visibles —y talentosas— de la actualidad, las argentinas
Samanta Schweblin y Mariana
Enríquez, saltaron a la fama mundial por la potencia de dos libros góticos,
la nouvelle Distancia de rescate
(traducida al inglés como Fever
Dream) –preseleccionada para el premio Man Booker–, y la colección de
cuentos Las cosas que perdimos en el
fuego (traducido, hasta ahora, a más de veinte idiomas).
En América Latina, como aciertan a señalar los editores de
este libro, la etiqueta gótico coexiste con otras: horror, terror, fantástico
(más cercano al francés “fantastique” que al inglés “fantasy”). Esta pluralidad
plantea en sí una pregunta interesante: alude al prestigio tradicionalmente
dudoso del gótico, y de cómo se concibió la literatura –como institución en
América Latina– hasta hace muy poco. Esta borradura formula una serie de tareas
para los académicos:
1) explicar por qué el gótico no asumió hasta hace poco su
nombre como tal y por qué lo hace ahora;
2) reconstruir un linaje del gótico en América Latina;
3) definir las preocupaciones, los temas y los rasgos
formales del gótico; y
4) evaluar su especificidad, tanto a nivel regional (por
ejemplo, ¿qué tiene en común el gótico en toda América Latina y qué lo
diferencia de las instancias metropolitanas del gótico o el gótico global más
desterritorializado?) y dentro de áreas particulares o naciones (por ejemplo,
¿en qué se diferencia el gótico argentino del, digamos, gótico mexicano o
caribeño?). Estas no son tareas fáciles: el objeto de investigación está
conceptualmente –y acaso de modo inherente– mal definido. ¿Es el gótico un
género definido por temas específicos, temas y giros narrativos, es un modo, o
es solo una constelación de tropos –como el pasado que regresa, la
contaminación, la criatura intermedia, y así– que refleja múltiples prácticas
discursivas, tanto ficticias como no ficticias?
Como es tan difícil definir su objeto, el corpus a estudiar
no se puede aislar con facilidad. Además, los problemas que podrían definir al
gótico en el contexto latinoamericano recién se están volviendo visibles.
Latin American Gothic
in Literature and Culture es uno de los primeros libros, y probablemente el
más completo hasta el momento, para abordar estos desafíos. Los diecisiete
contribuyentes en este volumen son particularmente expertos en estas tareas:
este no es un grupo de académicos reunidos a los apurones que saltaron al
furgón de cola de un tema de moda. En su mayor parte, los contribuyentes son
académicos que han estado trabajando y publicando sobre diferentes aspectos del
tema durante años, y que estuvieron interactuando entre sí en conferencias y
publicaciones. De modo que aportan una profundidad colectiva de conocimiento al
volumen en sus respectivas áreas geográficas o temas. Esto, y el cuidado
equilibrio en la distribución regional/nacional de los capítulos, le da a Latin American Gothic una coherencia que
es rara en este tipo de gestas, por lo que cabe felicitar a los editores.
Después de una concienzuda introducción, en la que los
editores establecen los parámetros teóricos del volumen, hay unas breves
preocupaciones bien definidas que impregnan los capítulos del libro. Algunas
tienen la intención de comprometerse en la reconstrucción parcial o integral de
linajes góticos, principalmente (pero no exclusivamente) a nivel nacional, como
la consideración de Inés Ordiz y Soledad Quereillac de Argentina, Olga Ries de
Chile, Gabriel Eljaiek-Rodríguez de Colombia y Rosa María Díez Cobo del Perú.
Hasta cierto punto, claro, la mayoría de los artículos se enrolan en esa tarea,
incluso cuando se centran en autores u obras específicas. Algunos ejemplos son
el trabajo de Antonio Alcalá Rodríguez sobre Pedro Páramo, de Juan Rulfo, el estudio de Adriana Gordillo de Aura, de Carlos Fuentes, la
consideración de Sergio Fernández Martínez de Los vivos y los muertos, de Edmundo Paz Soldán, y el capítulo de
Carmen Serrano sobre El vampiro, de
Froylán Turcios, sin mencionar a Enrique Ajuria Ibarra, cuyo análisis de Rito terminal, de Óscar Urrutia Lazo,
aprovecha su vasto conocimiento del cine y la televisión mexicanos. En otros
casos, los autores exploran las conexiones previamente desconocidas (o
subestimadas) de una obra o un autor con la tradición gótica: un excelente
ejemplo es el trabajo de Sandra Guardini Vasconcelos sobre Machado de Assis.
Además de tratar con una región, un autor, un género o un
período de tiempo en particular, la mayoría de los autores centran su análisis
en un problema crítico, teórico o político que desean explorar específicamente.
Por ejemplo, Sandra Casanova-Vizcaíno explora los usos antiimperialistas del
gótico en el contexto de la ocupación estadounidense de Puerto Rico. Este
enfoque es cercano al de Perséfone Braham, que estudia la noción de grotesco
caribeño en el contexto de un colonialismo que tiene siglos de antigüedad, y al
de Kerstin Oloff, quien explora la mercantilización capitalista de la
naturaleza y creación de lo monstruoso femenino en instancias particulares de
la literatura haitiana. Daniel Serravalle do Sá, por su parte, explora la
noción de “canibalismo cultural” en el cine brasileño, una noción crucial para
comprender la relación entre el gótico nacional y el mundial. Inés Ordiz, por
otro lado, explora la rearticulación de algunas de las metáforas orientadoras
nacionales del siglo XIX en la narrativa argentina contemporánea, mientras que
Sergio Fernández Martínez explora la relevancia del concepto de postgótico en
la definición de ciertas características de la dinámica cultural contemporánea.
Finalmente, Ilse Bussing presenta el caso de cómo el tropo de la casa-prisión
da cuenta tanto de la ficción como de los discursos públicos sobre la seguridad
y el espacio urbano en Costa Rica.
Como dije antes, una de las muchas virtudes de este libro
(como proyecto colectivo, más allá de la potencia de cada capítulo individual)
es su alcance verdaderamente latinoamericano, en virtud de su énfasis en la
literatura caribeña y centroamericana (Guatemala, Honduras, Costa Rica). Otra
es su atención sobre una veta muy significativa, aunque por lo general
descuidada, del humor gótico, la parodia y lo grotesco (Braham, Serravalle do
Sá, Casanova Vizcaíno, Ordiz), así como la consideración sobre obras
descuidadas casi por completo del canon latinoamericano (por ejemplo, el
capítulo antes mencionado de Serrano sobre la novela modernista de Froylán
Turcio El vampiro).
Asimismo, esta compilación es un gran destilado del estado
del arte y un trabajo seminal que nutrirá proyectos y debates durante años. En
ese espíritu, me gustaría mencionar dos posibles líneas de discusión que
surgieron al leer el volumen, pero que tal vez no desarrolló por completo. La
primera línea de discusión es que ningún trabajo de este tipo puede ser, de
modo alguno, exhaustivo (por razones intelectuales o editoriales).
Sin embargo, cabe preguntarse por qué el volumen está
dedicado principalmente a la literatura y el cine, cuando el título anuncia el
gótico en la cultura. Si el gótico se considera un modo (como lo hacen los
autores) es, por definición, multimediático, y por cierto no está confinado
solo a uno o dos medios, a menos que haya un conjunto específico de problemas
que sean exclusivos del gótico literario o cinematográfico (que bien podría ser
el caso). Si esto permanece fuera de discusión, examinar el gótico como un
fenómeno principalmente literario y fílmico puede parecer un intento de
restaurar el prestigio tradicional reservado para los géneros principales (que
no es lo que, muy probablemente, pretendían los editores), transformándolo así
en una educada reflexión sobre los grandes problemas (por ejemplo:
nacionalidad, imperialismo, raza, capitalismo, y así).
El gótico es algo serio, y aborda los grandes temas, pero lo
hace precisamente porque se niega a acatar los mandatos actuales –es decir: la
corrección política, el prestigio cultural, el tono serio. En cualquier caso,
el diálogo que presenta este volumen se beneficiaría de un contrapunto más
determinado entre el gótico en literatura y cine y el gótico en, por ejemplo,
cómics, novelas gráficas, música y radio.
Como ejemplo, me viene a la mente el fenómeno multimediático
de El siniestro Dr. Mortis en Chile,
o las adaptaciones de enorme influencia de Alberto Breccia de las historias de
H. P. Lovecraft. La segunda línea de discusión es que sería acaso importante recordar
por qué leemos o vemos historias góticas. No se debe a su contenido ideológico,
sino a su atractivo afectivo: el terror, el horror y lo misterioso. ¿Por qué
buscamos esas emociones, por qué las encontramos entretenidas?
Claro que el gótico es político, y los autores de este
volumen lo demuestran muy bien. Pero también es, y sobre todo, divertido y
adictivo, desagradable y ofensivo, y no teme al mal gusto ni a la transgresión.
Y quizás esto, por sobre todo, es otra de las razones por las que el gótico es
político: no solo por lo que tiene que decir sobre la nación, el capitalismo o
el género (y tiene mucho que decir sobre estos asuntos), sino porque no teme
aprovechar los recovecos más oscuros y desconocidos de nuestras propias
identidades, de las que tratamos de escapar, pero a las que inevitablemente (y por fortuna, parece) somos atraídos.
Muy bueno, Pablo. Me interesa el tema del gótico.
ResponderEliminarTe recomiendo también esta nota sobre el gótico rioplatense en la música contemporánea: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/musica/gotico-rioplatense-nueva-escena-musical-viene-entranas-nid2329050
También aliento a la lectura de "Las esferas invisibles", de Diego Muzzio, otro cultor actual del gótico a la par de las lecturas más vivadas por la prensa cultural.
Abrazo!