socio

"I don't want to belong to any club that will accept people like me as a member." Groucho Marx en Groucho and Me (1959).

miércoles, 27 de enero de 2021

en casa del enemigo

Este análisis de Mark Fisher sobre la serie The Americans, se publicó en la revista New Humanist el 1 de Octubre de 2014, de donde lo tradujimos. También se puede leer en la más que recomendable traducción de k-punk, de Caja Negra Editora.

Los pocos hipervínculos del texto fueron agregados por nosotros, ya que no existían en el original. Entradas sobre la serie pueden encontrarse en este blog acá, acá y acá.

---><---


Mark Fisher

La primera temporada de The Americans (emitida recientemente en el Reino Unido por ITV) terminó con una secuencia cuya banda sonora es “Games WithoutFrontiers” (“Juegos sin fronteras”) de Peter Gabriel. La serie ha sido elogiada con razón por su inteligente uso de la música, y “Games Without Frontiers”, que se estrenó en 1980, año en el que comienza la serie, fue una perfecta elección que resume el clímax de la primera temporada. Atmosféricamente, la canción es de alguna manera ansiosa y fatalista: sin inflexión emocional, la voz de Gabriel suena catatónica; la producción es fría e imponente. “Games Without Frontiers” no se siente postraumático, sino pretraumático: como si Gabriel estuviera registrando el impacto de una catástrofe que está por venir.

Escuchado ahora, especialmente en el contexto de The Americans, un thriller de la Guerra Fría, nos recuerda una época en la que ese terror era ambiental, cuando el espectro de un apocalipsis aparentemente inevitable tejía la vida cotidiana. Sin embargo, si “Games Without Frontiers” invoca el amplio momento histórico en el que se desarrolla The Americans, también comenta las intrigas específicas de la serie. Porque The Americans trata de espías soviéticos que se hacen pasar por una familia estadounidense corriente. El espionaje de la Guerra Fría no respetó las fronteras entre lo privado y lo público, entre la vida doméstica y el deber hacia la causa: de veras un juego sin fronteras.



Creado por el ex agente de la CIA Joe Weisberg, The Americans se centra en Elizabeth (Keri Russell) y Philip Jennings (Matthew Rhys), dos agentes de la KGB que viven encubiertos como americanos en Washington. Al parecer, Weisberg había ideado el escenario de la serie en la década de 1970, pero optar por 1980 tiene un gran sentido dramático. En 1980, la Guerra Fría se intensificó inmediatamente después de la invasión soviética de Afganistán y la elección de Ronald Reagan, quien estaba ansioso por llevar a cabo una lucha maniquea contra el “Imperio del Mal”.

La serie se caracteriza por una oscilación bipolar entre un naturalismo contundente y la intensidad de los gritos adrenalínicos del thriller. No son escasas las persecuciones de autos y los tiroteos en The Americans (probablemente no haya un programa más emocionante que éste en la televisión hoy en día), pero estos están intercalados con escenas de la vida doméstica, donde las tensiones son de otro tipo.

Lejos de ser el respiro de esa Guerra Fría, la vida hogareña de los Jennings es la zona donde llevan a cabo sus engaños más cargados de emoción. El matrimonio es en sí mismo una farsa: inicialmente al menos, Elizabeth y Philip son agentes en una misión, no amantes, y la serie trata en parte de sus intentos de navegar este tenso terreno emocional y reconciliar sus diferentes expectativas sobre lo que implican sus roles. Pero Elizabeth y Philip al menos saben lo que están haciendo; no necesariamente sus hijos, Paige y Henry. No saben que sus padres son agentes de la KGB (la ignorancia de los niños es una de las mejores formas de cobertura que los Jenning tienen a mano).

Esto no solo eleva la amenaza de que los descubran, también plantea un dilema moral: ¿se debe informar a los niños? Este dilema llega a un punto crítico en la segunda temporada, cuando el arco de la historia alcanza al asesinato de una pareja de compañeros de la KGB y uno de sus hijos. Cuando se revela que el niño sobreviviente, Jared, había sido reclutado por la KGB, inevitablemente surge la cuestión del reclutamiento de Paige. “Paige es tu hija”, dice Claudia, la controladora de la KGB de los Jennings, “pero no es solo tuya. Ella pertenece a la causa. Y al mundo. Todos lo somos.”

Esto nos lleva a un contraste entre The Americans e incluso algunas de las ficciones de espías más sofisticadas, como las de John Le Carre. En el trabajo de Le Carre, el adversario de George Smiley es Karla, la espía superiora de la KGB –y pese a todo lo que hizo Le Carre para complicar el trazo a grandes rasgos de la propaganda de la Guerra Fría entre el eje binario del bien y el mal, Karla siguió siendo una figura casi demoníaca cuyo compromiso era incomprensible para Smiley y su pragmatismo liberal y personal. En The Americans, los soviéticos se transforman en nuestros semejantes. Esto sucede en primer lugar al poner en primer plano a Elizabet y Philip. Pero los respalda bien el rico elenco de personajes de la rezidentura (la estación de la KGB en Washington): Nina Krylova, una agente doble, luego triple, frágil pero resistente e ingeniosa; el estratega pragmático Arkady Ivanovich; el ambicioso y enigmático Oleg Burov. La decisión de que los personajes de la embajada hablen ruso es importante; se mantiene su diferencia con los occidentales, y se evita la absurda convención de que se les escuche hablar un mal inglés con la pantomima del acento ruso.

En una inversión del estereotipo, los soviéticos en The Americans parecen mucho más glamorosos que sus contrapartes americanos. El principal antagonista de los Jennings, el agente del FBI Stan Beeman (Noah Emmerich), quien en un giro de telenovela termina siendo un vecino cercano, se muestra severo en comparación con los dinámicos y glamorosos Elizabeth y Philip, tal como luce la oficina del FBI: monótona y mezquina cuando se la contrapone con las intrigas de la rezidentura.

Esto sin duda contribuye al desarrollo subversivo de la serie, que consiste en que el público no solo simpatiza con los Jennings, sino que los apoya positivamente, tememos su descubrimiento, esperamos que todos sus planes se realicen. El mensaje de The Americans no es que los Jennings comparten una humanidad común con sus enemigos y vecinos americanos, sino que simplemente están del otro lado. Dada la situación extrema de su condición, nos es imposible pensar que Philip y Elizabeth son “como nosotros”; al mismo tiempo, sin embargo, la serie nos obliga a identificarnos con ellos, aun cuando se conserva su alteridad.

En los momentos críticos, se enfatizan sus diferencias con los americanos “reales”. Si bien a veces se ve que Philip vacila y contempla al menos algunos aspectos del estilo de vida estadounidense, Elizabeth nunca duda en su compromiso con la destrucción del capitalismo estadounidense. En un momento, durante la segunda temporada, Paige comienza a ir a un grupo parroquial. Nada lleva a su casa la extranjería de Elizabeth por la vida estadounidense –y a muchos de los protocolos del drama televisivo estadounidense– como la ferocidad de su hostilidad hacia este desenlace. La escena en la que una Elizabeth furiosa confronta a Paige por todo esto es extrañamente hilarante: no hay muchos espacios en otros dramas de la televisión estadounidense donde podamos ver que el cristianismo es atacado con tanto fervor.


La complejidad del personaje de Elizabeth, y su sofisticada interpretación de Keri Russell, puede ser lo más destacado de la serie. Tanto ella como Philip tienen que ser despiadados (cuando es necesario, matan sin remordimientos), pero Elizabeth tiene una frialdad y un aplomo poco sentimentales de los que carece el más equívoco Philip. Es un mérito de la serie que no se codifique esta frialdad como un defecto moral, sino que mantenga en tensión dos visiones del mundo en conflicto, que valoran la fuerza de propósito de Elizabeth y las incertidumbres de Philip de manera muy diferente. Por cierto, no hay duda, por ejemplo, de que Elizabeth ama a sus hijos (si no lo hiciera, fácilmente caería en el estereotipo del monstruo soviético), pero la pregunta es qué lugar debería tener este amor en su jerarquía de deberes. Para Elizabeth, está claro, la Causa siempre está primero.

En estas condiciones, en las que el capitalismo domina sin oposición, la idea misma de una Causa ha desaparecido. ¿Quién lucha y muere por el capitalismo? ¿La vida de quién adquiere sentido gracias a la lucha por una sociedad capitalista? (Quizás sea esta devoción a la Causa lo que le da a los personajes soviéticos en The Americans su glamour.) No fue otro que Francis Fukuyama quien advirtió que un capitalismo triunfal estaría embrujado por los anhelos de propósitos existenciales que los bienes de consumo y la democracia parlamentaria no podrían satisfacer. Gran parte del atractivo de The Americans depende del hecho de que se sitúa antes de este período. Nuestro conocimiento de que el colapso del experimento soviético estuvo a menos de una década del período en el que se desarrolla la serie da a todo el discurso sobre la Causa comunista en The Americans una cualidad melancólica. En 1980, la Guerra Fría se sentía como si fuera a durar para siempre. En realidad, en tan solo nueve años, todo lo que Elizabeth y Philip representaban colapsaría, y el fin de la historia caería sobre nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios se moderan, pero serán siempre publicados mientras incluyan una firma real.