Muchos ven el mundo como un número inabarcable de batallas por
un premio, cada uno con su ganador y su perdedor. Para ellos, la vida es una
serie interminable de estos juegos de suma cero. Por desgracia, una de estas personas
es el presidente de los Estados Unidos.
Un ejemplo de algo que no es un juego de suma cero es una
pandemia global. La enfermedad de otra persona no es para mí una ganancia sino
una amenaza. Ninguna nación gana de la mortalidad en otra nación. Para pelear
contra el contagio, el arma principal es la cooperación, en todos los niveles,
desde el interpersonal hasta el internacional. A nivel internacional, compartir
recursos e información es esencial, porque cualquier vulnerabilidad de
cualquier nación amenaza a las personas de todas las demás naciones.
Las naciones que peleaban entre sí en la Primera Guerra Mundial
pensaron lo contrario. Así que cada uno, incluido Estados Unidos, trató la
creciente epidemia de 1918 como un secreto militar. La existencia del virus
asesino se hizo pública solo porque España, que no era una de las naciones en
guerra, se negó a censurar las noticias sobre la enfermedad. Las estimaciones
de muerte por la pandemia de 1918 varían de unos 17 millones a unos 100
millones. La guerra mató directamente a 53.000 estadounidenses. El virus mató
entre 500.000 y 675.000 estadounidenses. Una mirada más profunda revelaría que
los estragos de la guerra, junto con la cultura pervertida de la guerra, fueron
los mayores facilitadores de la pandemia, si no sus causas.
Esto plantea algunas preguntas demasiado grandes para ser
respondidas bien en un breve ensayo. Pregunta 1: ¿La preferencia por esta
estrategia de guerra, no destruyó de hecho la Unión Soviética, convirtiendo a
Estados Unidos en el ganador de la Guerra Fría? Hubo tres intentos de usar
ejércitos convencionales para destruir a la Unión Soviética. Primero fue la
invasión coordinada, lanzada en 1918 por Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos,
Japón, Australia, Canadá, Checoslovaquia, Serbia, Italia, Polonia, Grecia y
Rumania. La segunda fue la serie de invasiones de Japón, que comenzó en 1931 y
terminó cuando los soviéticos destruyeron el 6º Ejército de Japón en la
histórica Batalla de Khalkin Gol, en agosto de 1939. Finalmente llegó la
invasión del gigante nazi que había conquistado fácilmente a todos sus
adversarios europeos. La URSS derrotó incluso a este coloso militar en una
batalla decisiva de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, cuarenta y cinco
años de Guerra Fría hicieron de la URSS un cadáver gigante y desmembrado. De
ahí la segunda pregunta: ¿podría la estrategia de la Guerra Fría destruir a
China, el último contendiente por ser la nación más grande y tecnológicamente
más avanzada del mundo? Incluso antes de la llegada de Covid-19, la guerra
económica y política de Trump contra China estaba dañando gravemente la
economía china e infligiendo un daño significativo por sí solo. Esto lleva a la
pregunta más importante.
Por supuesto que hubo un perdedor en la Guerra Fría. ¿Pero fue
Estados Unidos el ganador? Si miramos nuestras desastrosas estadísticas de
salud (incluida la esperanza de vida, mortalidad infantil, obesidad,
drogadicción y suicidio), nuestra infraestructura colapsada, nuestra vergonzosa
educación pública y nuestra ignorancia pública –la grotesca desigualdad entre
el uno por ciento y todos los demás– y nuestro disfuncional sistema político,
uno podría preguntarse: ¿qué ganamos? ¿Y cómo sería nuestra nación hoy si, en
lugar de la Guerra Fría, hubiéramos extendido la cooperación en tiempos de
guerra con la URSS? El único resultado seguro de la Guerra Fría es que tanto
Rusia como Estados Unidos todavía poseen un arma del fin del mundo que continuamente
amenaza con destruir la civilización humana y tal vez nuestra especie.
Lo que nos lleva de vuelta a la sombría escena actual de la
caída de los mercados bursátiles, las tragicómicas elecciones en Estados Unidos
y una enfermedad que amenaza nuestra libertad personal, nuestros placeres
sociales y nuestras vidas. China, seriamente debilitada por las guerras
comerciales y políticas de Estados Unidos, cometió el mismo error que las
naciones beligerantes de la Primera Guerra Mundial: tratar de mantener en secreto
a Covid-19. La administración Trump, entre muchos otros disparates y metidas de
pata, ahora está cometiendo un error peor y verdaderamente incomprensible:
mantiene los aranceles y el dispositivo de la guerra comercial.
Está cometiendo el mismo error en la relación con Irán. Antes
del golpe de Covid-19, Estados Unidos había logrado destruir gran parte de la
economía e infraestructura de Irán, dejando a esa nación incapaz de contener la
enfermedad. El juego de suma cero que está detrás de esta política estadounidense
apenas nos ayuda a ganar el juego de la muerte que el virus está jugando contra
nosotros.
La decisión de Trump de continuar su guerra comercial con China
también está dañando directamente a la economía global y de EEUU, lo que
exacerba significativamente la caída de los mercados bursátiles en el país y en
todo el mundo. Esto debería ser obvio para los responsables políticos de
Washington, pero quizás no para alguien que heredó 412 millones de dólares y
que se declaró en bancarrota varias veces.
Trump ahora culpa a los medios de comunicación y a los
demócratas por exagerar supuestamente los peligros del virus y llevar a la
caída del mercado de valores. El Covid-19 es por cierto el evento que disparó
el desplome y empeorará la recesión que ahora nos amenaza. Pero recordemos que
antes de que atacara el virus, ya había numerosas advertencias de que los
mercados estaban sobrevalorados y asomaba una posible recesión en los próximos
meses. Los índices de manufactura de EEUU ya se estaban contrayendo. La
administración Trump estaba entregando decenas de miles de millones de dólares
para rescatar a los agricultores estadounidenses, para compensar su pérdida de
mercados debido a las represalias chinas. La curva de rendimiento ya se había
invertido dos veces, que generalmente es un indicador confiable de la próxima
recesión. Las tasas de interés a largo plazo eran tan bajas que sostenían con
una mentira la euforia salvaje del mercado de valores (lo que a menudo precede
a una gran liquidación o caída). Trump buscó desesperadamente mantener los
mercados gordos y felices y posponer cualquier recesión hasta después de su
reelección. Es por eso que estaba intimidando furiosamente a la Fed para
reducir drásticamente las tasas de interés. Incluso instó a la Fed a desplazarse
hacia un territorio de rendimiento negativo.
Ahora pensemos en finales de 2007 y en el 2008, cuando ocho años
de imprudencia republicana en la guerra y las finanzas estuvieron
peligrosamente cerca de destruir el sistema bancario global y lograron colapsar
los mercados y hundir a la nación y la economía global en lo que ahora se llama
la Gran Recesión, la peor recesión desde la Depresión de 1929 y la década de
1930. La única nación importante que evitó la recesión fue China. Mientras la
demanda se derrumbaba en todo el mundo, fue China, que actuó como un súper
motor, la que sacó a la economía global del atolladero. Continuar librando una
guerra económica contra China es hoy, por lo tanto, una locura suicida.
Ni el Covid-19 ni una gran recesión representan una amenaza para
nuestra supervivencia como especie. Sin embargo, enfrentamos dos amenazas
existenciales, ambas creadas por nuestra especie, y cada una presenta a nuestra
nación en el papel principal. En el mismo momento en que solo la unidad y la cooperación
global pueden salvarnos de las amenazas de holocausto nuclear y devastación
ambiental, el nacionalismo letal está destrozando a nuestra especie. ¿Puede el
Covid-19 enseñarnos que esas dos grandes amenazas a nuestra existencia tampoco
son juegos de suma cero? ¿Que nuestra especie gana o nosotros, como muchas
otras especies, perdemos todos?
* Franklin es un
historiador cultural y académico estadounidense de 86 años. Un veterano
militante antibélico que pasó por distintas organizaciones de la izquierda de
su país. En sus numerosos libros estudió, entre otros temas, los efectos de la
guerra como la de Vietnam en la vida y la cultura de los estadounidenses, así
como el sistema carcelario y su percepción cultural y social.
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